Parece que los políticos, locales o nacionales, no están acostumbrados a que los empresarios, locales o nacionales, levanten la voz y les digamos lo que pensamos de sus actuaciones y decisiones políticas y que afectan, de forma directa o indirecta, a las empresas. Y parece que, cuando lo hacemos, la respuesta inmediata es que nos tachen de intervenir en política o de tomar partido en favor de los ‘hunos’ o de los ‘hotros’. Y nada más lejos de nuestra intención. Solo pretendemos, cuando nos pronunciamos, poner negro sobre blanco lo que pensamos, guste más o guste menos a los políticos.
Los políticos están acostumbrados a hacerse fotos, vanagloriarse de lo que han hecho, tergiversar la realidad y las estadísticas en función a sus intereses, criticar lo que han hecho o dejaron de hacer ‘los otros’ en vez de responder de su propia gestión o falta de esta y, sobre todo, lo que van a hacer por nuestro bien en el futuro –aunque sepan que no lo harán– pero nunca reconocen sus errores. Y como nadie les dice nada, salvo los políticos del signo contrario, les molesta que la sociedad civil –los empresarios, en este caso– manifestemos nuestras opiniones.
Esta forma de actuar la llevan incluso a las más altas instituciones desvirtuando el sentido para el que fueron creadas. Empezando por el Parlamento, que nació para debatir y dictar las normas que van a formar parte del cuerpo legislativo y para controlar la acción del Gobierno de turno. Ya no se debaten las futuras normas, sino que se aprueban Reales Decretos o las Proposiciones de Ley, negociando –por no decir comprando– los votos necesarios para su refrendo a cambio de prebendas exigidas por las minorías, aunque las normas aprobadas sean de muy escasa fundamentación jurídica, sin respaldo económico y social y sus consecuencias bastante distintas a las esperadas.
Las preguntas parlamentarias son contestadas –por escrito o de viva voz– saliendo por la tangente o dando capotazos, pero no respuesta a la pregunta. El Gobierno suele hacer oposición a la oposición antes que dar explicaciones de su gestión. Y el voto de cada parlamentario no es el de los ciudadanos que lo votaron –y a los dicen representar– sino el que el jefe del grupo parlamentario respectivo indique con una seña que deben acatar por obediencia debida. Y al que no siga la orden, se le sanciona y se le pone una cruz en su ‘currículum’ político. Ya lo dijo hace tiempo el otrora ‘compañero Arfonzo’: el que se mueva, no sale en la foto. De ahí la proliferación de los partidos localistas de la que se quejan los partidos de ámbito nacional.
Todo esto viene a cuento para dejar claro que los empresarios no entramos en ese juego político. A lo mejor, estamos equivocados y deberíamos hacerlo, pero bastante tenemos con sacar adelante a nuestras empresas, mantener y crear empleo y riqueza para nuestros vecinos y contribuir con los impuestos que pagamos –nos guste más o menos– para sustentar a toda esa clase política que ha hecho de esa noble actividad una profesión; mantener el estado de bienestar –que nos hemos dado, no regalado por ellos– y la sanidad, la educación, los servicios públicos y pagar la deuda que ellos contraen ‘por nuestro bien’ y que acabarán pagando nuestros hijos, nietos y bisnietos. Nuestros impuestos los usan también para sus caprichos, las cosas ‘chulísimas’ que se les ocurren a una caterva de indocumentados intelectuales, en viajes y gastos suntuarios y en otras ‘historias’ que como señaló el Instituto de Estudios Económicos suman 60.000 millones de gasto público ineficiente o los más de 14.000 millones de subvenciones “fantasma” denunciados por la AIReF.
Si los empresarios nos quejamos de inseguridad jurídica o de que se toman medidas que nos afectan directamente sin contar con nuestra opinión, desde las más altas instancias se emprende una campaña contra empresarios y las empresas, volviendo a la arcaica imagen del puro y la chistera. Si los empresarios les decimos a las autoridades que estamos hartos de falsas promesas y de milongas, se enfadan y ya no se quieren reunir con los únicos representantes oficiales de las empresas de Melilla, aunque haya muchos otros temas urgentes que tratar además de la reapertura de la frontera.
Si a los empresarios se nos ocurre registrar en el Congreso de los Diputados un escrito resumiendo las mismas cuestiones que llevamos demandando años, algunos políticos se enfadan porque lo hemos hecho a través de un grupo parlamentario distinto al de los partidos con representación nacional y relacionado con uno de los dos partidos del Gobierno local.
Si los empresarios criticamos el resultado provisional de la LINEA 8 que habíamos solicitado y en la que tantas esperanzas habíamos puesto desde el principio de la pandemia para ayudar a las empresas que habían creado o mantenido el empleo, algunos políticos dicen que solo defendemos a los que se han quedado fuera y que las empresas con beneficios no tenían derecho a la subvención –cuando no es así– en vez de reconocer los errores en las bases, las posibles equivocaciones en la baremación de las solicitudes y la posible –como avisamos en agosto– y ya demostrada insuficiencia de los fondos previstos para atender todas las solicitudes. Y los del otro lado, primero dicen que ellos son capaces de encontrar esos fondos en 48 horas y luego se desmarcan diciendo que eso le corresponde al Gobierno de turno. Pónganse de acuerdo por una vez y den solución pronta para que todas las empresas que han cumplido los requisitos exigidos puedan cobrar la subvención.
Pocas veces decimos públicamente lo que pensamos a los políticos y cuando lo hacemos se molestan. Pues bien, en pocos días podremos volver a decir lo que pensamos de los ‘hunos’ y de los ‘hotros’ de forma silenciosa, secreta y democrática mediante el voto en las próximas elecciones. No se molesten en decirnos lo mal que lo hacen los otros cuando gobiernan y lo bien que lo van a hacer ellos. De eso ya estamos un poco hartos. Y, por favor, no nos cuenten más milongas ni más mentiras. Estas tienen las patas muy cortas.
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