Categorías: Cultura y Tradiciones

“Cuando nos olvidamos de nuestro pasado, perdemos todo nuestro ser”

Dolores García recuerda a aquellos héroes que combatieron por Melilla con su novela ‘La reina del azúcar’ l Afirma que el problema de España es “nuestro alzheimer colectivo”.

Dolores García nació en la ciudad. Aquí vivió su infancia. Recuerda esos años con una gran sonrisa en la cara. Sus ojos brillan cuando habla de Melilla. Su tierra natal ocupa un gran espacio en su corazón. Desde los 9 años vive en Valencia, pero no quiere ni puede olvidar la ciudad que ahora protagoniza su segunda novela. ‘La reina del azúcar’ que le ha ofrecido la oportunidad de saldar una deuda emocional que tenía con su pasado. En esta historia las protagonistas son las mujeres y su forma de enfrentarse a la vida. Pero Melilla está presente en cada una de las escenas de la narración, así que la tierra natal de García es otra de las ‘importantes’ en este libro.
La novela no saldrá a la venta hasta abril de 2015, pero como la escritora ha regresado a la ciudad para visitar a unos familiares, El Faro la ha entrevistado para conocer los detalles de esta historia.  
Los objetivos de la escritora son muchos. En primer lugar, desea reconocer la labor de los héroes que combatieron a principios del siglo pasado para salvar a Melilla de las invasiones rifeñas. Lucha contra el olvido de estos hombres con una narración en la que se explica la vida de aquellas personas que perdieron la vida por la ciudad. También pretende con este libro contar la historia de Melilla y que se conozca en toda España.
–¿Sintió miedo al enfrentarse a la escritura de una nueva novela? ¿Miedo a no conseguir el éxito de la primera?
–No. No me planteo el éxito. Lo que quiero es transmitir. Mi afán y mi energía están encaminados a un mi propósito: Dar a conocer mi tierra natal. Que la gente vea lo hermosa y bonita que es Melilla, la importancia que tiene en la historia reciente de España, así como  en el presente. No he pensaba en mí. Pensaba en mi tierra, en mis paisanos y en todo lo que podemos ofrecer los melillenses a España y al mundo.
–¿La novela es una deuda que tenía con Melilla?
–Sí, una deuda emocional. Lo que siento por Melilla es cariño, pero la deuda la tengo hacia aquellos hombres que a principio del siglo XX sirvieron para parar todos lo intentos que hubo, como el Desastre de Annual, de invadir Melilla. Salvaron a mucha gente porque los ciudadanos estaban indefensos y hubieran muerto a cuchillo. Gracias a esos hombres no ocurrió. Lo pararon y muchos de ellos, con su vida. Tenían familias, novias... una vida por vivir y no la vivieron. Se quedaron allí. Gracias a ellos dio tiempo a que otras tropas llegaran y se salvara a la población, entre otros, niños que con el tiempo fueron mis abuelos. Si esos niños no hubieran sobrevivido, yo no estaría aquí disfrutando de una vida que ellos me dieron. No se les puede revivir, pero al menos que no estén olvidados. Ellos dieron más de lo que se le puede exigir a un hombre. Que estén olvidados es muy injusto. Esta novela pretende que la gente conozca estos episodios y lo que hicieron. 
–Hay mucho escrito sobre aquellos años. ¿Qué diferencia a 'La reina del azúcar' de otros libros?
–Es una novela. En el libro hay personajes de dos tipos, los protagonistas son ficticios y luego, están otros que son reales, pero forman parte del trasfondo. Hay alguno que tiene un poco más de protagonismo, como Abd-el-Krim, pero es secundario. Los que tienen peso, como Inés Belmonte o Eduardo Vidal son ficticios. Es una novela. Pero estos personajes inventados van a servir de excusa para pasearnos por aquella Melilla del siglo XX. De hecho la protagonista se traslada desde París a la ciudad. Esta chica nos contará a través de sus peripecias lo que pasó en aquellos años. Realmente no es una novela histórica. Es un libro de historias potentes y sirve de excusa para dar a conocer Melilla, su historia, la realidad de España de aquellos años e incluso las implicaciones que tiene la ciudad con la Segunda Guerra Mundial, que a más de uno le va a sorprender. 
–¿Es complicado tejer la narración sobre un hilo real de hechos históricos?
–Sí. No es fácil. Es una labor casi de relojero. Está claro que como autora de la novela tienes una imaginación que te conduce a la historia, pero tiene que estar en los márgenes de lo que es verosímil y lo que aquellos personajes pensaban en aquellos años. La psicología de los de aquella época es distinta a la del siglo XXI. Encajar no es sencillo, pero ahí está la labor del escritor. El objetivo es que el lector lo vea natural. Es como un restaurante de alta cocina. A uno le presentan un plato sencillo y lo prueba y está exquisito. Detrás de todo esto hay una labor de física, química y alquimia y el que va a disfrutar del plato no tiene por  qué saber las complicaciones que   han llevado a crear este producto. El escritor tiene esta misma labor. No se tienen que notar la tramoya ni las dificultades. El lector tiene que viajar plácidamente por la historia hasta que no quiera salir de ella.
–¿Alguno de sus personajes está inspirado en una historia real?
–No de una, si no de cientos. Cuando lo lean los peninsulares verán historias interesantes. Pero cuando sea un melillense el que coja el libro va a sentir que hay ecos y que le suena a algo. Ninguna historia es real, pero ninguna deja de tener relación con otras que me han contado en el pasado. No corresponde con ningún familiar. Pero hay recuerdos de los personajes que son populares.
–Es curioso que en la novela se encuentren unas memorias y se desate una historia a partir de este punto y a la vez, haya un personaje que esté perdiendo la memoria por culpa del alzheimer.
–Esta novela, en definitiva está luchando contra el olvido. Hay un personaje, Amador, al que tengo especial cariño. Es el hombre que tiene alzheimer. Este hombre quizás representa en esta última fase de su vida, este periodo de olvido, un poco lo que nos está pasando a todos, que olvidamos nuestro pasado. No sé si será consciente o inconsciente. No queremos acordarnos de lo que ha pasado antes. Pero hay que acordarse. Es muy simbólico. Amador tiene muchas lecturas. No es un personaje que salga mucho en la novela, pero es muy importante. Cuando acaba la historia, el lector tiene la impresión de que hay muchas formas de ver la novela y Amador representa el problema del olvido. Cuando nos olvidamos de nuestro pasado perdemos todo nuestro ser, nuestra personalidad, quiénes somos, ni sabemos a quién tenemos enfrente hablando. El problema de España es nuestro alzheimer colectivo en el que olvidamos nuestro pasado y no tenemos identidad. La vamos perdiendo. Es difícil mantener la identidad, si no recordamos nuestro pasado.
–Pero no se trata de vivir en el pasado.
–No vivir, sino ser conscientes de nuestro pasado. Nosotros somos consecuencia de los actos y misiones de generaciones anteriores. No entramos a juzgar si son buenas o malas. También como individuos. Somos el resultado de nuestras decisiones equivocadas o acertadas, de lo que hacemos y dejamos de hacer. A nivel colectivo pasa lo mismo. Hay generaciones cuya historia empieza en el 75 o después y están perdidos porque están en una situación que no saben cómo han llegado a ella. Es más, los logros de libertades, derechos, que han costado sudor, sangre y huelgas, se pueden perder con una facilidad pasmosa. Vamos, en tres reuniones de ministros.
–Uno de los principales protagonistas es Inés Belmonte.
–La novela gira en torno a Inés y a sus aventuras, sus tragedias, su lucha y a su afán por ocultar un gran secreto. Ella va a representar en la novela a una mujer influyente en Melilla y muy admirada. Y ese secreto le podría quitar ese prestigio. Lo intenta ocultar de todas las maneras.
–Le da protagonismo a una mujer en este libro.
–No fue de una forma consciente. Los hombres que aparecen en la novela nos van a resultar entrañables y admirables porque van a luchar contra su propio destino y ante circunstancias muy difíciles. Van a intentar encontrar la felicidad, como Inés. Pero he intentado buscar dos personajes femeninos, el de Inés y el de su sobrina Merceditas. Son dos formas de enfrentarse a la vida. En definitiva lo que va a identificar mucho a cualquier lector, conozca o no Melila, es que estas y otras muchas mujeres que aparecen la novela luchan por conseguir la felicidad. El ser humano se enfrenta sin querer a la vida con dos actitudes. Una es la de estar esperando a que te pase algo maravilloso o importante. Esperar a que te rescaten. Un poco lo que nos han inculcado a las mujeres de mi generación con los cuentos infantiles. 
–La princesa que espera ser rescatada.
–Sí, la princesa que está en su torre a la espera de que llegue un niño guapo con un caballo blanco que la va a sacar de esta situación. Vas a ser muy feliz y comerás muchas perdices. Y el otro tipo de mujer, o forma de enfrentarse a la vida, es aquella que dice que la torre está muy bien, pero que se va. No espera a que llegue el príncipe, de hecho le da igual. Quiere vivir. No sabe si lo que hace es bueno o malo, pero desea vivir. Estas dos actitudes están en la novela. Una asume lo que pasa e intenta, incluso en el dolor, sacar sabiduría. Otra está esperando a que pase algo maravillo y lo que ocurre es que se le pasa la vida. Son los contrates entre dos actitudes que todos los seres humanos tenemos. Unos esperan a que les toque la lotería y otro ni siquiera compran porque viven la vida de otra forma sin estar pendientes del sorteo. El tema de fondo de la novela son las ganas de vivir. El saber vivir la vida. Melilla es una ciudad muy representativa para eso. Si algo caracteriza a Melilla es que es una ciudad alegre, con ganas de vivir. Eso le viene por su propia historia. Ha sufrido muchos asedios. La población ha visto en muchas ocasiones que les iban a matar y librarse de esto supone una explosión de alegría y de ganas de sentirse vivo. Todo esto ha calado el carácter de los melillenses. Están aquí no te das cuenta, pero cuando sales fuera te llama la atención que Melilla tiene muchas ganas de vivir. 
–¿En la novela vamos a ver la interculturalidad?
–En todo este tramo del siglo XX hay una lucha y enfrentamientos con los rifeños porque es lo que ocurre, pero a la vez, en la ciudad, los rifeños tienen una relación muy humana. En la novela, Jamido, un chiquillo de unos diez años que hace recados para Inés, es una muestra de esta convivencia entre culturas. Le tengo mucho cariño a este personaje. A nivel humano no hay ningún enfrentamiento entre las culturas. Los problemas vienen por la política de los países, por las grandes potencias. Ellos son los que empujan a los hombres a matarse entre sí cuando son vecinos y estaban viviendo en paz. A nivel de personas, hay buena relación. Las políticas de las potencias colonizadoras son las que traen los problemas y son las que provocan las situaciones explosivas en el Rif. Los rifeños se dan cuenta de que les están intentando explotar y estallan. Cuando algo así salta por los aires es difícil distinguir entre buenos y malos. Los rifeños realmente lo que hacen en aquellos años es defender su dignidad y los españoles se ven empujados a meterse en un territorio que no es de la ciudad por culpa de Francia. Ahí es donde están los problemas. Pero en la novela las relaciones entre las culturas son buenas. Hay estima y cariño.
–¿Cuánto tiempo tardó en escribir la novela?¿Quedan muchas más historias por contar?
–La novela está concebida para ser una pieza única. No habrá secuelas. Si le digo cuando empecé, se asusta. La novela la tenía montada en 2005, pero vine a la ciudad para recoger y documentarme aún más para escribir la historia. Hay muchos melillenses que me han ayudado enviándome libros y documentos para este trabajo. La novela se ha enriquecido más con sus aportaciones. Hasta que no me he sentido satisfecha con el resultado no he decidido su publicación. También he estado buscando una editorial. Ha habido unos años de paralización. Sólo salían libros de autores consagrados porque las editoriales no se arriesgaban a publicar tu novela. Ahora parece que hay más margen. He elegido mi editorial porque me permite hacer la presentación en Melilla.

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