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Claret, un soplo de aire fresco

Antonio María Claret, el nuevo delegado del Gobierno, es un soplo de aire fresco en esta época espesa y de extrema tensión en la vida política local por causa de la proximidad de las elecciones del 22 de mayo. No está contagiado por los tics ni por los enfrentamientos personales que tanto enconan nuestra vida pública. Es un hombre de largo recorrido y mucha experiencia en el ejercicio de cargos de partido y de representación política. Conoce el mundo de las instituciones, de la Administración, de los partidos y las siglas, y parece que está en política guiado por su ideología y por su creencia en unos ideales.
Su trayectoria y la primera impresión que me causó tras oír ayer su discurso de toma de posesión así me lo parece. La mía, como siempre, no es más que una percepción personal, pero muy grata en esta ocasión, porque en un organismo como la Delegación del Gobierno es preciso que impere la neutralidad y las buenas formas, lejos del partidismo extremo, rechazable en todas las épocas del ejercicio político, pero más aún en los previos de unos comicios.
Confío por tanto en que la declaración de principios de Claret, hombre que se definió como un seguidor convencido del socialismo humanista de Fernando de los Ríos, se corresponda con su actuación en el importante cargo para el que ha sido nombrado. Al menos, por mi parte le doy sin duda alguna el voto de confianza. Nada me hace pensar, mucho menos con las referencias que conocidos comunes me han dado de él, que deba temer lo contrario. Por tanto, me alegro abiertamente de su nombramiento, que además se ha producido en un momento oportuno.
El puesto de delegado no es un cargo al servicio del partido, ni tampoco una responsabilidad que ejercer de forma invisible o sin carácter ni impronta de ningún tipo, como ha sucedido con su antecesor Gregorio Escobar.
Tiene un protagonismo incontestable que no debe confundirse con un personalismo fuera de lugar. Trasladar a Melilla la política del Gobierno de España es tan importante como saber convencer, hacer ver o hacer llegar con mayor conocimiento y exactitud a ese mismo Gobierno cuáles son las necesidades de esta ciudad. Y, en esto, el antecesor de Claret falló abiertamente.
No creo que el Gobierno de Zapatero haya hecho por Melilla el esfuerzo presupuestario que esta ciudad necesita, ni creo que la crisis pueda servir de excusa para una ciudad que no requiere de mucha más inversión, pero sí más de la que se nos ha dado en estos años, así como mucha claridad de ideas y fuerte apoyo político para superar sus graves hándicaps de cara al futuro.
Efectivamente, como dijo Claret, el paro y la necesidad de trabajar por una mayor cohesión social deben marcar la política prioritaria de nuestras instituciones en la encrucijada actual de la ciudad, con un índice de paro insoportable y una alarmante falta de cualificación de sus trabajadores y de formación académica en muchos de nuestros jóvenes, que en estos casos de déficits formativos se corresponden en un altísimo porcentaje con melillenses de origen bereber.
Con esos parámetros augurar una posible fractura social no es ejercer de vidente, sino de analista de una realidad que no exige de excesiva observancia y conocimiento para aprehenderla y actuar en consecuencia.
El PP, no voy a juzgar si por convencimiento o sentido práctico, quiero creer que tanto por lo uno como por lo otro, apuesta cada vez más por el aperturismo y por una sociedad melillense más ecléctica en todos los sentidos y ámbitos. Su política en tal sentido se ha venido proyectando progresivamente en la acción del Gobierno Imbroda durante la última década. Pero es precisa una política más profunda en el mismo sentido, menos cortoplacista, menos rentable por tanto electoralmente quizás, pero más decisiva para asegurar con mejor siembra y garantías de mejor cosecha el futuro de Melilla.
En esa tarea, la Ciudad Autónoma, para triunfar, no podrá trabajar nunca sola, porque el apoyo y cooperación del Gobierno de España, sea cual sea el partido al frente del mismo, es crucial e imprescindible.
Ayer, Antonio María Claret inició su discurso político, una vez superados los inicios protocolarios obligados de reconocimientos y agradecimientos varios, solicitando cooperación entre las distintas instituciones. Sin duda, situaciones de desencuentros extremos como los que se han vivido en la etapa de Escobar -como ya he escrito en más de una ocasión, no sólo o exclusivamente por su responsabilidad-, no pueden ni deben repetirse por el bien general de los melillenses y de los intereses globales de Melilla.
Es preciso iniciar una nueva etapa en muchos sentidos en lo que a nuestra vida política se refiere. Por eso, esperemos que el juego limpio se imponga, que las instituciones trabajen como deben hacerlo y que las urnas hablen. Pero, después, hay que aceptar los resultados electorales. No podemos jugar como en 2007 a las pataletas y las impugnaciones, como la que presentó CpM, sin más consecuencia que la de retrasar un mes largo la constitución de la nueva Asamblea y el Gobierno de la Ciudad. Lo peor de la historia nunca debe repetirse.

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