Opinión

Las toneladas de cereales convertidas en un rehén más del campo de batalla

No cabe duda, que los conflictos bélicos también se forjan acorralando el acceso de los alimentos a los mercados, y como tal, la sociedad europea ha de ser consciente que lo que está aconteciendo es una prueba de fuego que demanda firmeza y entereza. Actualmente, la inflación desorbitada es la punta de lanza más evidente y aguda que la ofensiva en Ucrania está dejando sobre la superficie europea. Además, fuera de las fronteras contendientes el principal desafío es el aluvión de hambre mundial que aguarda fundamentalmente a los países de África y Oriente Próximo.

Y es que, el entresijo belicoso que no cesa, amenaza con desencadenar una crisis alimentaria en toda regla en zonas azotadas por las dificultades climáticas, las desigualdades o el terrorismo. Así, desde el Reino Hachemita de Jordania hasta la República de Chad pasando por la República del Níger, la dependencia de los cereales provenientes de Ucrania, el conocido ‘granero de Europa’, es elevadísima. En otras palabras: los antagonismos rusos en Ucrania imposibilitan que los cereales partan como normalmente lo harían, encareciendo los alimentos en la totalidad del planeta, lo que intimida con empeorar la penuria, el hambre y los desequilibrios políticos en los estados en desarrollo.

A día de hoy, la Federación de Rusia y Ucrania exportan poco más o menos, que un tercio del trigo y la cebada, más del 70% del aceite de girasol y no dejan de ser importantes proveedores de maíz. De hecho, Rusia es el primer productor de fertilizantes. Habitualmente, el 90% del trigo y otros cereales ucranianos se envían a los mercados por vía marítima, pero los obstáculos rusos por el Mar Negro lo imposibilitan.

Una parte del grano se desvía cruzando Europa por ferrocarril, carretera y río, pero la cuantía es una gota de agua en medio del océano en correlación con los periplos marítimos. Igualmente, las exportaciones se demoran porque los anchos de vía de Ucrania no se ajustan a la de sus vecinos del Oeste. Esto se traduce en que los alimentos quedan más distantes de los que ciertamente los precisan. De manera, que para retornar al Mediterráneo no queda otra que dar la vuelta al Viejo Continente.

Desde el inicio de la conflagración, Ucrania únicamente ha podido enviar al mes entre 1,5 y 2 millones de toneladas de grano, de cara a los más de 6 millones de toneladas que facturaba. Al mismo tiempo, el grano ruso tampoco sale, porque Moscú objeta que las sanciones occidentales a su parcela bancaria y de transporte marítimo hacen inalcanzable que transporte alimentos y fertilizantes, atemorizando a las compañías navieras extranjeras de trasladarlos. Además, los empleados rusos hacen hincapié en que se levanten las sanciones para que su grano llegue a los clientes.

"La prolongación de la guerra en Ucrania y el recelo sobre cuánto se alargará en el tiempo, azuzan con socavar la crisis alimentaria en estados vulnerables de por sí, presentándose como uno de los pánicos sobre sus derivaciones y las peores predicciones se están consumando, con una conjunción de elementos que han transformado el conflicto en uno de los principales componentes de inestabilidad"

Con lo cual, ¿qué exponen, o si acaso, denuncian cada una de las piezas de este puzle cada vez más peliagudas? Por un lado, Ucrania culpa a Rusia de atacar construcciones agrícolas, incendiar campos, sustraer grano y pretender venderlo a la República Árabe Siria, después de que la República Libanesa y la República Árabe de Egipto rechazaran adquirirlo.

Las descripciones de satélite tomadas por Maxar Technologies hablan por sí mismas, ofreciendo barcos con bandera rusa en puerto de Crimea repletos de grano y que jornadas más tarde arriban en Siria. Y por otro, Rusia, argumenta que los envíos pueden restablecerse una vez que Ucrania limpie de minas el Mar Negro y los barcos que vengan sean inspeccionados en busca de armas.

Con estos mimbres, el cerco generalizado de las exportaciones ucranianas y el incremento del precio de los fertilizantes, espolean al alza los importes de los cereales y aceites con resultados demoledores que pueden auparnos a un estallido social.

Rusia y Ucrania se topan entre los diez productores más importantes de trigo, la amplia mayoría ubicados en el Hemisferio Norte y entre los cinco mayores exportadores. En su conjunto, ambos significan el 27% del comercio de cereal.

En las horas precedentes a la incursión rusa, el costo de los alimentos se encontraba sumido en el ascenso. De ello, varios ingredientes atañeron a esta acentuación: las cosechas estaban por debajo de la media, los valores del transporte se agigantaron y las cadenas de suministro padecieron interrupciones por la pandemia.

La guerra ha reforzado la fluctuación general, ha desmoronado el mercado agroalimentario y ha abultado las estimaciones de los alimentos y los materiales para la agricultura como los fertilizantes.

Obviamente, no puede quedar en la palestra la inquietud por las trabas en el abastecimiento de trigo, sobre todo, en la región del Mar Negro, han hecho ganar terreno en los importes de este cereal. Entre enero y febrero de 2022, las valías del trigo crecieron un 2,1%, lo que tendría efectos en cadena por la trascendencia del pan en los tratamientos diarios.

La prolongación de la guerra en Ucrania y el recelo sobre cuánto se alargará en el tiempo, azuzan con socavar la crisis alimentaria en estados vulnerables de por sí, presentándose como uno de los pánicos sobre sus derivaciones y las peores predicciones se están consumando, con una conjunción de elementos que han transformado el conflicto en uno de los principales componentes de inestabilidad.

Tanto el corte de las exportaciones de granos como las sanciones a Rusia que condicionan los transportes de fertilizantes, secundan al alza los precios de los alimentos de primera necesidad en un mercado en plena efervescencia por la subida en la tarifa de la energía. Posteriormente, en marzo las cuantías de exportación del trigo y el maíz se ampliaron un 20 y 22%. Hay que recordar que antes de la guerra los precios estaban en cotas altísimas y persistieron así durante 2021.

Ni que decir tiene, que la panorámica de la contienda ha degradado el contexto con subidas desorbitadas nunca vistas, desde que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como FAO, compusiera el índice de precios desde 1990.

Ucrania, en tiempos pasados denominada el ‘granero de Europa’, continúa encarándose en los primeros puestos junto a Rusia en uno de los productores y exportadores más notables de trigo y de aceite de girasol. En un Informe divulgado un mes más tarde del comienzo de la irrupción rusa, la FAO prevenía de los riesgos inminentes que ello arrastraría para el mercado global.

Para ser más preciso en lo fundamentado, según la media de la producción entre 2016 y 2021, Rusia y Ucrania acaparan el 19% de la producción de cebada, el 14% de trigo y el 4% de maíz. Pero el peso de ambos se deduce si se contempla el volumen de las exportaciones.

Sin ir más lejos, Rusia capitanea el cuadro de los exportadores de trigo y morcajo en un entorno en el que los primeros siete proveedores despliegan el 79% del mercado. Por lo demás, Ucrania es el sexto, con el 10% de cuota de mercado, pero también es el tercer exportador de cebada y maíz donde la asignación de Rusia es más pequeña, teniendo entre sus importadores a estados del Norte de África y Asia.

Mientras que la dependencia de Europa con respecto al trigo ucraniano es definida, España introduce el 2,3% desde Ucrania y menos del 2% desde Rusia. Si bien, cosecha 25,4 millones de toneladas al año, pero consumen 36, lo que nos convierte en un actor importador neto de cereal, a diferencia de algunas naciones de estos espacios en los que las importaciones rondan el 50%. Tomando como ejemplo la Republica Libanesa, constituye más del 60% de las provisiones, porque desde las explosiones en el puerto de Beirut el 4/VIII/2020, tiene la capacidad de almacenamiento coartada y no compite con los precios internacionales, al igual que no comercializa cuando éstos son inferiores.

No me refiero a que tenga que comprar diariamente, pero, casi, y si el importe es elevado, pujará por precios altos. Y esto en un territorio que convive con una crisis económica y una moneda que ha perdido parte de su valor adquisitivo.

Otra de las demarcaciones que, por su consumo de trigo se ve seriamente dañado es la región del África Oriental o el Cuerno de África que lo conforman Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía. El caso de la República Federal de Somalia que importa desde Ucrania casi el 50% de trigo y más del 40% desde Rusia. En este territorio el trigo es esencial en la dieta local y por la destrucción de la guerra la mitad que ingresa se importa como ayuda humanitaria.

A resultas de todo ello, las toneladas de grano que no salen de Ucrania imponen a numerosos países buscar otros surtidores, reformar la producción nacional y admitir una rampa de precios que irremediablemente perjudica a todos los productos.

Claro, que el nuevo ingenio disfrazado de Vladímir Putin (1952-69 años) para forzar a Europa está siendo el cereal. Y no solo el suyo, sino que se vale con el aislamiento del puerto de Odesa, desde donde Ucrania transporta al año millones de toneladas para privar del suministro a los cuatrocientos millones de individuos que penden del grano ucraniano.

Dado que la onda expansiva de esta crisis es integral, urge una respuesta global que se administre tanto a corto como a largo plazo. Pero la réplica no puede ser ni mucho menos la restricción del comercio. La vuelta de tuerca al proteccionismo o la reticencia de las exportaciones para avalar el consumo interno no sería la contestación adecuada por dos reflexiones concretas.

Primero, porque agudizaría el hambre en el universo y en este sentido, las exportaciones europeas obtendrían un protagonismo sustancial al respecto, pero se necesita una cooperación internacional a mayor escala. Y segundo, porque aún más se enfatiza el incremento de los costes en los alimentos.

Incluso se requiere que se redoble la ayuda humanitaria y alimentaria directa, tanto para Ucrania como para los puntos más débiles que están resultando afectados en sus racionamientos alimentarios.

Fijémonos sucintamente en el Programa Mundial de Alimentos, PMA, llamado a ejercer un encargo crucial, pero instando a una mayor inversión de los estados, porque de lo contrario, si disminuye el apoyo económico a este órgano subsidiario conjunto tanto de la FAO como de Naciones Unidas, el PMA estará forzado a simplificar las raciones de alimentos que adjudica a estados inconsistentes como Chad, Níger, Yemen o la misma Ucrania.

Estas circunscripciones habrían de utilizar tipos reducidos del impuesto sobre el valor añadido en los bienes y servicios que corresponden a requerimientos básicos, en aras de aminorar la colisión de los elevados costos de los alimentos sobre los más frágiles económicamente.

Del mismo modo, a corto plazo debería decrecer la compensación de las tierras agrícolas que se destinan en la elaboración de materias primas para los biocarburantes, en menoscabo de la explotación de los cultivos con propósitos adecuadamente alimentarios para la población, al objeto de contrarrestar la pérdida de las exportaciones ucranianas de cebada, maíz, trigo y girasol.

Igualmente, ha de modularse un rastreo y estudio periódico en los precios de los alimentos en el mercado. La FAO ha de adjudicarse una actuación decisiva desde el momento de examinar y poner en común recomendaciones, para tratar las secuelas que la invasión de Ucrania está teniendo en los sistemas alimentarios internacionales. A todo lo cual, el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial, CSA, podría hacerse cargo de regularizar un sistema de información sobre el mercado agrícola, poniendo en práctica encomiendas tempranas, optimizando la transparencia y encauzando sobre las maneras de hacer frente a condiciones verdaderamente críticas.

En cuanto a las probables respuestas globales en un largo plazo, es imperioso suscitar una evolución hacia sistemas agrícolas y alimentarios que sean más llevaderos, porque eso entraña hacerlos más resilientes a hipotéticas crisis.

En este aspecto, hay que acomodar la productividad alimentaria al desenvolvimiento de las condiciones climáticas, como lo señala el Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático o Panel Intergubernamental del Cambio Climático, conocido por el acrónimo en inglés, IPCC, y a su vez, atenuar los rastros negativos que está promoviendo la agroindustria intensiva sobre los ecosistemas, con la merma lógica de la biodiversidad.

Digamos, que implementar un mayor carácter de los estados hacia la transición de la praxis agroecológicas que compriman el manejo de fertilizantes y pesticidas químicos, como un asunto que se puso sobre la mesa en la Cumbre Mundial sobre sistemas alimentarios de 2021, formalizando una aspiración de la estrategia de la UE denominada ‘De la granja a la mesa’.

Sabedor que la agricultura ecológica consume cuantías taxativas de abonos minerales y fertilizantes químicos y, por tanto, está menos expuesta a los efectos dañinos que ocasiona la subida del importe de estos insumos químicos en el mercado. Con lo cual, es indispensable enmendar la capacidad para adaptarse de las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas, deleznables a la volatilidad de los precios en los mercados, apuntalando el impulso de cadenas de suministro cortas y surtir el acceso al crédito a los agricultores, para moderar la dependencia de las importaciones de alimentos y defender la soberanía alimentaria interna.

En consecuencia, el disparate en el frenazo en seco de las remesas de grano está produciendo gravísimos inconvenientes no sólo en sus consumidores más próximos, sino que adolece en las ya relevantes hambrunas en África con el hambre como arma infalible, induciendo a daños colaterales en otras partes del mundo.

Ucrania es uno de los más veteranos exportadores de trigo, maíz y aceite de girasol, pero el acorralamiento de sus puertos ha estancado su exportación. Se evalúa que en sus fondeaderos se concentran más de 20 millones de toneladas de cereales y semillas de girasol impedidas al mercado, lo que fuerza a una crisis alimentaria de dimensiones inconmensurables. Si las estimaciones en los costes de productos vitales como el trigo se han desbocado, Ucrania precisa urgentemente vaciar sus silos antes de la próxima cosecha.

Sin lugar a dudas, el envío de granos y reservas de alimentos a los mercados ayudará a recortar la fisura en el abastecimiento de alimentos y a empequeñecer el apremio sobre los precios punzantes.

Mientras se desarrollan fuertes combates sin un mínimo atisbo de vislumbrarse un punto y final en su resolución, y en prevención del recrudecimiento en el frente oriental entablando una ofensiva en el Sur, en una ostentación de profunda hostilidad y susceptibilidad, los representantes rusos y ucranianos no se han sentado en la misma mesa en la ceremonia del Palacio de Dolmabahce en Estambul, bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, para abrir una vía a las exportaciones comerciales de alimentos desde Ucrania en el Mar Negro.

El Ministro de Defensa ruso, Sergéi Shoigú (1955-67 años) y el Ministro de Infraestructuras ucraniano, Oleksandr Kubrakov (1982-39 años), han refrendado de manera separada con el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres (1949-73 años) y el Ministro de Defensa turco, Hulusi Akar (1952-70 años) y en presencia del Presidente de Turquía Recep Tayyig Erdogan (1954-68 años).

En Kiev se percibe la desconfianza sobre las máximas de Rusia: Mykhailo Podolyak (1972-50 años), asesor del Presidente de Ucrania había dejado suficientemente claro antes de la rúbrica, que Ucrania y Rusia no sellarían un pacto directo, sino tratados paralelos con la ONU y la República de Turquía.

Por lo demás, los agentes rusos y ucranianos se han inculpado uno a otro del bloqueo. Primero, Moscú, ha cargado contra Kiev por no realizar el desminado en los puertos y así proporcionar un transporte más seguro, reclamando su derecho de controlar los barcos que llegan en busca de armas. Asimismo, ha insistido que las diversas sanciones han obstruido las exportaciones de alimentos y fertilizantes.

"Los conflictos bélicos también se forjan acorralando el acceso de los alimentos a los mercados, y como tal, la sociedad europea ha de ser consciente que lo que está aconteciendo es una prueba de fuego que demanda firmeza y entereza"

Segundo, Ucrania, cuestiona que la incomunicación habida en el puerto y el lanzamiento de misiles desde el Mar Negro hacen que los envíos sean inadmisibles, solicitando garantías de que los combatientes rusos no aprovecharán los corredores seguros para acometer la ciudad portuaria de Odesa. Y como no, arremete contra Rusia por sustraer grano de sus comarcas orientales, así como de castigar con fuertes bombardeos los campos.

En tanto, que Estados Unidos ha acogido con entusiasmo el convenio, pero ha señalado que responsabilizará con pelos y señales a Rusia de su puesta en marcha, porque ante todo fue una decisión premeditada convertir los alimentos en armas arrojadizas.

A decir verdad, este compromiso abre una senda para volúmenes específicos de exportaciones comerciales de alimentos desde tres puertos clave en el Mar Negro. Llámense Yuzhne, Odesa y Chornomorsk con la plasmación de un Centro de Coordinación Conjunto para verificar la aplicación.

Entretanto, Altos cargos de la ONU han comunicado que se protegerá la entrada y salida de los puertos antes aludidos y en lo que uno de ellos ha mencionado un ‘alto el fuego de facto’ para los buques y las subestructuras cubiertas, aunque la expresión ‘alto al fuego’ no consta literalmente en el contenido del acuerdo. Amén, que la premisa es encasillar en el mercado mundial cinco millones de toneladas métricas de grano y otros productos derivados. En la misma línea, los pilotos ucranianos conducirán sin escolta militar a los barcos por cauces seguros en sus aguas territoriales y no es obligatorio la eliminación de minas marinas.

Los barcos circularán por el Mar Negro en dirección al Estrecho del Bósforo, mientras serán controlados por el Centro de Coordinación Conjunto con sede en Estambul para vigilar el corredor marítimo de cereales, estando supervisado por miembros de la ONU, ucranianos, rusos y turcos.

Según las fuentes de la agencia de noticias, dicho Centro velará por los tránsitos y reconocimientos de los barcos y resolverá si alguno de éstos se aparta de las canalizaciones convenidas. Además, los buques que retornen serán comprobados exhaustivamente por miembros de todas las partes, en respuesta a la sospecha rusa de que puedan portar algún armamento.

Realmente, podrían transcurrir un par de meses antes de que se reestablezcan las cadenas alimentarias que han sido desposeídas de los cereales tan deseados. Al mismo tiempo, Naciones Unidas y Rusia han suscrito un memorando de entendimiento, implicando a la ONU a proporcionar el acceso sin trabas de los fertilizantes y otros productos a los mercados internacionales.

En definitiva, la postergación de la guerra entre los dos estados distinguidos como ‘graneros del mundo’, han puesto en relieve la enorme complejidad en la dependencia del suministro de trigo, fulminando los costes de los alimentos y cristalizando la aprensión a un repunte de la desnutrición en las áreas más desamparadas.

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