DISCUTIR de lo superfluo para no hablar de lo importante. Ésa parece la máxima que inconscientemente da la impresión que han acordado quienes antes estaban en el sillón con los que hoy lo ocupan. Tras las multitudinarias entradas de subsaharianos de la pasada semana, la polémica política en el asunto de la inmigración se ha centrado en la eficacia o la inutilidad de la sirga (el cable trenzado) instalado entre la valla externa e interna de la frontera.
Quienes decidieron su colocación, la defienden señalando que ha impedido la entrada de inmigrantes durante años. Quienes la critican, afirman que precisamente ese elemento es el que ha facilitado los últimos saltos masivos. Sin embargo, de lo que no se dan cuenta unos y otros es que quizá ambos tenga razón. También es posible que prefieran no ver lo evidente para evitar entrar en materia y abordar el problema desde posiciones más espinosas que la propia sirga.
Es indudable que la frontera, en su actual diseño, ha sido eficaz durante años. Eso es tan evidente como que ahora ha perdido esa eficacia por la simple razón de que las circunstancias han cambiado. ¿Es sensato, por lo tanto, este intercambio de reproches? No parece tener ningún sentido esta discusión porque ninguna de las dos partes tiene la menor intención de alcanzar a un punto de entendimiento. Con un poco de sentido común se puede llegar a la conclusión de que todas las medidas que adoptemos en nuestra valla sólo van a poder tener un éxito temporal. La ‘impermeabilización’ total y definitiva de nuestra frontera es un objetivo inalcanzable. Ni si quiera lo consiguieron las autoridades de Alemania Oriental con el conocido y lamentable Muro de Berlín, donde los miramientos hacia los que pretendían atravesarlo no eran, ni mucho menos, equiparables a los de la Guardia Civil hacia los inmigrantes.
Para tratar de poner fin a las entradas ilegales hay que empezar por luchar contra las ‘salidas’ ilegales. En esto tiene mucho que decir Marruecos, que maneja el flujo migratorio a su conveniencia. De eso no hay la menor duda, aunque la diplomacia obligue a decir lo contrario. Tal vez no haya más alternativa que aguantar hasta que den resultado las gestiones de alto nivel entre nuestro Gobierno y el de nuestros vecinos, pero eso no es justificación suficiente para entretener la espera con improductivas y cansinas disputas dialécticas que no llevan a ninguna parte.
Hay veces que cuando alguien no tiene nada que decir o ninguna solución que aportar, lo más agradecido es su silencio.