Opinión

Cultura, el milagro socialista en Melilla

Me comentaba hace poco un conocido hostelero de Melilla que cuando hay programación cultural en el Kursaal, los bares del centro se llenan si el teatro o el concierto terminan temprano.

Esto, que es un hecho incuestionable en Barcelona, Murcia o Madrid, aquí todavía hay quien lo pone en duda y cree que los miles de euros que se pagan por un artista son un derroche, teniendo en cuenta la pobreza crónica que nos aqueja.

Sin embargo, ahí está aquella famosa gala Sanyo-Honda con Julio Iglesias, que Ayul Lalchandani organizó en la Plaza de Toros de Melilla en 1996.

Todavía hay gente que recuerda aquel concierto, que costó 40 millones de pesetas, y al que la mayoría de los asistentes estuvieron invitados. El dinero no salió de las arcas públicas sino del bolsillo de Lalchandani, un hombre que colmó a esta ciudad de una generosidad irrepetible. Melilla era la niña de sus ojos.

Con la muerte de Ayul Lalchandani en 2002 se empezó a desvanecer una época dorada de Melilla. Sin embargo, nada ha podido borrar el recuerdo de ese concierto de Julio Iglesias, en el apogeo de la fama, cantando en la Plaza de Toros.

La primera vez que escuché hablar del concierto de Julio Iglesias en Melilla, creí que la persona que lo contaba estaba exagerando, pero con el tiempo me di cuenta de que nadie exagera lo suficiente cuando habla de lo que pasó aquella noche en esta ciudad. Sólo si encuentras a alguien que vivió aquella gala puedes imaginar la magnitud de un evento que, 25 años después, sigue emocionando a la gente. Por eso Ayul Lalchandani no es solo una calle. Es una forma de amar a Melilla.

Este ejemplo nos demuestra que invertir en Cultura no es sinónimo de tirar los euros en saco roto. Quienes defienden que la Cultura no da dinero, deberían replantearse esta frase hecha que no se sostiene sin muletas. Hay una Cultura que es rentable si nos proponemos que lo sea. Y la que no es rentable en euros, lo es en recuerdos. Porque hay una Cultura que hace historia, que forma parte de la vida de las personas, de la historia de la gente.

En los últimos tres años Melilla ha vivido un cambio (para bien) en materia cultural. Hemos pasado de bostezar con la Música a la Luna a disfrutar de una cartelera diversa y para todos los gustos con conciertos como los de Antonio Orozco, Marta Sánchez, Omar Montes, Pastora Soler o Vanesa Martín que han gustado (especialmente a los jóvenes) y que han colgado el cartel de lleno. Aquí hay hambre de música y la gente quiere eso y más.

En el pasado se hicieron esfuerzos interesantes, pero no conseguimos tocar la tecla adecuada. Durante años hemos aplaudido actuaciones casposas porque eran lentejas de esas que las tomas o las dejas.

Hubo un tiempo en el que nos conformamos con traer a Melilla a muchos artistas que se quedaban descolgados del circuito comercial no porque se dedicaran a hacer música indie sino porque triunfaron con un buen disco y nunca más volvieron a probar las mieles del éxito. De esos que nunca han vuelto a poner en la radio y que cuesta trabajo encontrar en las salas de éxito de Madrid.

Ahora estamos en otro momento. En los últimos meses hemos visto movimiento de caras conocidas en la ciudad. Por aquí pasaron hace poco los actores Luis Tosar, Javier Gutiérrez; después vino Bustamante y este miércoles estuvieron los ex ministros Margallo y Miguel Sebastián y el escritor Lorenzo Silva.

Melilla ha vuelto a gustarse. Muchos restan mérito a la Consejería de Cultura y achacan su buena gestión a que es un área agradecida. El mérito de las mujeres nunca es suficiente a ojo de buen cubero.

En un Gobierno autodestructivo, que sobrevive entre puñaladas y zancadillas, blindado en su política de in-comunicación, hay algo que funciona en Melilla: Cultura.

Pero queremos más y yo creo que se puede ir a más si, además, combinamos la Cultura con el Turismo. Benicàssim era un pueblo sin pena ni gloria hasta que su festival de música lo situó en el mapa de Europa. En verano pasa de 18.000 a 60.000 habitantes ¿Se imaginan más de 40.000 visitantes de golpe en una ciudad?

Es a eso a lo que debemos aspirar. Pero la realidad manda otras señales. Estamos en la recta final de la legislatura, a falta de un año y medio para las elecciones y todavía no sabemos qué va a pasar con la consejería que tenía Mohamed Mohand ni con Mohand, que, por cierto, ayer posó con los consejeros CpM, en el Foro Empresarial de Melilla, como si fuera uno más del grupo parlamentario de Aberchán.

Los ciudadanos que no se resignan a darlo todo por perdido se preguntan qué va a pasar con un área tan importante como Turismo, que tiene asignados 40 millones de euros de los fondos europeos. Eso es un monstruo que no se puede gestionar en los ratos libres y los días pasan y no se habla del tema. Ni se menciona. Ignorar un problema no ayuda a solucionarlo.

Reconozco que Gloria Rojas tiene un marrón sobre su mesa. Bueno, a juzgar por las malas lenguas, tiene dos, con nombres y apellidos. Al ritmo que vamos, si sigue corriendo la lista electoral, hasta el último de la fila pillará algún cargo.

Por lista electoral, correspondería entrar en el Gobierno a Jaime Benguigui, un empresario hebreo con 32 años de experiencia comercial, afiliado al PSOE, que echó una mano en campaña electoral; que estuvo con Jaime Bustillo en Economía y que ahora es secretario en Cultura, con Elena Fernández Treviño.

En un principio, Benguigui iba a ir en el número 10 de la lista, pero bajó al 6, que casualmente era el puesto en el que  iba Mohand.

Benguigui es un gran desconocido entre los socialistas que no comulgan con Gloria Rojas y los periodistas lo pasamos por alto cuando se presentaron las listas. Quienes creemos en la diversidad sabemos que sea quien sea, no es sólo Jaime Benguigui. Él representa a toda una comunidad: la judía, a la que felicito, de corazón, en Janucá.

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