Entre las festividades que hemos tenido que reinventar por la pandemia, está la celebración del Carnaval, una fiesta que nos recuerda como ninguna otra las contradicciones del ser humano. Una suerte de espejo en el que mirarnos una vez al año, que nos rememora lo que internamente pretendíamos ser y lo grotesco que podemos llegar a representarnos.
Con la convivencia de Melilla ocurre un poco lo mismo que con la fiesta del carnaval. Somos una sociedad que está todo el año pretendiendo demostrar su capacidad para convivir en diversidad, pero de vez en cuando esa diversidad se manifiesta resquebrajada y nos devuelve al debate interno de qué hemos hecho realmente por cuidarla y mejorarla.
Precisamente el Carnaval es una de esas fiestas que de vez en cuando nos hace topar de frente con el estado en el que nos encontramos en cuanto a convivencia en diversidad se refiere. Una chirigota de repente expresa lo que muchos ciudadanos están rumiando y estalla la polémica. Entonces todos nos precipitamos en condenar lo que está sucediendo. La última vez pasó en la ciudad hermana, Ceuta, con unas desafortunadas letras, xenófobas y racistas, que levantaron a buena parte de la ciudad hermana.
Pero el carnaval no es la única festividad que de vez en cuando nos explota en la cara. En Melilla, son cada vez más las polémicas que acompañan a las celebraciones culturales y religiosas. El año pasado, la presentación de unos cuentos con motivo del Año Amazigh y el encendido de las Luces Interculturales con motivo de la coincidencia de las festividades de Januká y de Navidad también fueron objeto de polémica. Desde hace un lustro la fiesta del Aid El Kebir es fuente de conflictos. Y hasta la celebración este año de la Semana Santa y el Ramadán, dos festividades para la convivencia y la reflexión, no han dejado de ser tensionadas por sectores especialmente enfangados en el ruido político de los populismos identitarios, con las redes sociales como canal principal de expresión.
Sobra decir lo mismo de la celebración de otras efemérides como el Día del Levantamiento del Sitio, que ha vuelto a utilizarse como arma arrojadiza política, o nuestro propio Día de Melilla. Cada 17 de septiembre, una parte de la ciudadanía nos recuerda que no se siente representada por la fecha. En todas ellas, una mala gestión de la diversidad cultural y la polarización populista de la sociedad nos ha llevado al punto en el que actualmente nos encontramos.
Y, ¿qué hemos hecho por intentar mejorarlo? En julio de 2014, la Ciudad aprobó una ‘Declaración para un Pacto por la Interculturalidad de la Ciudad Autónoma de Melilla’. Tras más de dos años de debate, con participación de más de 50 entidades de la sociedad civil, un pleno extraordinario de la Asamblea de la Ciudad, llevó el debate al máximo órgano de representación ciudadana. 19 diputados de los 25 que la componen votaron a favor, sumando el 80 % de apoyos de las filas del PP y CpM. Aún con esa mayoría abrumadora, el respaldo no fue suficiente para el modelo de Ciudad Intercultural que promueve el Consejo de Europa y la Comisión Europea, que mide el grado de interculturalidad de una ciudad en función del consenso obtenido para aprobarlo políticamente.
¿Quiénes se abstuvieron o votaron en contra entonces? El PSOE del momento se abstuvo y el PPL votó en contra. La motivación, el peligro de que la declaración, que ya había llegado edulcorada al pleno, eliminando la consideración de ‘institucional’ y ‘social’, quedara en ‘papel mojado’. Y, efectivamente, es lo que parece que ha ocurrido tras el balance de los últimos 7 años desde su aprobación.
La declaración preveía un mecanismo de seguimiento y control a través de una comisión que debía “emitir informes sobre el cumplimiento de lo acordado”, “denunciar públicamente las incitaciones al odio entre comunidades, así como las prácticas y manifestaciones racistas y xenófobas”, “dar curso a las denuncias” y “proyectar y divulgar en el exterior el modelo de convivencia intercultural melillense”.
Desconocemos si esa Comisión, “integrada por el Grupo de Seguimiento del Diálogo Intercultural”, que debía de ser “creado por acuerdo unánime del Consejo Rector del Instituto de las Culturas”, se llegó a poner en funcionamiento. Lo que sí sabemos es que uno de los objetivos principales del ‘Pacto’, no solo no se ha cumplido, sino que, en muchas ocasiones, vemos como la convivencia intercultural de la Ciudad hace fallas hasta convertirse un factor de conflicto entre comunidades y de guerra entre las fuerzas políticas.
Los valedores de esa ‘Declaración’, los partidos que en su momento votaron a favor de aprobarla, nos preguntamos qué han hecho realmente para que se cumpla ese ‘Pacto por la Interculturalidad’. Si realmente han velado por que se pusieran en marcha los mecanismos que preveía para su debido cumplimiento. O, tras tanta farándula y puesta en escena institucional y social, solo había una intención de escaparate.
El balance de los últimos años parece que nos indica lo último. La diversidad cultural y religiosa ha seguido sirviendo de arma arrojadiza, celebración tras celebración de fiestas oficiales, acto tras acto de Ciudad, campaña electoral tras campaña electoral.
Mientras tanto, los discursos de odio han crecido, opciones que eran inimaginables que obtuvieran representación están más fuertes que nunca y los episodios de desencuentros entre diferentes formas de entender la diversidad cultural se han sucedido. Nada parece haber mejorado. Más bien, el horizonte que se nos presenta es de conflicto y los mecanismos para remediarlo han resultados ser fallidos o falsos.
Ante este panorama, desde este Grupo Zendint de Convivencia y Diversidad del PSOE de Melilla realiza un llamamiento desesperado a convivir en paz y diversidad. Pedimos responsabilidad a todas las instituciones y fuerzas sociales y políticas para restituir la senda del diálogo intercultural y la lucha decidida contra las manifestaciones de odio hacia la diversidad. Pedimos que se retome el debate para un Pacto Social por la Interculturalidad, que nunca se llegó a tomar en serio por parte de aquellos que en su momento lo avalaron, y que necesite de consenso político unánime y el respaldo mayoritario de la sociedad melillense.
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