Todo el que vive o pasa por la ciudad ha tenido que cruzar el Parque Hernández una o varias veces. Si no ha podido hacerlo, que es algo casi imposible, ya que este lugar está en el centro neurálgico de esta pequeña ciudad, es una desdicha para esta persona porque se ha perdido uno de los espacios más bonitos y emblemáticos que tiene Melilla.
Su origen se remonta a finales del siglo XIX, concretamente con la llegada del comandante general Venancio Hernández Fernández en 1899. De él toma su nombre, ya que antes de ser un lugar lucrativo y bucólico donde los melillenses pudiesen pasear entre sus jardines, en su lugar existía una explanada desaprovechada y sucia en la que se vertían las tierras que se extraían del nuevo cauce del río de Oro (se había llevado al sur del cerro de San Lorenzo, donde está Gaselec) y se realizaban maniobras militares.
Por ello, el comandante general, con el sufragio de la Junta de Arbitrios, decidió convertir dicha planicie en un frondoso parque forestal donde los melillenses de la época, y posteriores, pudiesen ir de recreo. Muy en la línea de los parques de otras ciudades de España y del resto de Europa.
Fue el ingeniero militar Vicente García del Campo quien se encargó del proyecto de Hernández, cuyas obras cesaron ya en 1902. Es entonces cuando el Parque Hernández queda inaugurado. Desde entonces se ha ido arreglando y acondicionando a lo largo de todos estos años.
Desde sus fachadas y entradas, sus bancos, sus pérgolas, templetes y su vegetación. Se fue urbanizando y embelleciéndose, aunque dejó de ser un parque forestal. En su haber llegó a tener un pequeño museo arqueológico bajo el templete de música e incluso un vivero, aunque con el paso del tiempo el parque se fue haciendo más pequeño de lo que era entonces (en los años 30 le redujeron cuatro hectáreas) y estos lugares fueron también trasladados a otros emplazamientos.
Escenas de cotidianidad
A día de hoy, 117 años más tarde, y a lo largo de todo este tiempo el Parque Hernández ha cambiado, pero muchos lugareños y visitantes lo cruzan a todas horas. Las escenas que encuentras ahora son rutinarias y, adaptadas a los tiempos, algunas deben ser muy parecidas a las de hace antaño. Ahora una mujer anda a paso ligero pegada a su móvil, parece tener mucha prisa, puede estar yendo al trabajo. Nos encontramos a dos jóvenes en sentido contrario subidos en patinetes eléctricos, hablan y se ríen. Quizá hayan quedado con algún colega de la pandilla antes de que empiece la Feria de Melilla y antes de que empiece el instituto.
En la parte del parque que pega a la calle General de la Marina hay también un amplio espacio para los más pequeños. Es un parque con un castillo. Ahí los padres acuden para que sus retoños se desfoguen, jueguen y socialicen con otros niños. Ellos, mientras los observan desde la sombra. Hace mucho calor, y alguno de esos renacuajos se escapa, atrevido, buscando los chorros de agua que hay cerca de la fuente. Alguien se va a enfadar si acaban empapados. La proeza de los pequeños es pasar rápido antes de que te alcance el agua.
Al estar en pleno verano, los transeúntes más mayores se reparten por todos los bancos del Parque Hernández en busca de sombra. Algunos tratan de disfrutar del ‘semi silencio’ que le ofrece ese rincón de Melilla y los aleja por unos instantes del bullicio de las avenidas principales. Algunas de estas personas pasean de la mano. Esa sí que puede ser otra imagen universal y transversal a las épocas. Un pequeño gesto que hace que uno piense en los primeros besos bajo las palmeras de este parque, o las miradas furtivas entre jóvenes cuando estos se cruzan las pandilla de amigos y amigas, sobre todo cuando se atavían de camperos en tiempos de verbena. Disculpen, de Feria.
El Parque Hernández ha albergado durante mucho tiempo la Feria. Entre sus pasillos de palmeras y pérgolas de bugamvillas y otras especies de arboles y flores, los feriantes colocaban sus casetas. La música sonaba y los melillenses paseaban y disfrutaban de sus Fiestas Patronales en honor a la Virgen de la Victoria. Ahora la Feria se hace en otro lugar, pero hasta hace poco más de una década era el Parque Hernández el lugar predilecto de caseteros y feriantes, y la Plaza de España donde se colocaban las atracciones. Aunque cabe mencionar que esta actividades podrían haber deteriorado en ocasiones el estado del parque.
El reloj de sol
Mientras uno pasea ensimismado en las similitudes de los tiempos pasados y los actuales, aparece un señor que trabaja en el mantenimiento del Parque Hernández. Se llama Pascual. Como él otros tantos que se encargan de velar por la salud de este bonito espacio de esta ciudad española y norteafricana. Dice que ese parque no es lo que era entonces. Y señala una puerta en la que pone “Sala de lectura infantil y juvenil”. Cuenta que esa puerta lleva tapiada desde ya hace unos años, pero que antes de ser una sala de lectura, hace más de 30 años fue una cantina De mucho éxito además, porque atraía a mucha gente.
Él es de Melilla de toda la vida, así que ha podido observar algunas de las vidas que ha tenido este parque para poder compararlas con la de ahora. Con cierta melancolía recuerda otros rincones de este emblemático lugar y entre las cosas que más echa de menos está el reloj de sol. Era una pequeña plataforma circular y plana con unos dibujos y con una especie de “cartulina” erguida que según cambiaba la posición del sol asombra proyectada marcaba las horas.
El paso del tiempo también ha pasado factura a los árboles, el picudo rojo está atacando muchas palmeras, las cuales algunas tampoco dan dátiles como antes, y hace unos meses uno de los árboles centenarios del Hernández, un drago, tuvo que ser retirado por mortandad. Pascual cuenta que estuvo presente y parece que es una de esas pérdidas de nunca va a olvidar, porque el drago era tan anciano como el parque.
Por su parte, Lola no es de Melilla, pero vino a estudiar enfermería hace ya más de 30 años y ha vuelto a la ciudad en muchas ocasiones, aunque pasase mucho tiempo desde la última. Puede ser de la misma quinta del trabajador del parque. Ella también recuerda ese reloj de sol y se queja de lo que han puesto ahí un redondel que pasa desapercibido con las modernistas formas sinuosas que bordean las zonas de tierra de las plantas. A Lola también le vienen a la memoria las pérgola, aunque de color verde, con su buganvilla morada, el palmeral y el suelo con ondas verdes, amarillas y rojas.
Recuerda también los carrillos del interior del parque, el que esta cerca del castillo infantil y el que pega a la calle Luis de Sotomayor, sobre todo porque iba a comprarse pipas y refrescos en su época de estudiante y después a comprar golosinas par sus hijos años más tarde. Pero reconoce que la parte del parque infantil aunque es necesaria, le quitó parte del encanto decadente de finales del siglo XIX con el que solía recordar este antiguo parque en el corazón de Melilla.
Pero el Parque Hernández aún mantiene esa reminiscencia decimonónica en parte de su decadencia, tal y como cuenta esta transeúnte. Una decadencia que desde el lado positivo le hace un lugar bonito que se encuentra a caballo entre el pasado y el presente con los toboganes para niños y las máquinas de gimnasia junto a las pérgolas llenas de flores, las palmeras, los templetes y los homenajes a los personajes históricos como Lope de Vega, Miguel Fernández o Rodríguez de la Fuente.
Además, según se puede leer su entrada por la parte de Plaza de España, el Hernández fue catalogado en 2007 como ‘Parque Histórico’ durante el XXXIV Congreso de Parques y Jardines de la UNESCO. Aunque haya evolucionado, los melillenses pueden estar orgullosos del Parque Hernández.
Bibliografía de las referencias históricas:
González García, Juan Antonio; Enrique Mirón, Carmen (2010). Paseos botánicos por la ciudad de Melilla. Melilla.
Soy gnomonista con cerca de 130 relojes de sol construidos y miembro de la directiva de la Asociación de Amigos de los Relojes de Sol (AARS) con sede en Madrid y me ofrezco a ayudarles a calcular, diseñar, reponer, o lo que haga falta con respecto al reloj de sol del Parque Hernández. Por cierto, nací en Tetuán en la época del protectorado. Un saludo