No hay fecha más fiel para concertar una cita con la esperanza que el término de un año y el comienzo al vislumbrarse uno nuevo. Por antonomasia, es el fin e inicio de ciclo; paisaje y drenaje para el balance, proyector de enmiendas y confabulador de deseos, siembra de la confianza en que lo mejor esté aún por llegar.
La vida va aprisa y nos la apresuran las nuevas tecnologías, el interés por pronto olvidar y la realidad tan cambiante como terca, pero los sentimientos siguen siempre su propio camino, su propia cadencia. Nacidos en el corazón y vigilados por la razón, nuestros deseos, los más puros y realmente acendrados en la necesidad, transitan estos días tanto por la incertidumbre como por la ilusión.
Y es en ese binomio donde se aprecia singularmente lo verdaderamente valioso y donde se encuentra la pulsión humana por lo imprescindible. Dar vida, esperarla desde un seno materno fundamentando la familia como el pilar que aguanta todas las tempestades de las que nunca sale indemne pero que siempre llega a la orilla, a puerto, puede ser siempre el aliento en ese continuo transitar por la existencia. Una existencia cada vez más sujeta a vaivenes y a lo inesperado de los acontecimientos.
Es esta hora, este momento, del ciclo de vida, en el que se abre el archivador para guardar lo acontecido, de tantos momentos deseados en olvidar, y de iniciar otro capítulo que sin tener las páginas en blanco por eso de la continuidad de situaciones, se ofrece para escribir nuevos episodios que alienten un mejor porvenir.
Y es así, en el deceso decembrino, cuando se cambia el calendario y vuelve a la casilla de salida, donde los mejores propósitos, y que suelen convivir con otros no tan buenos por eso de la inherente competencia entre los humanos, cobran luz y se apuntalan con taquígrafos para que quede constancia que nuestra racionalidad se orienta hacia un mejor vivir, sentir y, aunque tantas veces cueste, compartir y convivir.
Propósitos que, sin duda, estarán sujetos a las inclemencias de lo que acontezca, pero que en su firme convicción, muchos alcanzarán alcanzaran cotas de realidad. Otros, verán menguada su posibilidad y buscarán otra oportunidad en ese ciclo siempre vivo de las etapas de nuestro discurrir.
Los acontecimientos vienen o buscados o impuestos, pero solo hay algo vital, irrefutable, que no puede arrebatarse y que nos dispone ante ellos, la actitud. Ya lo expresó magistralmente V. Frankl. La lectura de su obra primordial, “el hombre en busca de sentido”, que aún escrita en tiempos extraordinariamente difíciles, es de todo tiempo, lugar y oportunidad.
Como el que acaba de terminar, el nuevo año, serán personas, momentos, emociones al fin y al cabo, los que decidirán lo bueno y lo menos bueno a la hora de hacer balance, pero sin duda trabajar la esperanza en este cambio de estación es, seguro, casi una “obligación”. Que sea un buen año.
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