Son las 11 horas de la mañana en el ‘bureau’ de la Asociación marroquí de Derechos Humanos en Nador, la más grande del país que trata esta temática. Hamza, uno de sus miembros, sostiene en sus manos un informe que le acaba de llegar de las autoridades de Nador que indica el número de inmigrantes que han sido asistidos en el 2019 en el hospital de la ciudad. La cifra se acerca a los 2000.
En la oficina, un lugar sencillo de paredes grises y unos cuantos carteles, Hamza explicó que fue en 2015 cuando la inmigración que venía a Nador para pasar a Melilla cambió totalmente: pasó de ser gratuita a ser de pago.
Antes de esa fecha, según explicó Hamza, la mayoría de los inmigrantes subsaharianos aguardaban en un gran único campamento en el monte Gurugú y esperaban para saltar la valla de Melilla, que es totalmente gratuito para estos, pues no tienen que pasar por intermediarios ni organizaciones criminales para hacerlo.
Los migrantes que pagaban eran los marroquíes que usaban la vía marítima para llegar a la península.
Cuando durante el 2014, año en el consiguieron pasar 2.000 personas de las 22.000 que lo intentaron, y el 2015 hubo un gran número de saltos a la valla, tanto Marruecos como España reforzaron sus vallas. Hamza contó que fue cuando en el lado marroquí se levantó una y se excavó un foso justo antes de la valla, fue cuando muchos migrantes subsaharianos empezaron a tomar la vía marítima, al solo poder saltar los más fuertes.
Hamza relató que poco a poco, dado que la demanda iba aumentando, se fueron instalando las mafias que hicieron de la migración clandestina un negocio redondo.
Ahora están completamente asentados en la zona, y según denuncia la AMDH, muchos están localizados, se conoce sus identidades y los abusos que comenten aprovechando la desesperación de muchas personas.
Llega otro miembro de la asociación, Amin, a la oficina. Los dos se suben al coche y conducen en dirección a las afueras de Nador. Tras unos minutos en los que se han ido acercando a las montañas, giran a la derecha hacia el campamento conocido como ‘La carrière’. El camino está lleno de piedras y solo hay unas pocas casas en la zona. En un momento dado, a unos metros junto a un pequeño núcleo de casas, se ve una furgoneta blanca con unas letras rojas: son las Fuerzas Auxiliares, un grupo paramilitar de Marruecos que ha tenido la misión de desmantelar los campamentos de inmigrantes que se segregaron tras la destrucción del que había en el monte Gurugú. Mientras pasan con cuidado, Hamza contó que hay unos 15 campamentos de migrantes dispersados por los alrededores de Nador y que se suelen juntar por nacionalidades.
Finalmente aparcan junto a un pequeño barranco en la montaña. El bosque, típico mediterráneo, rebosa aparente tranquilidad; pero tras cruzar el barranco y andar un poquito más, se vislumbra a lo lejos un grupo de unas diez personas, todos hombres de guinea que han montando (o lo intentan) su campamento allí.
Para hacerse una idea, en lugar donde duermen son unas pocos refugios a medio montar con cañas y unas lonas de plástico.
Cuando llegan Hamza y Amin se acercan a ellos y ven que los guineanos están talando un árbol. Hamza se presentó a ellos y les preguntó medio bromeando que qué les había hecho el árbol para talarlo. Ellos señalaron hacia arriba, donde la copa no tenía hojas, e indicaron que estaba muerto y que necesitaban leña para calentarse, pues estaban helados.
Hamza les preguntó si necesitaban algo, como más lonas o medicamentos, y estos les explicaron que sí, que no tenían nada. A esto, Hamza les volvió a preguntar que si la iglesia jesuita no les había traído nada, pues según explicó, estos reciben dinero de Suiza para ocuparse de los migrantes. Hamza les llamó y les pidió que trajeran lonas, comida y medicamentos, ya que había dos de ellos que estaban enfermos.
¿Por qué lonas de plástico y no tiendas de campaña? Dado que las Fuerzas Auxiliares suelen ir varias veces a la semana para desmontar los campamentos, para los migrantes es más fácil salir huyendo con las lonas que con las tiendas. Aún así, estos contaron que los paramilitares, cuando los capturan, o bien les tienen que pagar para que los suelten o bien les roban directamente el poco dinero que han conseguido ahorrar. Siendo ya esta un presión anímica importante, los delincuentes de la zona saben cuando un campamento va a ser atacado, por lo que aprovechan para robar a los migrantes las pocas pertenencias que han tenido que dejar atrás al salir huyendo.
En el campamento son 10 los varones que hay y explicaron que son un leve reflejo de lo que eran antes, pues era mucho más numeroso y había más vida. Un joven de 19 años contó que hace dos años que intentó saltar la valla, lo capturaron, lo encerraron en Arkmane y lo llevaron a la frontera con Argelia; pero volvió a Nador para intentarlo otra vez.
Cada día tienen más presión y vigilancia. La colaboración entre Marruecos y España se deja ver en la desolación del campamento; cada vez son menos los migrantes que resisten la presión.
¿Y qué pasará ahora? Ellos lo tienen claro; quieren cruzar. No saben cómo ni cuando, pero ahí aguardan escondidos en el bosque e intentando hacer frente a una política migratoria cada vez más dura. Hamza se despide de ellos deseándoles “buen boza”.
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