Opinión

La colisión mayúscula de la arquitectura de defensa europea

Indiscutiblemente, los ramalazos y la incidencia de la guerra en Ucrania han obsesionado a Europa en lo que atañe a la hechura armamentística, tomando conciencia de sus debilidades y fortalezas. Fijémonos en los casos concretos de la República de Polonia, Estonia y Letonia, que han destinado más ayuda per cápita a Ucrania, que propiamente Estados Unidos.

Por otro lado, la República Federal de Alemania ha dejado atrás el impedimento de su oposición militar en el exterior con la remesa de armamento pesado para el Gobierno de Volodímir Zelenski (1978-45 años). Y por si fuese poco, la República de Finlandia y el Reino de Suecia han solicitado el ingreso en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Al unísono, el Reino de Dinamarca ha resuelto terminar con la exclusión que la colocaba al margen de la defensa europea.

Posiblemente, estemos asistiendo al desmoronamiento del armazón de seguridad europeo. Y es que, la Federación de Rusia se ha convertido en un componente imprevisible que ha instigado aceleradamente a la Unión Europea (UE) en general, y en particular, a varios de sus miembros, a examinar y reconsiderar el andamiaje de su propia seguridad. Además, por vez primera desde su caminar, la Comisión Europea ha resuelto poner en juego fondos comunitarios, al objeto de financiar armas para Ucrania y se ha hecho con el timón en la coordinación de la inversión europea en defensa para sortear una segmentación potencial. Recuérdese al respecto, que en la pasada cumbre de Versalles, los veintisiete resolvieron una ampliación drástica del gasto en defensa y la búsqueda de la independencia energética.

De hecho, el alegato que los Jefes de Estado y de Gobierno de la UE rubricaron el 11/III/2022, ya indicaba al pie de la letra que el ataque ruso a Ucrania “constituía un choque tectónico en la historia europea” y por eso se proponía que la Unión admitiese sus responsabilidades para salvaguardar “a los ciudadanos, los valores, las democracias y el modelo europeo”.

Recientemente se ha dado luz verde a la candidatura de Ucrania y la República de Moldava a la UE, y la concepción de una hipotética ampliación del círculo comunitario ha salido del ostracismo donde por entonces diversos líderes europeos lo habían postergado. En paralelo, los estragos de la guerra a resituado a la OTAN como una herramienta capital para la defensa colectiva del Viejo Continente que en el fondo se siente intimidado. Pero la soberanía estratégica de la UE se hace más allá de la defensa: la seguridad geopolítica de los veintisiete no la establecerá una fuerza militar que, por antonomasia, la Unión en todo momento será reticente a desenvolver. Por eso, la autonomía estratégica europea, tal como la concibe la Comisión, ha de avalarse atajando con soltura los sectores de la energía, las materias primas, la tecnología, la salud, la agricultura pero, sobre todo, la defensa.

A pesar de que la guerra en Ucrania ha hecho resurgir a la Alianza Atlántica en un refundido entorno de confrontación directa con Rusia, la UE es sabedora que su aportación a la seguridad integral no la resolverá sólo la entereza militar de los veintisiete, sino su capacidad de operar como punta de lanza económica y civil, y su actitud de principal socio comercial con una parte importante de la aldea global. Conservar la seguridad estratégica de la UE en el fortalecimiento económico y civil, facilita ciertas garantías de prolongación a esa aplicación de autonomía geopolítica que está empezando a acomodarse. Con lo cual, los bramidos de la guerra no ha conformado únicamente la influencia de desestabilización y la amenaza de seguridad que entraña Vladímir Putin (1952-70 años) para Europa, sino la profunda dicotomía con la que el planeta asiste consternado a esta confrontación.

Con este enfoque, el golpe de mano de los relatos sobre las diversas responsabilidades en la invasión rusa de Ucrania, ratifica el naufragio evidente de la supremacía occidental a la hora de encontrar una interpretación. Claro, que una vez que se sobrepase la premura del conflicto, o la unidad entre los veintisiete comience a menguar, las discrepancias entre los socios europeos seguirán palpitantes: desde las diversas capacidades hasta las impresiones contrapuestas de Rusia como peligro o socio imprescindible.

A decir verdad, lo que permanecerá es el esfuerzo de adaptabilidad a la realidad que se cierne, o a las alternativas tecnológicas y de seguridad climática, o el convencimiento geopolítico de una Unión que haya podido estar a la altura del reto que en estos instantes lidia en el Este del continente.

Pero, en contra de lo que se ha llegado a declarar, no es el inicio de un paradigma de ordenamiento global. Esta guerra es otro de los apartados más de la rivalidad habida entre las grandes potencias que se venía desencadenando en las décadas pasadas. La primicia, eso sí, es el resquicio como nunca antes de una escalada en el conflicto que pudiera llevar a la pugna armada entre Rusia y la Alianza Atlántica. En esta ocasión, enfrente de lo que venía siendo tradicional hasta ahora, sin actores intercalados.

El enquistamiento en las visiones adquiridas por cada uno de los actores envueltos, así como los miles de fallecimientos y la enorme destrucción producidas, han segado cualquier coyuntura de entendimiento sensato entre Rusia, Ucrania, la UE y la OTAN. El desafío de invertir este cerco por momentos infranqueable, reside en descubrir una escapatoria a la crisis que otorgue a Rusia la cantilena del triunfo, aunque sea de modo elocuente, y a Ucrania, un futuro factible como estado soberano.

La cumbre inaugural de la Comunidad Política Europea (CPE) efectuada en Praga el 6/X/2022, se cataloga como un gran esfuerzo por fomentar la unidad del conjunto poblacional europeo de naciones concernientes o no a la Unión, contra las maquinaciones revisionistas y las políticas punzantes de Rusia.

No obstante, el surgimiento de la CPE vuelve a hacer notorio las inacabables discusiones sobre la integración diferenciada y una Europa que comparte el mismo centro, eje u origen. Los líderes europeos no han titubeado en hacer extensivo el acometimiento de Rusia contra Ucrania con la derivación de una ‘Unión Europea geopolítica’. La réplica de la UE a la guerra puede considerarse un éxito en múltiples parcelas del trípode política exterior-seguridad-defensa. Para ello se han aprobado varios paquetes de sanciones contra Rusia con un destacado nivel de unidad, incluso Viktor Orbán (1963-59 años), que continúa armonizando los acuerdos en Bruselas con la cercanía a Moscú.

Bien es cierto, que se han conseguido avances considerables al igual que en el espacio energético, comprimiendo la sujeción del gas ruso a menos del 10%. Los costos máximos de las importaciones de energía, junto con una imponente disminución del consumo y la ampliación de las reservas de gas, concretan los distintos mecanismos de una futura ‘Unión de la Energía’.

En el contorno de la seguridad y la defensa de la UE que persiste ensamblada en torno a la objeción de la OTAN, ha suministrado armas a Ucrania. Ante esta tesitura, muchos estados miembros han visto reforzadas ampliamente sus capacidades de defensa, como su inversión militar y recursos. Y aunque la amplia mayoría del material militar consignado a Ucrania proviene de Estados Unidos y Reino Unido, la UE ha consolidado la unidad de Occidente brindando a Ucrania su ingreso como miembro del bloque.

“En los tiempos que corren somos testigos de una humanidad que se rearma de manera exprés. Numerosas administraciones y la Alianza Atlántica han entendido a las mil maravillas que es ineludible sacar partido al gasto militar y armamentístico para encarar un presente inquietante y un futuro indeterminado”

Como anteriormente se ha expuesto, en estados como Alemania, el aumento del gasto militar es un cambio de tendencia en su acercamiento a la seguridad y defensa tras un dilatado historial de modesta contribución en esos ámbitos. Amén, que la UE ha empleado el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz como instrumento de su caja de herramientas para proporcionar el debido apoyo a Ucrania, lo que ha presumido un vaivén en su tradición de prescindir de la inercia de recursos compartidos para invertir en operaciones militares fuera de sus límites fronterizos.

Cada una de estas inclinaciones puntean un vuelco de 180 grados en la identificación de la UE en su imagen política, en particular, con relación a su protagonismo como representante internacional. En Bruselas y en muchos otros puntos neurálgicos europeos, el ataque ruso contra Ucrania se ha estimado como un tiempo irrevocable, así como el espolear de una ‘Unión geopolítica’ más afín, un designio que Ursula von der Leyen (1958-64 años) comunicó en 2019 en la introducción de su Comisión.

Por ende, existen cuantiosos enigmas en el futuro afianzamiento de una Unión geopolítica. Algunas capitales ponen en tela de juicio el soporte a Ucrania en caso de que la guerra de agresión de Rusia se acentúe todavía más y se alargue la alarma de un duelo nuclear.

Países miembros como Alemania y la República Francesa tienden a sospechar en el futuro menester de algún prototipo de acuerdo con Rusia, mientras que Europa Oriental y los Estados bálticos están persuadidos de que en los próximos años, Rusia continuará significando una amenaza existencial para la seguridad nacional. Es fácil que la quiebra entre los valedores de la paz y los protectores de la justicia respecto a Rusia, se deteriore en los debates de política exterior de la UE.

El puntal de la OTAN y su encargo como garantía más eficiente de seguridad para los europeos, fundamentalmente, cuando Finlandia y Suecia se conviertan en miembros de pleno derecho, podría desorientar el interés de la autonomía estratégica en el cuerpo de seguridad y defensa, al menos, en opinión de los políticos más atlantistas. Como mencioné precedentemente, la CPE es fruto de la iniciativa francesa mostrada por Emmanuel Macron (1977-45 años) en su alocución en Estrasburgo y subsiguientemente, defendida por el canciller Olaf Scholz (1958-64 años), como recinto apropiado hacia donde echar un vistazo. La CPE aglutina a cuarenta y cuatro territorios europeos, incluidos los veintisiete estados miembros de la UE y países de los Balcanes occidentales como Albania, Bosnia y Herzegovina, Macedonia, Montenegro, Serbia y Kosovo.

El Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel (1975-47 años) apuntó a la tarea de proyectar una “comunidad geopolítica”. En estos momentos, la CPE se contempla como una vía para preservar a los europeos entroncados contra los designios revisionistas de Rusia, sus políticas ofensivas y sus planes opresores.

Mientras que el Acta Final de Helsinki (30-VII-1975/01-VIII-1975) promovió un diseño de seguridad para Europa, la CPE puede concebirse como un empeño por ensamblar a los europeos en términos geopolíticos en circunstancias de progresiva hostilidad entre las potencias circundantes.

Sin embargo, no son pocas las interpelaciones al interés y el deseo de esta iniciativa que todavía está sin respuesta. Digamos, que no está claro cómo la CPE se articulará con la política de ampliación de la UE, y cómo los estados candidatos reaccionarán si este trabajo se advierte como un sucedáneo ante la falta de avances hacia la adhesión. La CPE podría acabar siendo la primera piedra angular hacia la adhesión a la UE, pero se constatan diversos escollos coligados con esta percepción.

Me explico: los países candidatos se resienten por el hecho de que la vigorización de la CPE como foro político podría alejarlos de su verdadero propósito: ser miembros de pleno derecho de la UE y aprovechar los privilegios que les depara el mercado único, además de intervenir en los órganos rectores de la UE y recoger los fondos estructurales y de cohesión.

Asimismo, estos estados suspiran porque la CPE y la ampliación no confluya en el mismo proceso, puesto que justifican que llevan aguardando demasiado tiempo y han dedicado un número adecuado de reformas importantes con respecto a los principios de Copenhague, para que su futuro esté supeditado a un fórum incipiente, pero no lo bastantemente transcendental. De la misma manera, a pesar de las eventualidades reinantes se especifica que Georgia y Ucrania deberían seguir el mismo proceso de adhesión.

Los países de los Balcanes occidentales tildaron las palabras de Macron sobre el requerimiento de modificar la política de ampliación antes de abrirle la entrada a Albania y Macedonia del Norte, los aspirantes que a día de hoy más han prosperado en el proceso de adhesión. La declaración del presidente francés se distinguió como un pretexto para estrechar una meta mayor: proseguir en los próximos años con la Unión de los veintisiete. Acaso, la voluntad política de ampliación esté extenuada, pero los países candidatos insisten en que sus reformas están en marcha y que las consecuciones merecen una correspondencia plena y no una recompensa de consuelo.

A ciencia cierta, la ampliación de la UE padece de agotamiento existencial y no está lo suficientemente claro si unos referéndums nacionales formularían efectos nefastos en la suposición de una nueva rueda de adhesiones. A resultas de todo ello, la Comisión de Jean-Claude Junker (1954-68 años) expresó que no deberían pronosticarse más ampliaciones durante su mandato, pero años más tarde, apenas hay interés por otra ampliación si la Unión no examina antes su trazo, instituciones y procedimientos de toma de decisiones.

Si llegados el caso la CPE introdujera ofertas en materia de seguridad y defensa, las mejoras en este terreno podrían ir en contra de varios estados miembros, entre ellos, Francia, en robustecer a corto plazo la autonomía estratégica de la UE. Conjuntamente, no está clarificado cómo la CEP se acoplaría con otras instituciones de la UE. Si se instituyese una financiación y programas permanentes, podría ser de obligado cumplimiento el concurso de la Comisión Europea.

A su vez, esto mismo podría ser ambiguo para Reino Unido, que pese a sus evasivas iniciales, ha mostrado interés por la CPE. Macron y otros líderes aspiran a consolidar un escenario de colaboración que aliviaría las contusiones del Brexit, pero la participación de la Comisión Europea podría resultar turbia para el encargo de Londres con la proposición.

Por último, el pronunciamiento de la CPE pone en entredicho las inextinguibles disputas sobre la integración diferenciada y un continente como Europa de círculos concéntricos. Hay que tener en cuenta, que al mismo tiempo que la UE se ha agrandado, ésta ha persistido completando sus distintos espacios políticos, pero es necesaria una mayor tolerancia en la toma de decisiones, debido a que los estados miembros transforman su poder de veto y las pautas de la unanimidad en escudos propios para perseguir intereses meramente nacionales.

“El enquistamiento en las visiones adquiridas por cada uno de los actores envueltos, así como los miles de fallecimientos y la enorme destrucción producidas, han segado cualquier coyuntura de entendimiento sensato entre Rusia, Ucrania, la UE y la OTAN”

Hasta el momento, no se han patentado demasiados avances en la reforma de la UE y en la trayectoria de la integración diferenciada, pero es posible que la CPE revolucione la imagen de los círculos de integración exteriores e interiores, en atención a la disposición y capacidad de los estados miembros para una mejor integración.

Así como el conflicto bélico en Ucrania ha confluido alteraciones en las políticas de la UE, la CPE se consideraría como la Unión geopolítica en acción. En cambio, queda por vislumbrar si se convertirá en una iniciativa predecesora en Europa.

Llegados a este punto de la disertación, al ratificarse el fuste de la OTAN y las prioridades discordantes de los estados miembros, las finalidades concretadas en la Brújula Estratégica acogida en 2022, podrían perder la atracción de integrar la defensa en el marco de las estructuras de la Unión.

Por aquel entonces, sólo un mes más tarde del comienzo de la guerra en tierras ucranianas, este extracto es el primer Libro Blanco de la defensa europea. Y con él, la Unión se sitúa tanto dentro de una estrategia de defensa como de una hoja de ruta con miras de aquí al 2030. Además, se entrevé que muchos de los objetivos para la evolución de la defensa europea se habrán conseguido en las postrimerías de este año. Tómese como ejemplo, que la UE quiere convenir las formas de las operaciones de seguridad aérea, establecer movimientos conjuntos en todos los medios y confeccionar ideas para su fuerza de despliegue rápido.

En el momento de su divulgación, este texto se sintetizó como un escaparate para la defensa europea, ya que un punto de vista tan evidente exigiría a los estados miembros a determinar una orientación para la defensa europea. Si los veintisiete y las instituciones logran acomodar sus empeños, podrían aumentar la capacidad de la Unión para desenvolverse en el teatro geopolítico.

No obstante, poner en escena los visores de la Brújula Estratégica demanda voluntad política de los estados miembros y cohesión en su enfoque de la defensa europea dentro del contexto institucional de la Unión, dos talantes que en nuestros días están en reprobación. La adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN ha dado a entender que la excepción de solidaridad de la UE no es garantía de seguridad, motivo por el que los estados europeos apuestan más por la OTAN para distinguir la disuasión y la defensa territorial ante la carencia de capacidades factibles de la UE en esas esferas.

Toda vez, que esto no tiene por qué conjeturar un inconveniente añadido para la integración de la defensa dentro de la UE, pues la atracción europea dentro de la OTAN ha servido para dilucidar la parcelación de las funciones entre ambas organizaciones. Sin inmiscuir, que desenmascara la dificultad de que las naciones más cercanas a la OTAN pongan menos ganas en la integración de la defensa dentro de la UE, ya se trate de la industria de defensa, o la capacidad de recuperación o cualquier otro asunto no más lejos de la gestión de crisis en las inmediaciones de Europa.

Si los ciudadanos europeos toman en peso la singularidad de engrosar la defensa europea, sabrán interpretar los dispositivos conocidos en el marco de la Brújula Estratégica como una ocasión para optimizar la complementariedad en un espacio de defensa común. Finalmente, muchos de los países han elevado los presupuestos de defensa, sumado a la petición de armas desde 2022, tanto para emplearse en Ucrania como para las reservas europeas. Sin lugar a dudas, este conflicto ha generado una demanda en el mercado sin precedentes.

Sobre la práctica, esta situación excepcional podría ser provechosa para la industria europea de defensa que ha de afrontar serios aprietos para compensar el crecimiento de la demanda. A este tenor, no todas las disyuntivas auguradas en las capitales se convierten en adquisiciones de sistemas, aunque la Comisión Europea mueve a los estados miembros a esgrimir estos elementos para multiplicar la base industrial y tecnológica de la defensa.

La muestra más fehaciente en este argumento lo traslada Alemania, que ha optado por comprar 35 aviones de combate Lockheed Martin F-35 Lightning II de fabricación norteamericana. Otras naciones como Finlandia, han tomado medidas semejantes. Tales operaciones afectarían a medio y largo plazo en las estrategias de adquisición. También, las disensiones entre Alemania y Francia sobre la confección del futuro sistema aéreo de combate o FCAS, han confirmado los inconvenientes que implican las propuestas multinacionales de defensa.

Aunque la Comisión Europea haya impulsado varias iniciativas para avivar el perfeccionamiento y la toma conjunta por parte de los estados miembros, la Brújula Estratégica puede presumir de abarcar algunos puntos ambiciosos para sistematizar las inversiones europeas en defensa. Pese a ello, estos mecanismos no serán rentables si los veintisiete están carentes de voluntad política.

Consecuentemente, en los tiempos que corren somos testigos de una humanidad que se rearma de manera exprés. Numerosas administraciones y la Alianza Atlántica han entendido a las mil maravillas que es ineludible sacar partido al gasto militar y armamentístico para encarar un presente inquietante y un futuro indeterminado. El mundo y muy especialmente el continente europeo, no volverá a ser lo mismo tras el ataque ruso contra Ucrania: el tablero de ajedrez que supone esta guerra y que afecta a nivel global, ha oscilado en muchos de sus movimientos e inestabilidad que hasta no hace mucho no habríamos imaginado.

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