El pasado 10 de marzo el ministro Fernando Grande Marlaska dijo en una intervención en el Congreso de los Diputados que la frontera inteligente estaría funcionando en Melilla para finales de este año 2022. Sin embargo, este martes la delegada del Gobierno, Sabrina Moh, ha asegurado en declaraciones a la prensa que se sigue trabajando para que esté lista el año que viene.
Sindicatos policiales creen que Grande-Marlaska se columpió en el Congreso a preguntas de los diputados de Vox, Javier Ortega Smith, y del PP, Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu, y aclaran que tal y como están las obras de Beni Enzar, la frontera inteligente no podría estar lista en Melilla de ninguna manera este año.
No sabemos, porque nadie lo ha explicado aún y la oposición tampoco ha pedido explicaciones, a qué se debe que las obras de la frontera inteligente no vayan a estar acabadas a final de año como se dijo o qué fue lo que llevó al ministro a errar en su pronóstico. El caso es que se aplaza un poco más y eso en Melilla no es noticia porque la frontera inteligente se anunció aquí en julio de 2015, y siete años después seguimos a la espera de una inauguración que no llega.
La primera vez que se habló de frontera inteligente, España había decretado el nivel 4 de alerta antiterrorista tras los atentados de Francia, Túnez, Kuwait y Somalia. Esa alerta sigue vigente a día de hoy. Por tanto, lo que era necesario entonces, lo sigue siendo también ahora.
¿Qué representa para la ciudad que tengamos una frontera inteligente? Se traduce en un mayor control de quién entra; quién sale y quién se salta las autorizaciones de estancia en Melilla. En la práctica las entradas y salidas están controladas en este momento por la Policía Nacional, pero cuando esté en funcionamiento la frontera inteligente el proceso quedará automatizado.
La propaganda comunitaria dice que la frontera inteligente agilizará los controles fronterizos y representará un salto de calidad en temas de seguridad y de fluidez del tráfico fronterizo. De esta forma, se espera que su instalación sea determinante para identificar a cualquier persona que haya podido cometer un delito en el espacio Schengen relacionado por ejemplo con el terrorismo.
Por eso no se entiende por qué el Ministerio de Interior ha tardado tanto en instalar esos pasillos biométricos en Melilla. No sabemos si es por falta de dinero, de voluntad política; porque se temía que afectara las relaciones con Marruecos o porque no se tenía acceso a la tecnología. Nadie del Gobierno ha respondido aún a una pregunta que la oposición no ha hecho.
Llevamos siete años escuchando hablar de la frontera inteligente y muchos todavía no saben que hablamos de reconocimiento facial; de controles a través de cuatro huellas digitales y de los datos alfanuméricos que serán incorporados al sistema.
Traducido al castellano: con la frontera inteligente se acabó el sellado de pasaportes pero hay que tener en cuenta que eso no ocurrirá este año porque, de hecho, el Ministerio de Interior prorrogó hace unos días el visado de pasaportes en la frontera hasta al menos el 15 de diciembre.
Recapitulando: una vez instalada la frontera inteligente no habrá que sellar pasaportes en Beni Enzar y, por tanto, cabe esperar que el tránsito fronterizo sea más fluido porque los datos del turista que entra en Melilla quedan almacenados en el sistema. Por tanto no necesitará controles específicos. Eso es lo que dice la Unión Europea de este tipo de controles. Otra cosa es lo que pase en la práctica en nuestra ciudad.
Se supone que con la frontera inteligente el sistema detecta que una persona ha agotado el tiempo legal de permanencia en Melilla, o sea, en territorio Schengen, e impide el uso de documentos falsificados. Se evita de esta manera que se den casos como el del terrorista que llevó a cabo un atropello masivo en un mercado navideño de Berlín en la Navidad de 2016 y que antes de cometer el atentado había utilizado 15 identidades diferentes sin ser detectado.
Ahí radica una de las ventajas fundamentales del uso de la frontera inteligente: permite que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad pueden cruzar datos e información a través del sistema y, por tanto, generar alertas tempranas.
Todo son ventajas y van en la línea de usar la tecnología para convertir a Europa en una fortaleza cada vez más segura.
Como hemos comentado en algún artículo anterior, Marruecos prevé hacer lo propio, pero con tecnología israelí. Así que es de esperar que los delincuentes eviten atravesar los controles entre los dos países por lo que, efectivamente, será un salto cualitativo de calidad en temas de seguridad. Me atrevo a decir que este blindaje fronterizo los notarán, sobre todo, los narcos.
Hace unos días la Guardia Civil decomisó en el puerto de Melilla un traslado de 42 kilos de hachís en un vehículo que pretendía embarcar en dirección a Motril. Si en la ciudad no hay laboratorios ni cultivos de esa droga, ¿por dónde le entra el agua al coco?
Quienes pretenden entrar por la frontera, dan fe de que ni siquiera con la factura que demuestra que han comprado pescado en un establecimiento comercial de Beni Enzar les dejan meter el producto en Melilla. Sin embargo, es evidente que la droga está entrando a la ciudad y solo tiene tres vías para hacerlo: con drones, por la frontera o por la costa.
Si en lugar de vigilar con tanto ahínco la entrada de pescado en Beni Enzar, centráramos nuestros esfuerzos en detectar la entrada de estupefacientes por la frontera, aumentaría exponencialmente el número de golpes al narcotráfico, algo que, por cierto, ha caído en picado en el primer semestre de este año.
De enero a junio de este 2022 se tramitaron en Melilla 30 infracciones relacionadas con el tráfico de drogas, frente a las 172 del mismo período del año pasado. Es un descenso superior al 82% y significa que ha habido menos operaciones antidroga de un año a otro.
No se puede estar en misa y repicando. Tenemos que decidir qué nos interesa más como ciudad: vigilar el narcotráfico o controlar la entrada de pescado en régimen de viajeros por la frontera. No hay que ir a la universidad para tomar esta decisión. Es una cuestión de prioridades.