Cuando llegué por primera vez a Melilla, compartí con mis amigos de Facebook una foto de la ensenada de Galápagos y todos quedaron maravillados con que en el norte de África tuviéramos un rincón estéticamente perfecto. Los que nunca han pisado esta tierra suelen imaginar que aquí vivimos colgados de los árboles o que dormimos bocabajo, como los murciélagos.
Me pareció entonces y me sigue pareciendo hoy, que Galápagos es el sitio más hermoso de Melilla. ¿Dónde puede alguien encontrar una playa con mar abierto y murallas en el centro de una ciudad?
Por eso me apena tanto ver ondear la bandera negra en Galápagos por un vertido de fuel y gasolina, que la marea ha arrastrado desde Horcas Coloradas. A estas alturas no sabemos si ha sido accidental o provocado. No sabemos cómo ha podido ocurrir.
El caso es que sobre las aguas turquesas de nuestra ensenada perfecta flotaba ayer una mancha negra de combustible. Terrible.
Desconocemos el origen del vertido, pero lo que sí sabemos es que no es la primera vez que somos víctimas de un crimen medioambiental de esta magnitud. Supongo que a la mayoría de melillenses le duele, como me duele a mí, que esto ocurra.
Mirad a vuestro alrededor. No tenemos industrias, ni fábricas y por no tener, no tenemos ni porteadoras. No tenemos nada. Nos queda la naturaleza, la gastronomía y los edificios modernistas para cuando encuentren la vacuna del coronavirus y con suerte vuelvan los cruceros a nuestra ciudad.
La probabilidad de darle un vuelco a la situación y pasar de ser un pasillo para el trasiego de mercancías a Marruecos a un polo turístico, es remota, pero existe. De hecho, se ha barajado la posibilidad de vender paquetes conjuntos Melilla-Marruecos, pero las cosas han cambiado mucho en los últimos meses y lo que todos llamamos la nueva normalidad, más que nueva, para nosotros es o al menos se presenta como el fin.
Hay mucha gente en esta ciudad, y me refiero a los amigos de Guelaya, que hacen lo que pueden y más, por dar la batalla para preservar el medio ambiente. Pero no es fácil. Es lo que tiene la pobreza: te pone a elegir entre comer y todo lo demás.
Recuerdo que durante una ruta por la costa rifeña en dirección al Cabo Tres Forcas, me sorprendió la cantidad de basureros ilegales y bolsas de plástico que vi a pocos metros de algunos acantilados, a la orilla de una carretera medianamente buena y donde había unas vistas espectaculares.
Pues bien, hoy no podemos decir que no somos como ellos. Somos peores. Tenemos vertidos de combustible en el trocito de mar que Marruecos nos permite adjudicarnos. Me pregunto si a los que habéis nacido aquí no os duele. Porque a mí, que no soy de Melilla, me duele como si el daño lo hubieran hecho en la Bahía de La Habana. Debe ser porque uno no es de donde nace. Uno es de donde come y de donde es feliz.
He visto las imágenes y sentido una tristeza inmensa. No cuidamos nada. ¿Cuántas veces se han sumergido nuestros buzos en el mar para sacar bolsas y bolsas de basura? Y mientras más sacan, más hay.
No entiendo cómo es que a estas alturas no hemos entendido lo dañino que es el plástico y por eso creo que deberíamos empezar a renunciar a él. Vuelvo y repito: no es fácil. Pero si todos ponemos de nuestra parte, Melilla podría aspirar a ser un territorio libre de bolsas contaminantes. No hay que ser radical y sólo hace falta que cada uno haga lo que pueda. El que usa 20, que use diez; el que usa diez, que sólo gaste cinco. El que gasta una, que deje de gastarla. Todos según sus posibilidades.
Ya sé que eso es una quimera. Los seres humanos llevamos demasiado tiempo atados al plástico y sacarlo de nuestras vidas no entra en la cultura de esta tierra. Pero para cambiar las cosas hay que empezar soñando con que ese cambio es posible. Es cuestión de aspiraciones, de esperanza y, sobre todo, de ganas.
No sé cuántos de las decenas de melillenses que a diario pasan por la ensenada de Galápagos han sentido hoy la impotencia de no saber quiénes son los responsables de esa desgracia. No sé cómo lo hacen los cacos, pero en esta ciudad han conseguido hacerse invisibles. Te rompen los retrovisores y nadie ve nada; te rayan el coche y nade ve nada; te roban el bolso y nadie ve nada; te intentan violar y nadie ve nada. Lo de los tres monos sabios (no veo, no oigo y no hablo) no va con nosotros. Aquí ver, nadie ve nada, pero hablar… Ni te cuento. Hablamos hasta de lo que no sabemos. Nunca he visto una ciudad con tanta imaginación.
Creo que la única forma de impedir que un nuevo episodio de contaminación se produzca en Melilla es castigando a los autores. Lo que han hecho en Galápagos es un crimen en toda regla. Y da igual si fue accidental o a propósito, tenemos que saber qué pasó. No podemos seguir pasando página de todos y cada uno de los capítulos desastrosos que vivimos.
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