Está situada en la calle del doctor Sancho Miñano, antes Bartomeu, muy cerca del Parque Hernández y de la calle del General Marina.
Tradicionalmente ha sido templo gastronómico de primera división porque sus respectivos titulares han cuidado la cosa de la tapa y de la ración. Hoy, desde hace un manojito de años, es 'Casa Marta', uno de los establecimientos que llevan el nombre o la esencia de aquel novillero melillense tristemente desaparecido hace unos años y mantiene –hasta supera– el inmejorable nivel de calidad de años anteriores. La cocina, perdónenme los potenciales afectados, es de lujo. El factor humano, mucho más.
Habría que empezar por el dueño, Pepe Marta. Es un tío cordial al que jamás se le puede ver un mal gesto, justo como a su padre o a sus hermanos Miguel Ángel, María, Pilar o Adrián. Entra y sale haciendo encargos mientras que sus principales colaboradores Reddouan y Mounaim se empeñan en servir a la perfección a la clientela a base de cocina básica, sin complicaciones, pero de enorme calidad. Además, los pedazo de brujos saben a priori lo que se va a comer o beber cada cual. Por favor pidan un vermut con soda y gotas de ginebra en vaso grande con par de cubitos de hielo. Eso no lo bebieron los vikingos vencedores de manos de las walkirias en los cráneos de sus enemigos, imposible. Si le hacen acompañar con un perrito de lo que sea, es la muerte de gusto.
Le empezaba a hacer falta alguna que otra reformilla, en diminutivo porque, ciertamente, no era necesario, pero 'Casa Marta' quiere presentarse en sociedad correspondiendo la calidad del producto con el entorno agradable y familiar que haga más grato el consumo. Las reformas han sido la presentación, inmaculada, de sus mesas, alguna mano de pintura y una mejor distribución de sus barriles. Algo han hecho con la luz porque el local resplandece desde lejos. Es la típica taberna de clase, es decir, ancestral tradición en la mejor forma para crear una taberna de lujo con sabor taurino y andaluz. Y trabajan como esclavos a todas horas del día, lo hacen con ilusión con la satisfacción de saberse dueños del agradecimiento de sus clientes.
Hombre, puestos a recomendar, pues un surtido de ibéricos, o algún pescado de inmensa e inolvidable fritura o alguna carne a la plancha vuelta y vuelta con unas papas a lo pobre. Sumergirse en los calderos de 'Casa Marta' es navegar por mares de placer gastronómico. Digo, que si la comida es perfecta, si el estilo del local es más que atrayente, los empleados -y amigos- de Pepe Marta se convierten en el factor deseable y necesario para disfrutar de un buen rato. La clientela es la misma que hace cinco años, señal inequívoca de que la cosa funciona. Tengo que terminar la colaboración. Me espera un vermut con soda y ginebra en la calle del doctor Sancho Miñano. Adiós y buen provecho.
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