La Asociación Pro Derechos Humanos ha denunciado ante la Fiscalía de Melilla la grabación de un grupo de menores extranjeros no acompañados sin permiso del centro o la Administración pública que los tutela. Lo consideran un delito de odio. Y puede que lo sea. Hay una delgada línea entre el derecho a la información y la Ley de Protección del Menor, que a algunos les cuesta mucho trabajo respetar. Pero está ahí. Son niños y no dejan de serlo solo porque alguien crea o quiera creer que son otra cosa.
En los últimos años por Melilla han pasado miles y miles de menores extranjeros solos, la mayoría marroquíes. Sin embargo, de ellos sabemos más bien poco. Los hemos visto durmiendo debajo del puente del Tesorillo, en las escolleras del Puerto e incluso en nuestros parques y jardines. También los hemos sacado muertos del agua. Es una tragedia que hay que afrontar en algún momento con el ánimo de resolverla. La búsqueda de una solución ha sido aplazada durante años, por aquellos que hoy se erigen como defensores de una causa que conocen de cerca, pero que cuando tuvieron la oportunidad de solucionar, se les escapó, como el agua, entre las manos.
Durante la última década hemos sido una ciudad exportadora de menores extranjeros solos a comunidades como Madrid, Cataluña o País Vasco. También a ciudades europeas como París. Nuestra reputación no es buena y eso lo sabemos. Nuestros centros de acogida no han sido siempre modélicos ni han ofrecido las mejores condiciones. Y, evidentemente, quien siembra vientos, recoge tempestades.
No podemos decir que en Melilla los menores extranjeros no acompañados gozan de buena reputación. No es cierto. Aunque los periodistas hemos sido cuidadosos, no podemos tapar el sol con un dedo. Durante años se les ha criminalizado resumiéndolos como ‘menas’. Ellos han pagado por lo que han hecho y por lo que no. Siempre tienen la culpa porque no tienen voz para defenderse.
Es innegable que hemos tenido en la ciudad, todos los perfiles de menores solos inimaginables. Pero desde los tiempos de la consejera María Antonia Garbín hemos venido escuchando quejas de niños que denuncian que hay cosas que no funcionan del todo bien en esta ciudad.
¿Cómo es posible que prefieran dormir en la calle, pasando frío en invierno, a hacerlo en una institución donde les aseguran cama caliente y buenas atenciones? Algo no cuadra. Pero nunca se ha tirado de la manta y se ha sacudido con la intención, ya no de probar que hay mierda oculta sino de ser transparentes.
El Defensor del Pueblo nos ha pegado tirones de orejas, durante años, por la forma en que cuidamos a los niños tutelados por la Ciudad Autónoma. Nos ha incluido en sus informes anuales y no precisamente para echarnos flores, pero a algunos y me refiero al exconsejero Daniel Ventura, se les olvida que cuando ostentaron la máxima responsabilidad en Bienestar Social la institución no abrió puertas y ventanas para investigar a fondo, por ejemplo, la muerte de un menor en Baluarte tras 20 días en coma. El informe del Defensor fue demoledor y nos avergonzó ante toda España.
Es impresentable que se grabe a niños, sin su consentimiento y sin el consentimiento de las instituciones públicas, y encima que el resultado sea más leña al fuego de la criminalización. La prensa ha de estar para resolver problemas no para crear nuevos conflictos, como ha ocurrido en este caso.
La Fiscalía de Menores debería actuar de oficio, sin necesidad de que la Consejería o Prodein se personen. Señores, no podemos mirar para otro lado. Hoy los graban y mañana, ¿qué puede pasar con ellos?
Tenemos que sentarnos a tomar una decisión firme sobre qué hacer con los menores extranjeros no acompañados que llegan a nuestro país, en muchos casos, huyendo de situaciones familiares terribles o de la pobreza. Está claro que Marruecos no los quiere de vuelta y también es obvio que en este país tenemos una España vaciada que necesita pobladores. Podemos educarlos para convertirlos en el motor de esos pueblos sin gente o podemos criminalizarlos y etiquetarlos como delincuentes. La elección, en ambos casos, es nuestra.
Me duele el rechazo que provoca en determinada parte de nuestra sociedad la aceptación de migrantes de religión musulmana. Siempre se teme aquello que no se conoce. Pero no podemos ignorar nuestra historia ni renegar de la España cristiana levantada sobre las raíces de la España musulmana.
La inmigración deber verse como una oportunidad y no como un obstáculo. En estos momentos de crisis terrible siguen faltando brazos, por ejemplo, en el campo para cultivar la tierra, pero también para cuidar de nuestras casas, nuestros hijos o nuestros mayores. Muchos no estamos dispuestos a hacer ese trabajo. Otros tienen que hacerlo.
No reniego de la posibilidad de pactar con Marruecos, en la Reunión de Alto Nivel que se celebrará en febrero próximo, los términos en que deberíamos ser capaces de devolver a casa al menos a los niños que tienen familia en ese país. No podemos perder la oportunidad de intentarlo. Con el resto habrá que elegir: podemos acogerlos, incluso asimilarlos, pero también podemos respetar su cultura y hacer la nuestra más rica aún, más completa. La otra opción es abandonarlos a su suerte y dejarles sólo la opción de sobrevivir en la calle. La decisión es nuestra.
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