Hamed es sastre y en su pequeño local, situado frente al Mercado Central, tiene las estanterías repletas con ropa metidas en bolsas con posits con indicaciones. Mientras plancha los pantalones a los que les acaba de meter el bajo, se ríe al ser preguntado por cuántos años lleva trabajando en este oficio: décadas. “Más de 30 años”, dice.
El local tiene apenas dos años y en su sastrería, ‘Mar Chica’, explica que hace todo tipo de arreglos. “No hay sastres en Melilla”, apunta, pues él sabe hacer confecciones y trajes a medida, pero por el precio que cuesta, la gente solo acude a él para hacer arreglos. “La medida está cara” y ahora, señala, la gente compra la ropa ya hecha.
Ha trabajado en lugares como Barcelona, Granada o Marruecos. Expone que toda la ropa se cose fuera porque la mano de obra es más económica y su papel ahora es encargarse de los arreglos que le piden los clientes.
Más allá de la transformación de su oficio, este año se tiene que enfrentar al encarecimiento de los productos. Explica que si un ovillo de hilo le costaba antes 70 céntimos, ahora le sale por tres euros.
Uno a uno van pasando los pantalones por la plancha. Algunos son nuevos y tienen la etiqueta puesta, pero sus dueños necesitan meterle a los bajos. Él solo está sacando adelante su negocio, asegura que no hay trabajadores porque la frontera está cerrada. Que abra o no, dice, es cosa de Madrid y Rabat, aunque le gustaría que abriese porque la mercancía es más barata.
Y es que además del encarecimiento de los productos, tiene que pagar 500 euros de alquiler por un local de unos pocos metros cuadrados, la seguridad social por ser autónomo y los materiales con los que trabaja y a ello hay que sumarles los gastos personales que tiene, como los de su casa.
A pesar de esta situación, subraya que no ha podido subir los precios “porque la gente no tiene”. También tiene que trabajar al menos 10 horas para conseguir salir adelante. “A veces me quedo hasta las diez o las once de la noche, hay que trabajar mucho”, dice. Solo descansa el domingo y hay veces incluso que viene este día para ordenar y limpiar el local. “¿Qué voy a pedir? Solo puedo seguir trabajando”, expresa con resignación.
Subiendo la calle, al lado de la tienda de Kif Kif, está la tienda de Hakiba. A diferencia de Hamed, ella ha abierto su negocio este mes de febrero. Aún le falta colocar el cartel de la entrada y repartir las tarjetas de presentación, pero asegura que ha sido muy bien acogida en la zona.
Explica que ha decidido hacerse autónoma por la situación de crisis que hay, por la dificultad de encontrar un empleo, y que su familia le apoyó en ello. Recalca que está cosiendo desde los 13 años y se sacó el título de costura. “Como no hay trabajo, he decidido buscarme la vida”.
Anteriormente estuvo trabajando en el Eroski de Málaga haciendo arreglos o confeccionando cortinas, pero nunca había abierto un local, hasta ahora. Dice que siempre tuvo la ilusión, pero le preocupaba que fuera mal y no se atrevía.
Sentada frente a la máquina de coser mientras arregla una prenda, asegura que estos primeros días está contenta y ya acude mucha gente a pedirle arreglos. Algunas de las principales peticiones que tiene son estrechar la ropa, arreglar las cremalleras, los bajos; también ha llegado a hacer un disfraz para una profesora.
Al igual que Hamed, Hakiba ha notado la subida de los precios en elementos como la máquina de coser, la luz (tiene que usar la plancha), etc. “Los negocios hay que probar para ver cómo sale”.
También señala que las costuras están caras. “Hay que echarle muchas horas, por eso la gente prefiere comprar la ropa hecha”. Recuerda que hace unos años había problemas para encontrar tallas grandes, pero ahora “hay de todo, y más en las franquicias, además de que es más barato”.
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