Vaya gente buena. Centro de Hijos de Melilla (CHM), o sea, historia pasada, contemporánea y futura de una histórica ciudad. Bajo la presidencia de Joaquín Díaz, 50 años después de que don Eduardo León Solá, alcalde, abogado y procurador a Cortes de Melilla fundara el Centro, tiene una salud cincuentona pero envidiable.
Todas las historias de los últimos decenios de vida melillense están escritas en los muros de la instalación enclavada en la avenida del diputado Castelar. Son cuentos de melillenses de carne y hueso; algunos son afortunados, otros menos, pero todos los socios los conocen y los rememoran.
Hay personajes para todos los gustos pero indiscriminados porque todo el mundo puede entrar en el CHM y sentirse en casa. Está la peña del pínfano. Peligro, hay brotes de mal humor aunque, al final, comprueba uno que todo es guasa, charanga y pandereta. Es lo que tiene el dominó y los caracteres fuertes.
Geli, María de los Ángeles, vino de Asturias, sobre la mejor ala del los mejores ángeles de la gastronomía y ella –con la colaboración de Antonio ‘El Málaga’– le quitan el hambre y la sed a los hijos de Melilla a precios que nada tienen que ver con la crisis de Zapatero. O sea, precios de primeros de siglo pasado, una pasada.
Pero no todo es dominó, copitas y mercachifle. Hay una pareja de hermanos –Joaquín y Manolo Rosa– que, de vez en cuando, agarran con determinación fogones y espumaderas para ofrecer cocina de primera calidad. No me hablen del arroz conejo porque me puedo desmayar.
Tampoco se refieran a los callos del presidente de Adimel –los diabéticos de Melilla–, porque me pude afectar una auténtica alferecía.
Bien. Luego está el símbolo de esta mágica pócima de buena vecindad y mejor amistad: Rafaelito. Se ha jubilado de Correos y su vida es el CHM y los seres humanos que lo ocupan. Él dice que es un ‘apóstol de Dios’, que se encarga de todos rezando a diario y que sus plegarias al Divino se convierten en favorables sortilegios para sus compañeros y amigos.
También dice que habla todos los idiomas conocidos del globo terráqueo y que manda más que Joaquín Díaz, el presidente del Centro. Nos recomienda de vez en cuando: “Salid de la cueva que os vais a apulgarar”. Pero él no sale. Menudo trasto.
Los días son inacabables en el Centro de Hijos de Melilla y son reivindicativos por cuanto anochece, la familia de la avenida de Castelar está loca por amanecer nuevamente. Qué lujo de peña.
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