Este gobierno no se merece estos españoles. Por lo menos no se merece, en su infinita bondad y clarividencia, una clase de español como el que suscribe, timorato a la hora de aplaudir como se merece la bizarría, sentido de Estado y fervor patriótico de unos gobernantes que, liderados por ese enviado por la Providencia que es ZP, ha sido capaz de adoptar, muy a su pesar, unas medidas económico-sociales cuyas excelsas virtudes los ciudadanos no nos dignamos, con supina ingratitud, reconocer en su justa y benéfica dimensión. No hemos sabido apreciar, lastrados por tan oceánica ignorancia como cortedad de miras, que todo lo que el Gobierno promete quitarnos en el presente será por nuestro bien futuro. Será como una dieta, molesta por los esfuerzos pero necesaria si se quieren alcanzar los objetivos propuestos. Sí, nuestra pobreza de hoy será la abundancia del mañana, pero siempre y cuando hagamos examen de conciencia y admitamos como verdad revelada los tres argumentos principales esgrimidos por el Gobierno, y sus jaleadores de toda laya, en torno a la conveniencia de aplicar las recetas contenidas en el glorioso y muy salutífero decreto aprobado ayer por el Congreso de los Diputados. Primera verdad: “Estas son medidas valientes, tomadas por un Gobierno más valiente todavía”. Sólo gente de alma torva y oscura puede negar el valor que encierra el aminorar el patrimonio de quienes menos tienen. Qué persona sensible no se conmueve ante ese acto de valentía suprema consistente en suprimir derechos adquiridos de los empleados públicos, descartar la subida de unas escandalosas pensiones de 500 euros, retirar fondos para la atención a enferm@s dependientes, abandonar inversiones públicas destinadas a prestar servicios a las personas que no pueden costearse servicios privados. Un mísero cobarde y anticuado como yo hubiera preferido que los costes de la crisis recayeran en quienes las habían causado y no en sus víctimas. Pero, afortunadamente, he sabido recapacitar y entender que sería una villanía arremeter contra las pobres instituciones financieras. ¿Qué culpa tienen de obtener miles de millones de beneficios anuales a costa del empobrecimiento de la mayoría de los mortales? ¿A qué viene la villanía de acusarles de forrarse con cada movimiento especulativo en los altruistas mercados bursátiles? Por salvar a los bancos que jugaban, con el dinero de todos, a la economía como en un casino los Estados europeos se han endeudado hasta la asfixia. Le regalaron o prestaron a un irrisorio interés de un 1 por ciento, un BILLÓN Y MEDIO de euros de los contribuyentes europeos. Luego, esos mismos bancos prestaron dinero a los Estados a unos intereses leoninos y los Estados ahora se ven constreñidos y chantajeados por aquellos a los que rescató en lugar de encarcelar y expropiar. Por eso hay que ser muy valientes para mirar cara a cara a quienes nos han robado con tanto estilo y elegancia y, con insuperable grandeza de ánimo, decirles: “No se preocupen: tienen todas nuestras bendiciones para seguir despojándonos a su antojo. Continúen con el impune latrocinio. Les ofrecemos el sacrificio de nuestros trabajadores, excluidos sociales, pensionistas y parados para que ustedes sigan acumulando ganancias sin que nadie les ponga frenos, ni brida. Se lo asegura el Gobierno de España”. Segunda verdad: “No respaldar las medidas del Gobierno es una irresponsabilidad”. Sólo los resentidos sociales, los envidiosos y harapientos nostálgicos de la lucha de clases, plantearían que los ricos contribuyeran a la superación de la crisis. ¿Por qué penalizar a los triunfadores? El fundamentalismo de mercado que nos ilumina, y del que nuestro gobierno hace constante apostolado, enaltece la sagrada competividad como principio fundamental de nuestras vidas. Siendo así, cómo vamos a castigar a los más competitivos, a los que han sabido hacer de la crisis una oportunidad para nuevos y fecundos negocios. Son tan inteligentes que las crisis las aprovechan para hacerse aún más ricos. Gente así hay que cuidarla, no acosarla con nuevos impuestos. Hay que respetar su derecho a mover capitales en los paraísos fiscales, esos respetabilísimos centros financieros donde se lava el dinero procedente del crimen organizado, del comercio ilícito de armas, del narcotráfico o de los tiranos del mundo que esquilman a sus martirizados pueblos. Ya se que el Gobierno, atendiendo el pataleo de los gañanes que piden mano dura contra tan brillantes prohombres, ha anunciado nuevos impuestos que graven a los que más tienen. No lo tomen en serio. Este gobierno es lo suficientemente coherente y responsable como para amagar y no dar. Anuncia a modo de aviso, como lanzando a los plutócratas este tranquilizador mensaje: “Tranquilos. Nosotros los socialistas no somos sus enemigos, como hemos venido acreditando de continuo. Somos los que permitimos un fraude fiscal de tal magnitud que, de no existir, el Estado se embolsaría en un año más del doble de lo que pensamos ahorrarnos en dos años con este decreto. Les hemos eliminado el impuesto de Patrimonio que, de no haberse suprimido, el Estado hubiera recaudado el mismo dinero que el que ahora vamos a sustraer a los empleados públicos. Si estamos anunciando nuevos impuestos, pero sin precisar cuándo entrarán en vigor, es para darles a ustedes tiempo para que camuflen o evadan sus dineros. Antes que molestarles a ustedes, que tanto lustre dan a España por el mundo, ya han visto que hemos preferido lanzar este decreto de destrucción masiva de derechos sociales, de principios elementales de justicia. Antes que atosigarles o mermar sus merecidos privilegios, hemos sido lo suficientemente responsables como para lanzar esta bomba contra el mismo espinazo del Estado de Bienestar”. Tercera verdad.”Hay que apoyar el decreto del Gobierno por patriotismo”. Sólo los aislacionistas, la canalla de rústica formación, se pronunciaría en contra de la forma en que nuestro Gobierno ha defendido los intereses nacionales. Ha tenido el coraje de desdecirse en un solo día de lo que venía defendiendo desde hacía seis años. Ha sabido acomodar, con enorme entereza, la dignidad nacional a las órdenes recibidas de Washington y de Berlín. Y, dando muestras de nuestra proverbial inclinación a arrodillarnos ante consignas provenientes de lugares no controlados democráticamente por los ciudadanos españoles, hemos sabido decir que “sí, lo que ustedes manden” a quienes imponen las reglas globales. ¡Qué descomunal ejemplo planetario de franciscana sumisión! Eso sí que es españolear. Ya está bien de encastillarse en periclitadas concepciones sobre la idea de Patria y sugerir, sin ir más lejos, que, ya que se trata de ahorrar, por qué no empezar con la repatriación de los soldados españoles enviados a los mataderos de Irak y Afganistan. Algunos, de mentalidad aldeana, todavía creen que los gobiernos están para crear y administrar un orden justo en el interior de los países y mantener la paz exterior con el resto de las naciones. Son los que aún defienden que España no mande soldados a países que no nos han declarado la guerra, que jamás nos han agredido. ¡Cuánto paleto opinando de asuntos internacionales de los que no entienden! Dejemos a los que saben y mantengamos a las tropas españolas en una situación en la que lo normal es matar o que te maten. No pretendamos que ese dinero invertido en muerte y destrucción lo empleemos en mejorar (o, al menos no empeorar) la vida cotidiana de nuestros conciudadanos. ¿O es que ya hemos olvidado nuestros compromisos internacionales y vamos a dejar solos a nuestros socios en la defensa de los intereses de las grandes compañías petroleras y corporaciones industriales transnacionales? No queramos ser como esos gobiernos vendepatrias y egoístas como el austriaco y el irlandés, que sólo aceptaron ingresar en la Unión Europea cuando se les garantizó el estatus de neutralidad. ¡Menudos insolidarios! Mira que gastar el dinero en educación antes que en armamento…¡Verdaderamente inadmisible!.