HACE unos días llevaba a mi hijo al colegio y para sorpresa nuestra, una persona atravesó a pie la rotonda del Tesorillo en hora punta por mitad de la calle, cortando el tráfico y ajena al sonido de los claxons y los improperios que le lanzaban desde las ventanillas de los coches.
Quizás éste sea un caso extremo de falta de educación vial, pero este tipo de transeúnte con la matrícula oculta bajo los pantalones no son una excepción en Melilla. Es casi habitual en esta ciudad que un peatón salga de la nada y cruce la calle justo por detrás del vehículo que estás intentando aparcar.
A veces pienso que el paso de cebras es en Melilla un derroche de pintura. A este ritmo terminaremos como Miami, que no los tiene porque la gente no conoce la costumbre de andar por sus aceras fabulosas. No se bajan del coche por temor a ser asaltados, en algunas zonas como Hialeah, o simplemente por echar culo, porque en el mundo de las hamburguesas, los tacos, los tostones y los chicharrones andar es de cutres y cansa.
¿Nos hemos preguntado por qué los peatones van como pollos sin cabeza por Melilla? ¿Es sólo por falta de Educación vial? Mirad a vuestro alrededor: coches aparcados en mitad de pasos de peatones; farolas en medio de las aceras, bordillos que parecen trampolines desde donde precipitarse a la calle, sobre todo si se va en silla de ruedas, con un carrito de bebés o con muletas. O simplemente si se es mayor y cualquier paso en falso nos manda al hospital.
Eso por no hablar del enjambre de cables colgando de las fachadas, que como se desprenda alguno nos va dejar más tiesos que la estatua de Franco.
Pero ojalá los peatones fueran nuestra única preocupación. En realidad son el menor de nuestros problemas de tráfico. Tenemos la ciudad invadida por vehículos.
Es inexplicable que en sólo 13,3 kilómetros cuadrados de territorio tengamos más de 60.000 coches matriculados.
Lo peor, si es que hay algo peor, no es el exceso de tráfico sino las velocidades y los cinco minutillos de gracia que mucha gente se coge frente a los colegios, la panadería, la confitería, la cafetería y hasta la casa de su madre.
Son cinco largos minutillos de gracia que además disfrutan en la doble fila e incluso en los semáforos con esa costumbre, más de pueblo que los columpios, como diría Alejandor Sanz, de pararse con todo su chocho a saludar a un conocido o despedirse como Dios manda antes de apearse del vehículo. Los de atrás, que esperen.
No creo que esto sea sólo cuestión de falta de educación sino también, un hábito muy rural. He comprobado que en pueblos de la España profunda, las aceras están prácticamente de adorno. La gente va, como el ganado, por mitad de la calle, con su matrícula oculta bajo los pantalones.
En Melilla vamos de modernos hasta que nos descubran. No me extraña que mucha gente admita que cuando sale a la península no coge el coche. Lo entiendo. Es simple: no saben conducir. Estoy segura de que muchos no pasarían hoy un examen de Tráfico.
En el último año se han dado pasos de avance con la colocación de radares, la rebaja de la velocidad a 30 km/h y la peatonalización del centro. Pero hay que ser más atrevidos, hay que ir a más y resolver de una vez los problemas que tenemos con esas aceras que parecen bordillos y que en realidad son barreras o con la mala costumbre de creernos que vivimos solos en la ciudad cuando plantamos el coche en mitad de un paso de peatones. Eso es de juzgado de guardia.
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