La esperanza en el porvenir no puede sustentarse de la precariedad de los servicios esenciales, nunca. Construir un anhelante futuro, dado que el presente ofrece tantas incertidumbres, no parece deba buscar la solidez comenzando la casa por el tejado.
Algunas prestaciones básicas, como el agua potable, la limpieza pública o las comunicaciones no pueden mantenerse en una gestión como un trabajo sisífico, mítico y estéril por naturaleza, ya que no es por causa del destino, sino del desatino. Singularmente el agua corriente, imprescindible para una mínima dignidad de vida cívica, ha vuelto a recordar la falta de empatía, respeto y responsabilidad por parte de quienes deben velar por ello. Tantas incidencias a lo largo de los años; tantas excusas técnicas no hacen más que confundir y crear desconfianza, hastío.
Muy bien que está la potenciación del deporte y sus convocatorias multitudinarias, la cultura diversa e incluyente, el intento en la atracción del turismo, la promoción del empleo aunque sea precario…pero sin la atención a las necesidades más primarias y prioritarias de los ciudadanos, lo demás se puede tornar inútil. Llama la atención cómo determinados problemas se convierten en endémicos, crónicos, y no por falta de recursos dinerarios según parece, sino por carencia de compromiso y gestión.
Es igualmente curioso que los partidos de mayor representación asamblearia coincidan en pedir una reforma del Estatuto de Autonomía. Avanzar en la igualdad en el mapa de España, aunque también protegerse las espaldas vía injusto aforamiento, de la justicia ordinaria, pero que no confluyan, estos partidos políticos y los demás, en exigir de una vez por todas a y ante quien sea (incluidos los tribunales de justicia) que a la población, con singular incidencia en la más débil, no se le maltrate en las prestaciones básicas, no se digiere. Curioso silencio y/o apatía institucional.
Los cimientos son la base de toda sociedad en permanente construcción y que aspira a seguir siéndolo mejorando en su progresión. Sin una imprescindible prestación en lo básico para vivir, la conversión a subsistir adquiere la categoría de reto y eso es claramente injusto. Nuestra condición de isla, la de Melilla, asentada por el devenir de los tiempos y las circunstancias geopolíticas en las que el vecino físico, Marruecos, es un elemento arbitrario y de poco fiar, deben llevar la vista más allá del Mar de Alborán, pero viviendo no sobreviviendo el día a día.
La vida diaria, la cotidiana, la que induce a la esperanza en el porvenir, no debiera verse empañada con la carencia de lo necesario para vivir dignamente. No se debe construir la casa por el tejado
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