El Parque de Lobera, para mi siempre fue florido y sombrío, por la parte de la muralla de Victoria Grande. Con su tupida arboleda, de pinos enanos, con los bancos de piedra, como grandes nichos. Entonces se oían las recias pisadas de los soldados, con sus tachuelas chirriantes en sus relucientes botas, por las estrechas alamedas, de escaleras cortas y ribazos regados con el agua de la cercana `Bola del Mundo´. A mediados del pasado siglo, por esa parte del Lobera, se paseaba un anciano de boina y bastón, que a la menor ocasión, a los niños más revoltosos, nos reunía en el templete de la placita, bajo la atenta mirada del guarda-parque Sr. Garrido, leyéndonos poesía; y su consejo siempre era, que debíamos visitar el Cementerio para leer los distintos epitafios, grabados en las tumbas: “...porque hay que honrar a todos los que están descansando en sus patios”.
La `Carta´ de hoy la escribe un soldado, que comparte un solo epitafio con sus compañeros, como es el poema de Goy de Silva, escrito a los Héroes de Monte Arruit. Este soldado dice así:
“Queridos melillenses: me llamo Baltasar Gómez Ruiz, y soy Cabo del Regimiento de Infantería, La Lealtad nº 30. Estoy soltero y tengo 22 años. Nací en Ramales de la Victoria, en la provincia de Santander, de apenas 2000 habitantes, cercano al Salto del Oso. Les estoy escribiendo desde el Panteón del General Margallo. No sé si sabrán que a éste General, lo mataron los moros en la noche del 27 al 28 de octubre de 1893, en la que llamaron: `Guerra Chica´. Junto a él, cayeron, los Tenientes García Cabrelles, Mejías, Valverde, y el Comisario de Guerra José Valero; que son los que cada día se les ve pasear por el patio junto a la Capilla, seguidos de más de una veintena de soldados, que fueron también los que murieron, junto a ellos, en las cercanías del Fuerte de Cabrerizas. A mi lado tengo a Melchor Perdomo de los Reyes. Éste es un Sargento de la antigua Compañía de D. Luís Antonio Extremera, muerto de un balazo, junto al Fuerte de Santiago de la Alcazaba. Pero no crean que fue hace pocos años; él dice que lo mataron los fronterizos el 15 de septiembre de 1722, y la verdad es que por el uniforme debe ser así. A su lado hay un soldado que dice llamarse, Juan de Varela, perteneciente al Regimiento Cuenca, que por accidente, perdió la vida al caer al Foso de Santiago. Como sé que hay muchos compañeros que desean dirigirse a ustedes, les dejo con un abrazo lleno de cariño. Si alguno de ustedes se acercara a nuestros panteones, les ruego recen una oración por nuestras almas; pero háganlo con una sonrisa, que es de la única forma que notaremos su presencia. Un beso”.
Como hijo profundo de mi ciudad, y con la idiosincrasia, heredada de mis mayores, también tengo la potestad de la gratitud, a quienes, gracias a ellos, estas `Cartas´, están siendo publicadas, y que ustedes ya saben los nombres de muchos de nuestros soldados, Héroes, que ofrecieron sus vidas por la Patria, que están enterrados en La Purísima. Un gran amigo me dijo que este epistolario debiera titularse: “Epistolario Heroico”.
Juzguen ustedes, mis queridos lectores.
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