Cuando el biólogo cubano Ariel Ruiz Urquiola salió de la cárcel en 2018 tras una larga huelga de hambre y sed que hizo para protestar por el año de prisión al que había sido condenado en Cuba, conseguí el teléfono de su hermana Omara y entrevisté a Ariel cuando viajaba hacia La Habana tras salir del hospital civil donde lo tenía la Policía política del Partido Comunista.
Aquella fue mi primera entrevista a un disidente cubano y la primera vez que me atrevía a poner mi nombre y apellidos a una noticia de contenido político cubano. ¿Por qué? Porque yo quería regresar a Cuba y sabía que si hacía eso, me podía cerrar las puertas.
Pero lo hice porque con Ariel entendí que el activismo político en Cuba no era cosa de "chusma" y "marginales" como nos vende el régimen. Entendí que había gente batiéndose el cobre que estaba siendo víctima de la propaganda efectiva de los comunistas.
Ariel hizo que yo saliera del armario. Aquella entrevista cambió muchas cosas en mi vida. Le pregunté si sentía que se había convertido en un símbolo y él me contestó que él es solo un hombre honrado que lucha por su libertad.
Él no luchaba por la libertad sino por su libertad. Era un profesor expulsado de la Universidad de La Habana, que se había convertido en campesino voluntariamente y que aún así seguía siendo un estorbo para el Partido Comunista.
Más tarde, quiso el destino que mi héroe fuera también mi amigo. Hoy ese amigo lleva ocho días sin beber agua y sin comer frente al Palacio Wilson de Ginebra, sede del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. Y otra vez protesta porque a su hermana, Omara, no la dejan regresar a Cuba. Esto viene pasando desde el principio del reinado comunista en la Isla, pero la gente se resignó. Lo hizo incluso nuestra diosa Celia Cruz. Pero Ariel Ruiz Urquiola no se resigna y resulta que su lucha es la lucha de muchos cubanos que no regresan por miedo a que las vacaciones se conviertan en un infierno.
La protesta de Ariel Ruiz Urquiola viene a demostrar también que la ONU es un organismo muerto que no es capaz de exigir a Cuba que respete el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que garantiza que las personas puedan entrar, salir y regresar, como mínimo, al país donde han nacido.
Ariel se nos muere. Ayer ya no pudimos hablar. Estaba muy débil. Yo no soy partidaria del martirologio y menos cuando el que se muere es mi amigo. Pero no puedo hacer nada para impedirlo. Él está peleando por su libertad, pero en realidad está luchando por la libertad de todos los cubanos.
Justo ayer se cumplió un año de las históricas protestas del 11 de julio que en 2020 sacaron a miles de cubanos a las calles. La situación es hoy infinitamente peor de lo que era hace 12 meses. Apagones, escasez y una migración terrible que ha sacado del país en los últimos meses a más de 140.000 jóvenes. Cuba se ha convertido en un país para viejos.
Sobre los cubanos que protestaron el 11J del año pasado y tuvieron la mala suerte de ser identificados han caído condenas brutales. Sólo salieron a protestar contra el Partido Comunista y les acusan a muchos de sedición.
Por eso da asco leer que la Fiscalía general del Estado en España ha firmado un convenio de colaboración con la Fiscalía cubana después de que ésta pisoteara los derechos de miles de cubanos. A la ex ministra socialista Dolores Delegado no le importa que la dictadura cubana mantenga encarcelados injustamente a jóvenes y adolescentes cuyo único delito ha sido protestar contra el hambre y la falta de derechos.
Ariel Ruiz Urquiola tiene 47 años. Hasta septiembre no cumple los 48. Él estudió en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin, de La Habana, con un régimen disciplinario muy parecido a un colegio mayor franquista. Allí los comunistas formaban a la élite, con seis turnos de clase por la mañana, otros 4-6 por la tarde y dos horas de estudio por la noche. Jornadas maratonianas para adolescentes de 14 a 18 años, que vivían internos en el colegio y solo veían a sus padres los fines de semana.
Allí nos abrieron los ojos y nos enseñaron a volar. Poco después, en la universidad, nos cortaron las alas. Muchos pegamos la espantada. Él se quedó en la isla, convencido de que Cuba tiene que ser para los cubanos.
Cuando lo expulsaron de la Universidad de La Habana se fue al campo, a Pinar del Río, a trabajar. Cogió su propia tierra y empezó a hacer un proyecto interesante de recuperación de la flora y la fauna autóctonas. Pero a su hermana Omara Ruiz Urquiola le negaban el tratamiento del cáncer por no comulgar con el Partido Comunista y ahí empezaron las protestas de Ariel. Ésta es su sexta huelga de hambre y sed y puede que sea la última.
Somos muchos los que nos tememos que ésta le va a costar la vida. Ayer con las pocas fuerzas que le quedan, se aseguró de que me enviaran un vídeo explicando todo el proceso de infección de VIH que sufrió cuando estuvo ingresado y custodiado por la Policía política cubana. Lo quieren muerto desde siempre. Ahora tenemos la responsabilidad de demostrarlo científicamente.
Su hermana Omara, enferma de cáncer, es una de las huelguistas de San Isidro. Ella salió hacia Estados Unidos a recibir tratamiento y ahora ha querido regresar a Cuba a vivir en su casa, con su madre, pero el Gobierno cubano no la deja entrar a la Isla. Ariel, que tiene asilo político en Suiza, ha decidido protestar frente al Palacio Wilson, de la ONU. Lo único que ha conseguido en ocho días de huelga de hambre y sed es que Mary Lawlor, la relatora para la Defensa de los Derechos Humanos, lance un tuit advirtiendo a Cuba de que Omara "debe" regresar a su país.
¿Se imaginan que mientras gobierne un partido en España, el resto de la oposición sea expulsada del país y se le impida regresar? Eso es lo que ocurre en Cuba. Eso es lo que nos está matando a los de afuera y eso es lo que ha destrozado a las familias cubanas por dentro. Pero eso no es noticia. El dolor de los cubanos es solo nuestro. Estamos solos.
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