Le pedí una cerveza y me miró como quien mira a un tigre trepando por los tejados del Rastro a las dos de la tarde. Luego endulzó la mirada con esa forma tan especial que tiene la gente de Melilla que lleva la amabilidad en la sangre. Me quedé con la sensación de que me había perdonado la vida, pero quizás exagero. En todo caso, él debió darse cuenta de mi extrañeza y me aclaró que dejó de servir alcohol en su bar porque si la gente se emborracha, luego no le paga la cuenta. Supongo que bromeaba, pero el caso es que no vende alcohol en Melilla. Eso no es normal en la península, pero hace unos años tampoco era normal comerse una perrito caliente vegetariano y hoy en Ikea te lo comes y hasta te toca hacer cola.
Para mí son sagradas las decisiones que un empresario tome en su negocio sean económicas o de cualquier otro cariz. Es legítimo y los consumidores o lo aceptamos, o les damos la espalda. Es la ley del mercado. Cada uno es libre de decidir lo que quiere. No hay problemas con eso. Su negocio, sus reglas, sus creencias y todo lo demás son suyas. Por tanto no tenemos nada que objetar. Lo acepto y seguiré yendo a ese local porque me gusta la comida, aunque admito que no me sienta igual con Sprite de limón.
Otra cosa muy distinta y que nada tiene que ver con esto es que en Melilla no se cubran las dos plazas vacantes de profesores de religión católica que hay en institutos de la ciudad y que la única opción que el Ministerio de Educación ofrezca a los padres de esos alumnos cristianos damnificados sea la de matricular a sus hijos en “valores éticos” so pretexto de que no hay docentes disponibles.
Tengo que reconocer que si bien estoy muy a gusto con la definición de España como un estado aconfesional, también defiendo el derecho de los padres a elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos.
Y, ojo, que hoy estemos hablando de esto se debe a que de alguna manera el poder reconoce que los cristianos somos minoría en Melilla y no sale rentable a las cuentas públicas contratar un docente para ‘cuatro o cinco’. O sea, estoy abierta a pensar que estamos ante una decisión más económica que ideológica.
¿Se debe estudiar religión (católica o islámica) en la escuela pública? Yo creo que sí y creo que se hace, en primer lugar, porque se tiene fe y luego porque muchos padres nos planteamos la necesidad de que nuestros hijos crean en una fuerza superior a ellos que los empuja a hacer cosas increíbles por ellos y por los demás. Queremos que crean como creemos nosotros, y aprendan que, para bien o para mal, todas las religiones han sido y son decisivas en los grandes cambios de la humanidad. Eso ha sido así por los siglos de los siglos y sigue siendo así a día de hoy.
Por eso los comunistas, antes de llegar al poder se proponen “asaltar el cielo”. Después, qué os voy a contar yo, viene el discurso de esto es por tu bien, pero gobiernan en formato dictadura. No falla. El modus operandi siempre es el mismo: atacan la propiedad privada y luego la religión. Se retratan cuando criminalizan y socavan las creencias religiosas hasta convertirlas en algo distintivo que te separa de “lo normal”. Pasó en Rusia, en Venezuela o Cuba. Es la manera que tienen de canalizar la fe que mueve montañas para que les sirva de soporte a sus intereses. En lugar de adorar a éste o aquel Dios, te obligan a venerar al Estado que te vacuna sin preguntarte a quién votas.
En todo esto desde luego hay un debate que en algún momento habrá que abordar seriamente en este país. ¿Hay que sacar la religión de la enseñanza pública? Yo soy atea, pero no me molesta que con mis impuestos se pague a los profesores de religión (islámica o católica). Y marco convencida la casilla de la iglesia en mi declaración de Hacienda porque gracias a Cáritas muchas familias cubanas, especialmente con niños y ancianos a su cargo, se llevan algo que comer a la boca. Y en Cuba no hay contribuyentes. El dinero sale, por ejemplo, de aquí.
Como muchos padres de Melilla, apoyo a los profesores de religión (católica o de cualquier otra fe) porque su misión es formar a nuestros hijos en valores. Dicho así, deprisa y corriendo, parece que en “valores éticos” no les enseñan “valores”. En mi opinión, hay una delgada línea entre ambos valores y esa línea tiende siempre a salpicarse con tintes ideológicos. Y es ahí donde veo el peligro.
No lo hago porque crea que si te lavan el cerebro de niño, luego sigues siendo un tarado de por vida. El adoctrinamiento, en mi opinión, es eso que el comunistón de Silvio Rodríguez llama “una luz cegadora, un disparo de nieve”. Y desgraciadamente cuesta salir de ahí, pero se sale.
Ahí se abre otro debate que reconozco que he tenido con personas muy inteligentes. Tengo un amigo que es físico nuclear y socialdemócrata militante que está convencido de que hay gente que por su nivel cultural no debería tener derecho al voto. Como lo oyen. Sin ir más lejos es lo que vino a decir Vargas Llosa en la Convención Nacional del PP cuando mencionó aquello de que mejor que votar en libertad es “votar bien”.
Los que creemos en la democracia también creemos que ni la incultura, ni la religión, ni la nacionalidad, ni el sexo ni el color de la piel ni la lengua justifican que alguien no tenga derecho al voto en el lugar donde ha nacido o donde ha echado raíces. Todos somos iguales ante los ojos de Dios y también somos iguales ante las urnas.
Creo que si no se contratan más profesores de religión por una cuestión económica, lo mejor será decirlo claramente. Nos faltan profesores de matemáticas, de lengua, pero resulta que no tienen el mismo toque ideológico que los de religión. No hay motivos para mantener tantos frentes abiertos.
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