Fue un flechazo, amor a primera vista. Mohamed y Dania se conocieron en una ciudad de Emiratos Árabes Unidos (EAU) en 2014 y a los pocos meses se casaron. Él es sirio, procedente de Latakia, de 32 años con estudios medios y trabajador en varios sectores. Ella es palestina, de la localidad de Haifa, tiene 27 años y es ingeniera, pero antes de viajar a Emiratos pasó una temporada en Siria. Ambos se conocieron de casualidad en el país del Golfo Pérsico en un intento de huir de la guerra. Eran vecinos y coincidieron en el rellano de su edificio. Desde entonces nada los ha separado ni les ha borrado la sonrisa de su cara. Ni la guerra.
Estuvieron unos meses viviendo en EAU hasta que definitivamente les denegaron la visa de residencia. El problema de documentación y el nivel de vida extremadamente caro del país los obligó a volver a Siria sin ninguna otra alternativa, sin más opciones, pero no tardaron mucho en escapar.
La huida
“Huimos de mi país, porque yo estaba obligado a unirme al Ejército y eso era una condena de muerte directa”, explica en inglés Mohamed sentado junto a su esposa en la puerta del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla. La pareja abandonó el país a inicios de 2015, cuando el Ejército envió la orden a Mohamed de ingresar en sus filas para combatir en una guerra que lleva ya seis años y tiene múltiples frentes abiertos con varios actores sobre el terreno.
“Lo vendimos todo. Casa, coche, todo. Vendimos todo lo material para conseguir dinero para pagar a una mafia que nos llevara a un lugar seguro donde tener una vida tranquila”, comenta Mohamed. “¿Sabes lo que es vender todo lo que tienes para conseguir algo de dinero y pagar a unos mafiosos?”, pregunta sin esperar respuesta con un tono de voz calmado y esbozando una sonrisa en su rostro.
Dania escucha atentamente las palabras de su marido y asiente con su mirada risueña. Su esposo continúa: “Es imposible vivir en Siria. No sabes qué ni quién ni cuándo van a matarte. Hay sólo un segundo entre la vida y la muerte”. Ella añade: “No puedes imaginarte cómo nos sentimos, no le deseamos esto a nadie. Ojalá termine”, sentencia.
La mafia
Mohamed y Dania aseguran que tuvieron suerte por “contratar los servicios ilícitos de una ‘mafia buena’”. Mohamed explica que su mafia era “buena”, porque al menos cumplió con los servicios prometidos “dentro de lo que cabe”. El joven asegura que hay mafias a las que no sólo tienes que pagar una importante suma en metálico, sino que además te quitan el móvil, el pasaporte y cualquier otra clase de documentación para luego abandonarte, no llevarte al lugar acordado o, simplemente, matarte.
El viaje de esta pareja hacia la Frontera Sur de Europa duró dos años en los que se vieron sometidos a la mafia en, al menos, cuatro ocasiones para los largos trayectos. “El viaje lo realizábamos por etapas y cada una valía muchísimo”, narra Mohamed. “El primer viaje fue de Siria a Turquía. Cada uno de nosotros pagó 600 euros por el trayecto. Una vez en el país, nos quedamos en casa de conocidos unos cuatro o cinco meses, hasta que retomamos el viaje”.
Desde Turquía saltaron a Egipto, donde pasaron otros cuatro o cinco meses en casa de otros amigos y trayecto para el cual tuvieron que aportar una cuantía similar que en el anterior. El viaje de Egipto a Argelia no fue tan barato y, de hecho, tuvieron que utilizar el pasaporte de otras personas para poder cruzar la frontera, previo pago de 1.600 euros por cabeza.
Su pesadilla
A medio camino de lograr entrar a la Unión Europea a través de la frontera melillense, Mohamed y Dania vivieron su particular “pesadilla”. Ya estaban en Argelia, el siguiente paso era alcanzar Marruecos y prácticamente estarían a salvo. “Pero no todo puede salir bien”, dice Mohamed.
Los traficantes de personas cogieron a la pareja en Argelia en plena noche para hacer el viaje a escondidas. Tras varias horas de trayecto en una furgoneta, los abandonaron en medio de la nada, “en una especie de zona fronteriza”, especifica Dania.
“Lo peor de todo es que aparecieron unos 10 ó 15 perros que vinieron corriendo hacia nosotros”, relata Mohamed. “Nos quedamos quietos y se calmaron. Al poco rato llegó una patrulla del Ejército que nos dio agua y nos devolvió a Argelia. Pagamos cientos de euros para nada, para volver a estar en el mismo punto y tuvimos que pagar de nuevo, otros 700 euros cada uno, para alcanzar Marruecos”, añade Mohamed.
En estos dos años, la pareja ha recorrido más de 5.000 kilómetros y se ha gastado más de 6.000 euros en mafias, sin contar el dinero destinado a comer y cubrir otras necesidades básicas aún estando acogidos en casa de amigos, familiares y conocidos.
El cúmulo de experiencias que han vivido Mohamed y Dania a lo largo de todo este tiempo se ha marcado a fuego en su memoria, pero no ha logrado borrar la sonrisa que ambos lucen estando el uno junto al otro. Ambos explican su historia con firmeza y determinación, no les tiembla la voz y, a pesar del calvario que han vivido, sonríen. Muestran una sonrisa sincera y llena de ganas de seguir adelante.
Sus esperanzas
“No nos sirve de nada llorar, después de todo somos mucho más afortunados que otros que están pasando por esta situación y quizás no tengan tanta suerte como nosotros”, dice él, y agrega: “La vida sigue, a pesar de nuestra pesadilla”. Ella asegura que están “alegres por haber llegado a Melilla” y dice que quieren aprender castellano para “empezar de cero en este nuevo país”. Su principal objetivo es trabajar y poder unirse con miembros de su familia, “que están repartidos por toda Europa”. De momento, lamentan no haber tenido hijos “por falta de tiempo”, pero aseguran entre risas que “ya vendrán”.
Mohamed y Dania llegaron al CETI de Melilla hace 10 días y, según han hablado con la dirección, pasarán otros 20 días más, antes de viajar a la península, donde Cruz Roja o Acnur los atenderá para realojarlos de acuerdo a su estatus de refugiados. La pareja agradece el trato recibido en el CETI. “La alimentación y las instalaciones están muy bien”, aseguran.
La pareja aprovecha el encuentro para recordar a Europa que “dar asilo es una necesidad humana”, así como garantizar “la ayuda y la educación”. Se despiden y sólo se dejan fotografiar de espaldas por vergüenza. Quieren compartir su historia, pero de momento, guardarán su sonrisa para ellos. Es su arma secreta contra la muerte, dicen entre risas.
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