El sol y la playa son algunos de los muchos atractivos de Melilla, que se suman a la belleza de su casco antiguo y a su fama como segunda ciudad modernista después de Barcelona. Sin embargo, hay muchas otras personas que visitan esta ciudad mediterránea motivados por su otra realidad, que abarca por completo su vertiente más multicultural, social y solidaria, pero que esconde un escenario, en ocasiones, triste.
Este es el caso del joven fotógrafo independiente Claudio Rivero y de la estudiante de Relaciones Internacionales María Carmona, quienes pasaron varias semanas en Melilla conociendo bien de cerca los entresijos de una parte de la sociedad melillense. Durante su estancia en la ciudad, descubrieron aspectos que “pasan completamente desapercibidos y que son desconocidos” en la península o en las islas, pero que les llamaron la atención.
Foto a foto
Rivero es de Las Palmas de Gran Canaria y pasó un mes y ocho días en la ciudad por su interés en comprender los flujos migratorios a los que se ve sometida Melilla al tener frontera con Marruecos. “No vine como turista, vine a dar visibilidad a temas humanitarios, especialmente a las porteadoras, pero también a los menores”, explica el fotógrafo. Rivero asegura que pasó gran parte de sus días con los niños de la calle, con los que entabló una relación muy estrecha, y pudo comprobar de primera mano la situación en la que viven y “el rechazo que sufren”.
Este joven de 23 años dice decidido que estos chicos son su “familia” en Melilla”, una ciudad que no le acabó de gustar al sentirse en “territorio hostil” por considerarla “muy militarizada”. No obstante, asegura que le gustó “la gente que está activa”, sobre todo en temas sociales, pero lamentó que muchos de ellos fueran personas de fuera de la ciudad y “sólo estuvieran de paso”.
Durante su estancia, también mostró interés en conocer el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), al que no pudo acceder por la imposibilidad de conseguir los permisos para ello. Esto no le impidió conocer a residentes del centro que compartieron con él su experiencia hasta su llegada a la ciudad autónoma y las esperanzas por las que luchan día a día.
Este fotógrafo estuvo acompañado en todo momento por su cámara de fotos, con la que retrató algunas de las escenas que más le marcaron durante su visita a esta ciudad que conforma la Frontera Sur de Europa a la que quiere dar más visibilidad, según explica.
Algunas de esas escenas fueron las visitas al monte Gurugú, donde conoció el asentamiento de migrantes subsaharianos a los que acabó llevando algo de ropa al conocer su situación.
Letra a letra
Carmona es una sevillana de 21 años que pasó en Melilla 20 días entre julio y agosto. Vino animada por las monjas de María Inmaculada, a quienes había conocido previamente en Bilbao. Esta joven estudiante del Grado de Relaciones Internacionales de la Universidad Loyola Andalucía puso rumbo a Melilla por su “vocación por los Derechos Humanos y las ganas de conocer en primera persona la realidad de la inmigración”.
Carmona participó activamente en el CETI, donde colaboró como profesora en clases de alfabetización de adultos, aunque también participó en las colonias urbanas de las hermanas a las que acudían niños con pocos recursos económicos y menores de los centros de La Purísima y la Gota de Leche, según relata a este diario.
Esta joven asegura que “Melilla es una ciudad de contrastes” y reconoce que, a medida que uno se mueve hacia la periferia de la ciudad, “puede apreciar la pobreza, la suciedad de las calles y el contrabando”. La valla también llamó la atención de Carmona, que no puede dejar de preguntarse “quién financia todas las concertinas y trabas que tiene”.
La estudiante reconoce que lo que más le gustó fue poder “palpar la realidad que sufren muchas personas y conocer sus historias”, lo que le dio la oportunidad de conocer “la ciudad multicultural” que es Melilla y el “ejemplo de convivencia entre diferentes culturas y religiones”. Sin embargo, Carmona lamentó la brecha entre ricos y pobres, a pesar que de “Melilla es solidaria, podemos encontrar numerosas ONG” que lo demuestran.
Uno de los mejores puntos de la experiencia de Carmona es que no tuvo ningún problema en la ciudad, pero sí reconoce que al principio tuvo un poco de miedo, sensación que se fue “de inmediato” al sentirse respetada.
Esta estudiante concluye que quedan muchas cosas por hacer en Melilla y destaca “la falta de compromiso por parte de las autoridades hacia el respeto de los derechos humanos y las decisiones cortoplacistas”, a lo que añade “la falta de conocimiento por parte de la población sobre la realidad de la inmigración”.
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