Una ciudad que cumple 525 años de historia guarda en su memoria una constante transformación urbanística y arquitectónica y Melilla, con ese aniversario a cuestas, no es la excepción. A lo largo de más de cinco siglos ha ido evolucionando desde la fortificación hasta el modernismo sin solución de continuidad. Y un punto de inflexión importante en toda esta historia: la delimitación del territorio en 1862, que hizo posible establecer los límites de la ciudad y con ello, su crecimiento.
Melilla surge en el siglo XVI como ciudad fortificada, una fortaleza que entre los siglos XVII y XVIII va a estar formada por diferentes recintos que se van ampliando. “En principio es una ciudad en la que se utilizan técnicas de fortificación del Renacimiento, de transición, y son ingenieros italianos quienes la diseñan”, explica al respecto el cronista oficial, el historiador Antonio Bravo.
A lo largo del XVII y, sobre todo, en el XVII, ya se va transformando y llega a ser una fortaleza abaluartada, que sigue las normas de la fortificación de la escuela hispano-flamenca, que llega a su máximo nivel con la creación del cuarto recinto de lo que hoy conocemos como Melilla la Vieja. Entre los ingenieros que llevan a cabo este trabajo figura uno de gran valía: Juan Martín Zermeño, objeto recientemente de conferencias y estudios organizados por la Consejería de Educación, Cultura, Festejos e Igualdad.
Fue durante el siglo XIX cuando la ciudad empieza su expansión más allá de las murallas con la construcción de las fortificaciones exteriores. “Y en ese punto, Melilla vuelve a ser vanguardia porque se utilizan técnicas de fortificación de la escuela poligonal, que arranca de autores muy importantes que están construyendo fortificaciones en Europa y que en nuestra ciudad tiene su reflejo con los fuertes exteriores”, indica Bravo.
En la segunda mitad del siglo XIX se produce el famoso “cañonazo” que supone la delimitación territorial definitiva de Melilla y el punto de inflexión necesario para que pueda crecer urbanísticamente hablando. “La cuestión era que no se sabía hasta dónde llegaba la ciudad. ¿Era solo la fortaleza? Había veces que el poder de Melilla llegaba hasta las salinas de la Mar Chica y otras veces no tenía fuerza y estaba prácticamente encerrada en el castillo”.
El primero de ellos es el Polígono y luego se van haciendo los exteriores porque no se podía construir adjunto a las murallas. “Luego se empiezan a crear los barrios más centrales, se desvía el Río de Oro y se construye el Parque Hernández. Es cuando Enrique Nieto empieza la arquitectura modernista”, señala el cronista oficial.
Comienzos del siglo XX es una época de bonanza económica y el modernismo, seguido del estilo art decó, hace furor entre la burguesía melillense. “Es cuando Melilla se empieza a definir como una ciudad plenamente del siglo XX hasta nuestros días”.
Según Antonio Bravo, no se puede decir que el diseño urbanístico o las construcciones de Melilla sean las típicas de una ciudad fronteriza. A ese respecto, el historiador deja claro que hay mucha tipología de ciudades fronterizas, aunque apunta que sí es cierto que Melilla vive cada momento muy vinculada a las corrientes, tendencias y teorías que están en boga en cada momento.
“Por ejemplo, si en el siglo XVIII en España se están construyendo baluartes de la escuela hispano-flamenca, pues aquí también. Si a principios del siglo XX hay algunas capitales españolas que hacen edificios modernistas, aquí se hace arquitectura modernista. Es decir, Melilla siempre ha estado muy vinculada a las tendencias más avanzadas, más modernas y tal vez más atrevidas”.
Si algo define actualmente a la ciudad es su riqueza modernista, algo que no habría sido posible sin la burguesía que nació al albur del comercio y la bonanza económica de la ciudad. “La arquitectura modernista, lógicamente, no la potencia el Gobierno ni el Estado sino unos particulares: la burguesía. Para que haya arquitectura modernista de la forma que la hay aquí es porque había una burguesía potente que nace gracias al comercio”.
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