Dejando Rastro

Una compañera se sorprendía el lunes cuando le comentaban en clase que es obligatorio llevar encima la documentación y mostrársela a agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad siempre que nos la requieran porque de lo contrario estaríamos arriesgándonos a ser multados con unos 600 euros, según recoge la Ley Mordaza de Mariano Rajoy.

Ella dice que nunca lleva encima el carné de identidad y menos si va de compras al Rastro, por temor a que le arrebaten el bolso.

Hoy por hoy, cuando uno cierra los ojos y piensa en el Rastro, le vienen a la mente escenas de inseguridad ciudadana, venta ambulante sin controles sanitarios, negocios cerrados y operaciones antiyihadistas. Pero lo curioso es que unos metros más allá del barrio empieza la Avenida Juan Carlos I y a partir de ahí es otra historia. En el Rastro, el cuento es más largo.

Ayer la Ciudad Autónoma presentó un proyecto de regeneración del barrio que pasa por inyectar 10 millones de euros en la zona para restaurar fachadas, hacer un parking subterráneo, crear un Museo de las Lenguas y habilitar un espacio para puestos de segunda mano, entre otras iniciativas.

A mí me gusta la música, ahora habría que leerse la letra pequeña porque a tres meses de las elecciones municipales hay que estar en alerta. Ya sabemos que los políticos nos prometen el oro y lo otro y después, si te he visto, no me acuerdo. En ese cajón de sastre de promesas incumplidas tenemos el proyecto fabuloso que se iba a hacer en el Mercado del Real; la ampliación del Puerto, la nueva comisaría de Policía Local... Seguramente hay más ejemplos, pero estoy tirando sólo de memoria.

Coincido con Fadela Mohatar, la consejera de Cultura, en que el Rastro tiene potencial. La cuestión es por qué hemos dejado degradar una zona con tanta historia.

Espero que aparte de los 10 millones, la Ciudad reserve un pellizco de otra partida para garantizar la seguridad porque de lo contrario van a sablear a los turistas que se acerquen a ver las maravillas arquitectónicas del barrio.

Si se inaugura de una vez la Escuela de Idiomas y el Conservatorio en el Mercado Central, el ir y venir de padres, madres y alumnos ayudará a cambiar la fisonomía de un Rastro que hoy está consumido por la dejadez.

Tenemos que asumirlo, el barrio se nos escapó de las manos. Eso de noche es territorio Comanche.

Me gusta la idea del Museo de las Lenguas, pero porque yo soy una friki de los museos. Me sobra sentido común para comprender que los museos viven sus horas más bajas en toda España. Esto no es Madrid ni el Rastro se parece a Lavapaiés.

El Museo de las Lenguas de Melilla creará, a lo sumo, puestos de trabajo de mantenimiento, limpieza y azafatas y servirá para colocar a alguien de director. Hasta ahí van a llegar las altas en la Seguridad Social.

Creo que lo último que necesitan lenguas como el amazige o el hebreo es que las encierren en un museo. Las lenguas, donde mejor están es en boca de todos: en la calle. El día que en esta ciudad las madres apuesten por que sus hijos aprendan no sólo su lengua sino las otras que se hablan en esta tierra estaremos dando un pasito hacia la transculturalidad de una Melilla con menos prejuicios y más virtudes.

La regeneración del Rastro, como proyecto, no está mal. Tiene buena pinta. Incluso me arriesgo a decir que puede funcionar. Ahora sólo hace falta que la promesa sobreviva a las elecciones.

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