Estamos Por primera vez en la historia del comunismo cubano un funcionario de justicia ha salido a dar la cara y a reconocer errores en los juicios sumarios practicados contra manifestantes del 11 de julio. Portavoces del Tribunal Supremo y la Fiscalía dicen que intentarán enmendar los posibles excesos que puedan haberse cometido faltando a las garantías del debido proceso. Supongo que se refieren a las detenciones arbitrarias; a las desapariciones de hasta una semana sin notificar a familiares y a las vistas orales sin abogados; sin cargos ni sentencias por escrito y con tres días para apelar la decisión leonina del juez.
De más está que os recuerde que en Cuba no existe separación de poderes. Es más, para presidir el Tribunal Supremo hay que ser militante del Partido Comunista antes que magistrado.
¿Estamos ante una rectificación? Más bien es una maniobra. Ante la presión internacional, los tribunales cubanos pretenden hacer creer que reculan. Han tenido que salir a dar explicaciones porque los testimonios de las madres de los desaparecidos y de las condenas desproporcionadas; los vídeos de las detenciones a tiro limpio y el llanto de las familias cubanas les ha dejado ante la opinión pública internacional con las vergüenzas al aire.
Ojalá me equivoque, pero no creo que vayan a renunciar al escarmiento en su cruzada contra los manifestantes del 11 de julio. Cederán en los casos mediáticos y aplicarán todo el peso de su interpretación de la ley a los humildes. Van a estrangular a los hijos de padres que optan por callarse, creyendo que les tendrán en cuenta su silencio. Todo lo contrario. Están sirviendo a los suyos en bandeja. En el fondo, hablamos de servilismo; de una generación que antepone la verdad del Estado a la de su sangre. No es sólo miedo. Es mucho más: es terror.
Los tribunales cubanos creyeron que iban a condenar sin abogado, a detener a ojo de buen cubero y a aplicar penas vikingas a los manifestantes del 11J sin que nadie alzara la voz. Se equivocaron. Han quedado retratados como lo que son: una máquina de destrozar familias y personas en nombre de la patria y de un partido (el comunista) que tiene aterrorizada a una nación.
Condenar a una menor de edad a 8 meses de cárcel por participar en una protesta pacífica no es justicia: es venganza. Y es lo que los comunistas cubanos han hecho con Gabriela Zequeira, una estudiante de Contabilidad, de 17 años, que ha entrado en prisión por tener la mala suerte de dejarse pescar por la Policía en plena revuelta. Ella creyó que en Cuba bastaba con ser inocente para no ir a la cárcel. Pagará caro su ingenuidad.
Hace unos días hablaba con la madre de una joven de La Güinera, el único barrio de La Habana donde la dictadura reconoce que hubo un muerto durante las protestas del 11 J. Esa señora no ha buscado un abogado para su hija, detenida desde las marchas multitudinarias.
Odet está en prisión por grabar las protestas. Le achacan un rosario cargos, entre ellos atentado, instigación a delinquir y daños. Su madre no quiere hablar con nadie porque dice que si la desaparecen a ella también no podrá cuidar de su nieta.
Tampoco ha querido hablar con la prensa la madre de Edel Cabrera, un joven de 28 años que en las protestas se enfrentó a un policía que golpeaba a una mujer. Le pedían 15 años de cárcel y al hacerse público su caso, le hicieron ‘el favor’ de rebajarle los cargos con una única acusación por un delito de atentado (de 1 a 3 años de cárcel).
Los comunistas no van contra ti por una cuestión personal. Van contra todos. Necesitan el terror para legitimarse. Callarse no soluciona nada. Todo lo contrario. Les da la razón. Necesitan arrancarnos la capacidad de gritar para luego negar que nos han dejado mudos. Sufrir en silencio no es la solución. Es parte del problema.
Hace unos días, estuve en una manifestación contra la dictadura cubana con mi hijo de 6 años. El niño quedó muy impactado con una señora que gritaba: ¡Comunistas, asesinos! De camino a casa paramos en un bar de carretera. El niño, delante del camarero me preguntó: “¿Mamá, cómo sabemos si hay algún comunista aquí?”
Intenté tranquilizarlo y le dije que comiera en paz, que en cuanto viera uno cerca, le avisaba. Tiene miedo y hace bien en tenerlo. Con el tiempo aprenderá que a los comunistas se les puede reconocer porque sin ningún pudor se ponen una camiseta de Che Guevara pese a que el argentino confesó en la ONU, delante de todo el mundo, que en Cuba estaban fusilando e iban a seguir fusilando por la cara.
El Che tenía la última palabra en los juicios sumarísimos sin garantías a los miembros de la Policía y el Ejército de la dictadura de Fulgencio Batista. Lo primero que hicieron los comunistas cubanos al llegar al poder, antes incluso de nacionalizar desde las fábricas hasta los puestos de churros, fue apropiarse de la justicia y de la verdad.
No falla. Siempre empiezan con unas ganas terribles de cambiar el mundo y empoderar a los pobres. Pero en cuanto tocan el poder, quieren más. Por eso la izquierda siempre modifica la Constitución. Van moldeándola a su gusto pe inventándose leyes para perpetuarse en el trono.
Desgraciadamente Cuba es un país que no interesa a los demócratas. Ni podemitas ni socialistas se han atrevido a llamarlo dictadura. Se limitan a pedir el fin del ‘bloqueo’ creyendo que el problema es Estados Unidos. En la URSS y en Europa del Este no había bloqueo y, como en Cuba, había hambre y falta de libertades. Tienen memoria histórica selectiva.
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