Opinión

El color del otoño

Es el continuo retornar, la vuelta de casi todo, el adiós de lo intenso y el anuncio de un invierno que aunque llegue, presumiblemente tardará. Es el otoño, estación y factor que atenúa tanto, que acorta el día en beneficio de la noche; que aboca la rutina a tantos hogares y vida en común que se desperezan del sopor del estío y todos sus condicionantes.

Es el regreso para recargar la realidad y que esta deambule con autoridad y sin tregua porque aunque el ambiente estacional atenúe, otras circunstancias se acentúan. Y se acentúa, puede que más que nunca el ardor político en clara divergencia con las necesidades reales de la gente. Es un momento en el que la persecución de la futilidad de la memoria se afana con ahínco.

Ayer, tras su convocatoria, un episodio de trashumancia humana tuvo lugar para recordar cuán distantes están los polos políticos en el mundo institucional que nos atañe. También para dejar claro que, tras el velo legítimo de la protesta, subyace la irrenunciable querencia por los espacios de poder. En el fondo no fue más que el grito ante una suposición en tono afirmativo pero que aún no ha llegado. Es esa palabra, amnistía, protagonista que tanta notoriedad tuvo en periodos de transición, pero no solo.

Pero no serán pocos quienes se pregunten sin la convocatoria hubiese sido más real para el sentir general si los motivos fuesen otros, muy reales también: el inusitado e inalcanzable precio del aceite y otros bienes de primera necesidad y que pasan a la categoría de casi lujo; el cierre de comedores escolares que se extiende, las aún precarias medidas para que la conciliación familiar se alguna vez un hecho y que incide sobremanera en muchas parejas jóvenes a la hora de decidir en ser progenitores y que afecta especialmente en el derecho y también la necesidad e igualdad de trabajar la mujer; el recorte de algunas libertades que se entendían conseguidas e inalterables y que alcanzan el ámbito cultural también, las ayudas a la dependencia para paliar la rotura de tantas familias y no menos personas débiles en soledad, el deterioro de la sanidad pública en determinadas regiones y que está en manos de los dos grandes poderes, especialmente el autonómico pero no solo o el empleo de los jóvenes más allá de las estrategias partidistas con los “suyos” en el ejercicio del poder antes (los que puedan) que intenten la diáspora.

Son algunos de los problemas reales de tanta gente, no de las directivas de las formaciones políticas, y que a buen seguro comparte esa mayoría social ajena a la muy cansina disputa política que brinda un espectáculo, eso sí, mediático en un escenario dividido entre dos actores aparentemente irreconciliables pero que busca lo mismo, el bien. Eso sí, previamente, con los mandos de la nave a buen recaudo.

Ha faltado, desde décadas atrás, no muchas, sensibilidad y empatía, con las minorías y especificidades, ahora convertidas por doquier en determinantes. Y esa falta ha venido de los grandes partidos que cuando quisieron reaccionar vieron que ya le habían construido dentro. En algunos casos se mantiene la unidad o la mayoría suficiente por una u otra causa (a veces nada clara) pero la tendencia es que ese puzle en el que se ha convertido el mapa político e institucional tiene vocación de perdurar y sin retroceso.

Dado que los problemas del vivir de la gente no parecen ir muy parejos a la necesidad de los diferentes liderazgos políticos, al menos que no se distancien más. Que esa brecha, aunque pueda parecer una utopía, la atenúe el color del otoño. Tal vez, el invierno.

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