Opinión

Crónica de uno de los tantos hostigamientos de las harkas rifeñas

No cabe duda, que la ‘Guerra del Rif’ (8-VI-1911/27-V-1927) evidenció las anomalías militares puestas en escena. Así, mientras los británicos se valían del uniforme caqui, las milicias españolas continuaban empleando el rayadillo azul y blanco, manifiestamente delatador a los ojos del adversario; además, las alpargatas de esparto, inadecuadas para este tipo de terreno específico. Conjuntamente, los ‘Cañones Sotomayor’ eran de bronce, porque en España todavía no se había producido la innovación que precisaba el ‘Cañón de Acero Déport’ de 75 milímetros.

Luego, se hacían clarividentes las deficiencias que arrastraban las ‘Fuerzas Expedicionarias Coloniales’, deficientemente instruidas en el manejo de las armas adquiridas. Sin soslayarse, el adiestramiento de los Reservistas, superficial y sin continuidad y soportando las muchas deserciones a diario.

Entretanto, la progresión de las Tropas en Melilla no dejaba de ser un tormento inefable: los refuerzos se reasentaban de inmediato ante una horda vociferante y un bramido que atacaba como un rompiente voluminoso característico de los rifeños. Habitualmente, los reclutas realizaban dos jornadas en tren desde el punto de partida hasta un puerto del Mediterráneo, para posteriormente ser fletados. A ello hay que añadir, las doce horas de recorrido con escaramuzas persistentes, hasta desembarcar y sin tregua, encaminarse al combate donde les esperaba el trance de un relieve escabroso y apenas conocido, con temperaturas que sobrepasaban los 45º y caían por debajo de los 0º. Ni que decir tiene, que el agua y la madera faltaban para cocinar y calentarse, lo que entrañaba el apresto de convoyes de abastecimiento.

Con lo cual, lo que aquí se describe es una variante de guerra asimétrica a la que los Oficiales no estaban duchos, y mucho menos, para la que taxativamente no habían sido perfilados. Pese a que los españoles ya habían operado de cara a los guerrilleros independentistas dominicanos, cubanos y filipinos, el escenario imperante del continente africano iba a ser totalmente complejo y enrevesado.

Por otro lado, el rival no estaba clarificado apropiadamente: confluían cabilas fieles a España y al unísono, concurrían otras contrarias; pero, a tenor de las realidades o intereses puestos en juego, las fracciones internas modificaban su lealtad.

Con estas connotaciones preliminares, los rifeños, combatientes experimentados, correosos y endurecidos a la subsistencia en condiciones infernales, frugales, expertos del contorno y apasionados por la religión, sorteaban las acometidas frontales, guerreaban en grupos pequeños y se apartaban con sigilo. En otras palabras: hábiles y mañosos en la técnica de la emboscada, su configuración social evolucionaba fragmentada, apelando frecuentemente el ímpetu de la violencia por medio del conocimiento de las armas y las destrezas en sus acciones ofensivas.

Yendo a hechos concretos y retrotrayéndome en el tiempo, el General José Marina Vega (1850-1926) habiendo ocupado cuatro posiciones envolviendo la zona del embate: al Norte, Sidi Musa y la Segunda Caseta; y al Sur y en vanguardia, Sidi Ahmed El Hach y el Atalayón. Dichos entornos, menos el Atalayón, estaban sometidos por otros colindantes y tanto Sidi Musa y Sidi Ahmed el Hach, eran alertados desde las estribaciones del Monte Gurugú. Y es que, en estas elevaciones los cabileños escondidos y valiéndose del ingenio y viveza, flagelaban infatigablemente a los españoles. Ha de precisarse, que el Gurugú situado en el litoral Norte de Marruecos y en el que, hoy por hoy, se encuentran los vestigios de un par de fuertes de identidad española, es un volcán extinto y el foco más alto del Cabo de Tres Forcas con una prominencia de 890 metros.

Indiscutiblemente, las miras de Marina y del Gobierno de Madrid, no pronosticaban una irrupción de estas características, únicamente, la irremediable para preservar las obras efectuadas en el ferrocarril. Pero, para ello, bastaba con establecerse en las montañas de Nador. Si bien, en fechas encadenadas, se repiten colisiones con francotiradores rifeños camuflados en las cotas que, a su vez, magnetizan los reductos españoles.

Con orden y sin pausa, en Beni Sicar se arenga la ‘Guerra Santa’ y se congregan algo así, como a unos 5.000 individuos de las cabilas adscritas a Beni Said, Bocoya, Beni Urriaguel y Beni Itef, no tardando en dirigirse hacia Guelaya. Gradualmente, capturan al Santón de la Puntilla, a favor de la paz con España y amenazado a muerte para apremiar a los Beni Sicar a adherirse a la insurrección.

Entre el 10 y el 17 de julio de 1909, los recintos de Sidi Ahmed el Hach y de Sidi Musa no son abordados. En cambio, Sidi Ahmed el Hach operaba con ocho piezas: cuatro ‘Cañones Krupp’ de 9 centímetros, dos de montaña y dos de campaña. De manera, que Marina estaba dispuesto a ocupar la cumbre que señoreaba la planicie de Melilla y las minas, al objeto de eliminar cualquier indicio de acoso y arremetida a los convoyes de aprovisionamiento.

Un día antes, o séase, el 9 de julio, al mando del General Miguel de Imaz Delicado se inicia la recalada de las ‘Fuerzas Expedicionarias Coloniales’, y dos días más tarde, se adentra en la contienda. Hay que referirse a la ‘Tercera Brigada Mixta’ conformada por los ‘Batallones Cazadores de Barcelona N.º 3’; ‘Alfonso XII N.º 15’; ‘Mérida N.º 13’; ‘Estella N.º 14’; ‘Reus N.º 16’ y ‘Alba de Tormes N.º 8’, a lo que habría de sumar dos Secciones de Ametralladoras, un Escuadrón perteneciente al ‘Regimiento de Cazadores Treviño N.º 26’, tres Baterías de Montaña provistas cada una con cuatro ‘Cañones Krupp’ de 75 milímetros procedentes del ‘1º Regimiento de Artillería de Montaña’, una Compañía de Zapadores y otra de Telégrafos del ‘4º Regimiento Mixto de Ingenieros’, más una Compañía de Administración Militar y una ambulancia sanitaria.

Progresivamente, se confirma que Melilla no ofrece las condiciones óptimas para admitir a las Tropas recientemente incorporadas. Por aquel entonces, la Plaza contaba con un conjunto poblacional de 20.000 habitantes y un contingente enmarcado en los 4.000 hombres, escaseando los acuartelamientos, almacenes u hospitales y sus muelles eran relativamente pequeños.

"He aquí el relato, de quienes se atreviesen a combatir abrazados en una última comunión de tintes místicos y efectos demoledores, punteados con carabinas y espingardas alimentadas con cartuchos de papel encerado y bala redonda: los rifeños”

Sobraría mencionar que, en este espacio indeterminado, el desembarque se hacía problemático, debiendo verificarse en barcazas. Amén, que el Ejército hubo de instalarse en el Depósito de Granos del Cerro San Lorenzo, así como en dos Albergues de la Puerta de Santa Bárbara. Al igual, que se dispusieron enfermerías en la Iglesia Parroquial, como en el Teatro de Alcántara y en parte de los acantonamientos del Disciplinario de Santiago y la Alcazaba, así como en los colegios. Asimismo, en los menesteres propios de la Intendencia es justo resaltar en esta exposición, el porte organizativo del General Arizón y Sánchez Fano (1853-1921).

Ciñéndome en la ofensiva de Sidi Ahmed el Hach, el General Marina dispuso la salvaguardia del ferrocarril de Sur a Norte con el puesto avanzado de Sidi Ali, acomodando una Compañía del ‘África N.º 68’ dirigida por el Comandante Cos Vayón en la posición de Sidi Ahmed el Hach, y a su retaguardia en una situación intermedia, una Compañía del ‘Melilla N.º 59’ bajo las directrices del Capitán Hernández.

Ya, el 18/VII/1909, se procedió al relevo de mandos en Sidi Ahmed el Hach, contrayendo el protagonismo el Comandante Royo, al que le acompañó el Capitán Trujillo y el Teniente Espinosa. Con ellos, continuaron el Capitán Guiloche y el Teniente Zabaleta que no fueron sustituidos. Hay que precisar, que este enclave aun poseyendo un aspecto oval, su vertiente Este estaba flanqueado con una barricada de piedra de altura proporcionada. En contraste, el Sur y Este, contaban con un antepecho de medio metro de altura. Y, a su vez, en el Sur, se hallaba una especie de garganta en la que se superpusieron los cuatro principales cañones.

No ha de obviarse, que el fortín de este asentamiento todavía no se había concluido, estando carente de las defensas oportunas en su margen derecho, lo que se amortiguó emplazando dos piezas de 9 centímetros.

En este entresijo, la Guarnición del General Marina se armaba con una Compañía del ‘África N.º 68’, una Compañía y dos Secciones del ‘Melilla N.º 59’, una Compañía Disciplinaria, una Sección del Escuadrón de Cazadores, una Sección de la Compañía de Ingenieros, más la Artillería indicada y derivada del ‘Grupo Mixto de Melilla’. Finalmente, al Sur, en los escalones de las crestas, se apostó una cadena de puestos avanzados a las órdenes del Teniente Coronel Ceballos.

Pronto, a las 14:00 horas y sin aclaración, los trabajadores rifeños cesaron sus labores y media hora después, se desbocó el fuego sobre el sitio español. Transcurridas dos horas, valga la redundancia, el fuego era continuado y sin visos de interrumpirse.

En paralelo que la Batería del Capitán Guiloche repicaba percutiendo, la Batería de montaña del Teniente Espinosa se anticipó a la línea de puestos avanzados. No obstante, la Caballería rifeña apoderada por el Hach Amar, intentó descomponer las posiciones, lo que imposibilitó el Capitán Trujillo con las piezas de campaña plantadas en el costado Norte.

La magnitud de los embates desencadenados y la simetría que ganaba empujó al General Marina a enviar al Capitán Guerrero a Melilla para solicitar refuerzos. Mismamente, no quedó otra que rehacer Sidi Ahmed el Hach con la Compañía de la Brigada Disciplinaria, resuelta por el Capitán Nieto apoyando la posición del Teniente Coronel Aizpuru y Mondéjar.

Lo cierto es, que la ayuda venida a Sidi Ahmed el Hach, se anticipó al anochecer. Me refiero al Batallón de Cazadores de Barcelona, más una Sección de Ametralladoras, una Batería de Montaña de la Brigada de la Tercera Mixta y una Sección de Montaña del Grupo Mixto de Melilla.

Con las primeras auras del alba y desde el Este para invertir el sol a sus espaldas y entorpecer el acierto de los tiradores españoles, se luchó cuerpo a cuerpo con actos fatídicos y heroicos. Conforme se libraban las acometidas y asaltos y tras el fallecimiento del Teniente Coronel Ceballos, el trazo de los puestos avanzados se movilizó: las turbas rifeñas considerando una intromisión en su hábitat natural y patria común, se valieron de los rigores del terreno para progresar y descender por la cañada de Sidi Musa.

Momentáneamente, la Caballería rifeña inquietaba el Atalayón ante un infante mentalmente zarandeado, induciendo que desde la disposición intermedia se trasladara una Sección de Artillería de Montaña y una Compañía de Cazadores de Barcelona.

Hacia las 20:00 horas, los estragos de la guerra entraban en su momento culminante: los salteadores se centraron en castigar Sidi Alí y Sidi Ahmed el Hach. Las harkas y por extensión, las Tropas en marcha como una apisonadora, sitiaron el ala izquierda donde se hallaban las piezas de 9 centímetros. La combinación de cañones permutando repetidamente, determinó que se truncara un desastre estrepitoso.

No más lejos de este contexto, el General Marina decidió replegar los cañones: primero, las piezas de 7,5 centímetros siguieron en el perímetro y, segundo, las de 9 centímetros en el borde más amplio del baluarte atañendo al Sur con el respaldo de un cerco al no existir parapeto. En tanto, próximo a las mismas, se emplazó una Compañía de los Cazadores, protagonistas de la ‘Semana Trágica’ (25-VII-1909/2-VIII-1909).

A la caída de la noche, el silencio sepulcral se vio enmudecido con otra embocadura de los rifeños, valiéndose de los resguardos deleznables y la Batería de Guiloche. Los Cazadores, sin convicción de lucha retrocedieron desordenadamente.

Mientras, los artilleros parecían dejarse aprisionar por las garras del horror. Lo que pudo impedirse al ser reprendidos por el mando y decidir qué se desenvainaran los machetes.

A la par, un número reducido de hombres se avivaban hacia las piezas para cargarlas y disparar. Simultáneamente, el Capitán Barbeta recibió la orden de trasladarse dentro de la posición y traer pelotones de Infantería para taponar el acceso. Royo y Guiloche comparecieron ante los cañones pistola en mano y cayeron: el primero, resistió unos minutos para agonizar de resultas de cuatro tiros, y el segundo, ceñido al tubo del cañón tratando de fulminar.

Pero, la abnegación de ambos no quedó en vano: las tribus rifeñas vieron abortadas sus pretensiones y con el retorno de los restantes artilleros, se apartaron tras una decidida y atrevida pugna titánica.

El choque se prolongó hasta la 4:00 de la madrugada.

Subsiguientemente, una Sección de Infantería guiada por el Capitán López de Ochoa y Portuondo, neutralizó la embestida sobre la entrada de la fortificación en el extremo derecho, haciendo fuego rodilla en tierra y sin estar cubierto.

A la mañana siguiente, con los primeros destellos de la alborada, llegó un escolta de municionamiento y se ultimó la escarpa del muro. Al detenerse la batalla con carices encarnizados, los extintos y maltrechos se transportaron a la Segunda Caseta y desde esta por tren hasta Melilla: la lista de perecidos la engrosaron dos Jefes, cuatro Oficiales, dos Sargentos y catorce Soldados, más seis Soldados heridos de consideración, así como otros veintidós leves.

Ya, el 19/VII/1909, desembarcaron los ‘Batallones de los Cazadores de Estella’ y ‘Alfonso XII’. Inexcusablemente, la dificultad para asegurar la posición de Sidi Ahmed el Hach y sus contiguas, radicaba en el suministro de víveres. Además, el itinerario hasta las áreas de vanguardia entreveía atravesar doce interminables kilómetros flanqueados por excelentes francotiradores, perceptiblemente versados en las artimañas y estratagemas de la región y contendientes habituados a rencillas tribales que se saldaban con golpes de mano y encerronas.

“Los rifeños, combatientes experimentados, correosos y endurecidos a la subsistencia en condiciones infernales, frugales, expertos del contorno y apasionados por la religión, sorteaban las acometidas frontales, guerreaban en grupos pequeños y se apartaban con sigilo”

A ello se engarza, que los militares españoles no estaban al tanto de las peculiaridades orográficas tan desfavorables, careciendo de planos que retrataran las recónditas y salvajes gargantas del Gurugú.

Los harqueños, no satisfechos consigo mismo y dada su frustración ante Sidi Ahmed el Hach, optaron por abrir brecha en una posición más quebradiza y opuesta a su dirección de avance y por detrás de la primera, con el objetivo de incomunicar Sidi Musa y desde la que sería factible abordar la instalación de la Segunda Caseta que custodiaba como oro en paño las subsistencias y bastimentos.

Sin inmiscuir, que quienes se exponían sobrios y arrogantes, tenaces y escépticos entre sí, enarbolando una inquebrantable alianza ante cualquier sospecha de intimidación que aspirase aturdir sus tradiciones o quebrantar los modos de vida, recibieron el amparo de unos 500 beni urriagueleses y otras camarillas que regresaban de ganarse el sustento diario en las cosechas.

De esta manera, la harka rifeña proliferó cuantitativamente.

Por ende, Sidi Musa era una cumbre en las bifurcaciones del Gurugú, desde la que se asían los conductos férreos y, en sí, los vasos comunicantes entre Melilla y las posiciones avanzadas. Pero, a su vez, estaba dominada por esta, pudiendo ser batida. En breve tiempo, acometieron el Atalayón y las avanzadillas de Sidi Ahmed el Hach, causando un fallecido y seis heridos.

El 20/VII/1909, el General Marina incrementó los posibles remiendos de la posición: los Soldados del ‘Regimiento África N.º 68’ encabezados por el Teniente Coronel Martínez Pedreira, se afanaron en guarnecer el cerro con un parapeto defensivo. A ellos se articularon la Compañía de Cazadores de Mérida, una Sección de cañones de montaña, la Sección de Ametralladoras del África y una Sección de Zapadores. Aunque, para atender a los militares y el ganado mular, hubo de ampliarse el recinto con empalizadas y sacos terreros.

Lo que estaría por llegar, no era algo inusual: aquel enjambre enardecido y ataviado con chilaba emprendió el acometimiento sin fisuras, sabedores que los Oficiales españoles tendrían buenas fuentes de sus propósitos.

A primeras horas del ocaso, el fortín de Sidi Musa confeccionado por el Teniente Carcaño y resguardado por dos Compañías del ‘Regimiento África N.º 68’, quedó acorralado. Con anterioridad, se estableció una Sección de Artillería de montaña para superar los desfiladeros que bajaban hacia la Segunda Caseta y una Compañía de Cazadores de Mérida.

En principio, el ardor de los fusiles, cañones y ametralladoras, así como la efervescencia del sostén impetuoso desde Sidi Ahmed el Hach, logró conservar rezagados a los asaltantes.

En intervalos intermitentes y maniobrando como modus operandi la ‘guerra de guerrillas’, los rebeldes martillearon con severidad el Atalayón, Sidi Ali y Sidi Ahmed el Hach. Vencida la oscuridad, la avería inesperada de un cañón y dos ametralladoras empequeñeció el énfasis hispano, alentando al enemigo a envalentonarse con una arremetida en la parte trasera, habilitada temporalmente para el ganado.

El Batallón de Cazadores de Mérida apenas adiestrado y motivado que escudaba la delantera, se apartó atropelladamente a los interiores, pero, en escasos segundos, el Teniente Roca Llovet reagrupó a los hombres y estos regresaron a la posición, para reiteradamente ser repelidos por los rifeños.

Los bereberes, obedeciendo al impulso de su instinto y haciéndose amo y acreedor de la iniciativa guerrera, escindieron las alambradas y desmantelaron las cubas de agua que proveían a la posición. En esto, que los Soldados del ‘Regimiento África N.º 68’ contraatacaron a la bayoneta y junto a los Cazadores de Mérida, por esta vez, lograron contenerlos, rescatando a los malheridos y algunas cajas de municiones que se daban por perdidas.

En consecuencia, en aquellas lejanas latitudes en medio de la nada e incrustados profundamente en tierra de nadie, el resultado virulento del combate y la refriega consistente en implementar una estrategia de diminutos puntos afianzados que envolviesen la zona protegiendo cordilleras, hondonadas y riscos salientes, a priori, infructuosos hasta convertirlos en una odisea, hacía como en otras tantas encrucijadas, que frente a una horda de turbantes y su corolario de cabilas satélites, no pasase desapercibida la figura impoluta del rifeño entre una sucesión de barrancadas en un triple confín de picachos.

Lo que, incorporado a una palestra infernal, esgrimiendo la majestuosidad de un carácter plenamente belicoso y no cómo la de un ejército regular, malograba el ser o no ser, de quienes se atreviesen a combatir abrazados en una última comunión de tintes místicos y efectos demoledores, punteados con carabinas y espingardas alimentadas con cartuchos de papel encerado y bala redonda.

Ineludiblemente, los reportes necrológicos del lado español fluían copiosamente…

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