La culpa y la vergüenza son dos de los sentimientos más habituales con los que las víctimas de violencia sexual tienen que lidiar y generan un impacto psicológico muy fuerte en ella y que, unido al estrés postraumático, deben trabajar para intentar volver a recuperar sus vidas.
Beatriz García Angosto, psicóloga, relata a El Faro que el impacto que genere dependerá en gran medida de la gravedad de la situación traumática para la persona. El estrés postraumático es el principal motivo con el que tienen que lidiar las víctimas de violencia sexual. Dentro de ello predomina la ansiedad, la depresión, el revivir otra vez el acontecimiento o tener pesadillas con imágenes sobre lo sucedido.
También dependerá de cómo se encuentre la persona en el momento que tuvo lugar la agresión. García Angosto señala que si la víctima fue drogada o perdió el conocimiento habrá muchas cosas que no recuerde.
Pero puede ocurrir que el cerebro bloquee ciertas imágenes como un mecanismo de defensa y con el tiempo pueden ir apareciendo flashes del agresor que en el momento ni se recuerda.
El estrés postraumático se va trabajando poco a poco y se puede superar, aunque la psicóloga advierte que a veces aparecen otros sentimientos como la culpa o la vergüenza durante el proceso. La velocidad para avanzar en el estrés postraumático dependerá mucho también de si la víctima asume que la culpa es del agresor o de ella misma. Cuando se asume que es del agresor será mucho más sencillo que a largo plazo vayan superando.
A través del análisis de lo ocurrido se va trabajando para que la víctima alivie ese sentimiento de culpa y quede liberada. García Angosto señala que es algo que se tiene que ir gestionando con el tiempo y que al principio es normal que aparezcan pensamientos como que se ha dejado llevar o que al principio ha dicho que sí.
Por este motivo, es fundamental hacer entender a la persona que en el momento que dice que no es no y lo que pase a partir de ahí no es su culpa, aunque previamente dijera que sí. “En el momento que se dice que no es que no, da igual la ropa que llevara, la gente con la que estuviera o lo que hiciera”, afirma.
La culpa y la vergüenza son los sentimientos más habituales y unidos al silencio pueden causar un gran impacto psicológico en la víctima. “Lo que no se trabaja se acaba enquistando de alguna manera”, apunta la psicóloga.
Una situación similar a lo que ocurre en los duelos. Si la persona no comienza a avanzar y a hablar de lo que le ha sucedido, se queda estancado en esa etapa y no consigue superar ese evento.
Cuando una persona tiene trastorno de estrés postraumático rápidamente han de hacerse tareas de exposición, que hagan revivir y hablar sobre lo ocurrido para que la persona se enfrente a esas imágenes y recuerdos. Durante esos momentos es fundamental que la víctima se sienta segura y sepa que no le va a volver a suceder.
Sin embargo, si el cerebro está bloqueado y se evita hablar de lo ocurrido, ya sea por miedo, por vergüenza o por no verse capaz todavía de pedir ayuda, es raro que desaparezca por sí solo.
A la hora de enfrentar el acontecimiento, una de las conductas más frecuentes es el abuso de sustancias como una forma de escape a todo ese malestar y angustia. Uno de los síntomas es que la persona luego tenga dificultades a la hora de volver a tener relaciones sexuales o disfrutar con ella misma u otra persona. Pero a veces también puede aparecer una conducta de hipersexualidad como una manera de evitar o aliviar el sufrimiento que generan estas emociones tan fuertes.
Garcia Angosto explica que en muchas ocasiones cuando una persona es víctima de violencia sexual se produce una carga tan grande de adrenalina y de otras sustancias cerebrales (asociadas al razonamiento y a la toma de decisiones) que “al final están un poco bloqueados y no se razona adecuadamente”.
Es entonces cuando puede aparecer esta conducta para aliviar el sentimiento, al igual que ocurre con las personas que se dan un atracón de comida cuando tienen ansiedad. Sin embargo, la psicóloga señala que es una conducta menos frecuente. Lo más normal es que la víctima tenga cierto rechazo al contacto sexual y a tener relaciones porque en esos momentos el cerebro vuelve a bombardearla con flashes de lo sucedido.
Cuando las personas que han sido víctimas de violencia sexual tienen que comenzar a hablar sobre lo ocurrido, tienen que revivir una y otra vez el mismo recuerdo. Para ello se abordan técnicas específicas de psicología en las que la situación se va desgranando poco a poco, exponiendo esos recuerdos de manera progresiva.
A la hora de trabajar en ello, se comienza introduciendo una técnica menos violenta para que desencadene el menor impacto en la persona. Se realizan escalas de las situaciones que se han vivido y se empieza a trabajar con la imagen que menos ansiedad le pueda generar. Después el nivel va aumentando de manera escalada, al igual que ocurre con cualquier otra fobia.
“Si alguien tiene miedo a volar, de primeras no lo metes en un avión. Vas trabajando antes otros pasos e indudablemente se pasa mal porque al mismo tiempo hay que entrenar a la persona en estrategias de relajación para que la situación no la desborde”, explica.
Cuando las víctimas deciden hablar, García Angosto comenta que los grupos de apoyo son muy beneficiosos. En ellos hay más personas que han vivido situaciones parecidas. Escuchar historias parecidas ayuda a entender a estas personas que no la culpa no era suya.
La psicóloga considera que es una de las terapias más buenas. Aunque señala que hay personas que antes de introducirse en estos grupos necesitan trabajar la parte individual para liberarse del estigma que sienten. Una vez que se han abierto, los grupos de apoyo o las asociaciones específicas en las que trabajan con víctimas son un complemento muy bueno. “De esta manera, además comparten experiencias y derriban mitos sobre lo que les ha ocurrido”.
Después de un hecho tan traumático, se puede recuperar la vida que tenía antes, pero es un proceso largo y muy individual que dependerá de las vivencias de cada persona y la gravedad de lo ocurrido.
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