Caza-melillitas

Jueves. Siete y media de la mañana. Un vehículo de esos verdes pequeñitos, súper cucos, que tenemos en la ciudad con el cartelito de “Melilla + Limpia”, se detiene frente a los contenedores de basura que están en la calle Alonso Martín, entre la Comandancia General Militar y el Parque Hernández.

Hay basura fuera de los contenedores. Mucha. La porquería invade media acera. “Todos los días es lo mismo”, comenta a El Faro el conductor del vehículo. ¿Por qué? El empleado se encoge de hombros. “No pasa sólo aquí. También pasa en otros lugares de la ciudad”, dice con la tranquilidad pasmosa de quien ya no se sorprende.

Si esto ocurriera en un barrio periférico, diríamos que es porque entre sus vecinos vive lo mejor de cada cárcel. Pero esto está pasando en pleno centro de Melilla, en una de las zonas ‘bien’ de la ciudad. No me lo explico.

Sé que el cambio de contenedores, realizado en tiempo de descuento por el Gobierno del PP, no ha gustado a muchos. Hay quienes creen que la basura se pudre con mayor rapidez por el material con que están hechos y apestan el vecindario con un tufillo que tira para atrás. Los hay, incluso, que aseguran que para levantar la tapa con el pie hace falta hacer spinning cinco días a la semana porque eso está duro que te mueres.

De acuerdo. A algunos no les gustan los nuevos contenedores, especialmente los que han sido colocados ocupando un par de plazas de parking en los barrios; pero de ahí a dejar la basura fuera hay un abismo.

Luego te vas a Málaga, a las urbanizaciones del interior que se están llenando de melillenses hartos de no poder pagarse una casa en Melilla porque aquí los precios quitan el hipo y allí tienen los dúplex muertos de asco por 50 y 60.000 euros y ves cómo les falta boca a los vecinos para pronunciar tantas ‘eses’. Pero como son unos guarretes, por sus actos los conocerás. En un pueblo de Málaga que yo conozco el ayuntamiento ha colocado cuatro cámaras apuntando a los contenedores a ver quiénes son los que dejan la basura fuera.

Yo no quiero señalar a nadie. Dios me libre de ser tan mala, pero señores, me da a mí que eso es un ‘caza-melillita’.

Igual deberíamos copiar la iniciativa y poner cámaras de frente a los contenedores de basura que señale la empresa de limpieza y amenazar con transmitir esas imágenes por la televisión pública. Que la gente vea quién es el guarro que no cuida la limpieza.

Eso quizás funcione mejor que las multas. Pero si tan mal están las arcas públicas, como dicen por ahí, entonces una solución sería multar a los incívicos. Que paguen por dejar la basura fuera. Que paguen por no cuidar la limpieza.

Por algún motivo muchos residentes en la ciudad se creen que como esto es África se pueden permitir la licencia de ir a la playa, fumar y enterrar la colilla en la arena; beberse un refresco y ocultar la lata entre las rocas; tomarse un botellín de agua y dejarlo en una jardinera.

Estas actitudes sólo se ven en las ciudades españolas con mucho turismo, donde la gente que puebla las calles no tiene sentido de pertenencia. Vienen, cagan y se van.

Tanto ‘Melilla te quiero’ y al final resulta que los que se dan golpes de pecho son los primeros que tiran las bolsas de basura fuera del contenedor porque imagínate, yo tan fino y tan refino no puedo mancharme la mano tocando ese recipiente asqueroso.

Y por este motivo, la empresa de limpieza no para de sacar mierda a toda hora, de todos los rincones de Melilla. No es sólo un problema de civismo y de educación. En mi opinión, es ante todo un problema de identidad. La gente que está de paso no cuida y los que son de aquí, tampoco. Unos desprecian la ciudad y los otros le siguen el ritmo.

De qué nos sirve tener la casa limpita si luego no cuidamos la limpieza de nuestras calles y plazas. Esto es trabajo de todos. No sólo de la empresa adjudicataria. Pongamos de nuestra parte y Melilla estará de cine.

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