AUNQUE el género epistolar, debido a Internet, y al teléfono, hace años que apenas se practica, a mí me encanta esa clase de redacción, con el encabezamiento: “Querida mama, me alegraré que al ser ésta en tu poder estés bien de salud, yo bien gracias a Dios.”. Quizás sea por las reminiscencias que aún me quedan de mi oficio en la Posta, (Cartero Urbano). Lean, con atención, la carta que les escribe un soldado destinado en Melilla en 1774, que dice así:
“Queridos melillenses, me llamo Bautista Pérez y estoy, desterrado en Melilla, sirviendo en la Compañía de D. Vicente Alba. Junto a mí están: Juan Rodríguez Torralba, Soldado del Regimiento de la Princesa nº 35; el confinado Pedro Díez, muerto el 29 de septiembre de 1774, a consecuencia de un ataque de los moros fronterizos, mientras trabajaba en las obras de fortificación del Fuerte del Rosario. También está mi compañero del alma, el Soldado del Regimiento de Brabante, Francisco Jiménez, muerto junto a mí, de balas traicioneras, en las aspilleras del Fuerte de Santa Lucía, el día 22 de febrero de 1775. Nosotros solemos visitar este soleado Cementerio de La Purísima muy a menudo; mayormente por salir de las bóvedas en que estamos enterrados. Aquí nos encontramos a Francisco Fernández Yuste, un obrero albañil, como Pedro Díez, que los moros mataron, junto a varios compañeros suyos, mientras construían un puente para el ferrocarril de unas minas cercanas al poblado de Segangan, a la que más tarde llamaron: Compañía de Minas del Rif. Dice que, junto a él cayeron varios compañeros como: Emilio Esteban de Xérica, que estaba casado y con dos hijos; otro era Cristóbal Sánchez, casado, pero sin hijos; y el simpático mulato de origen cubano, Tomás Almeida. Estos asesinatos, que más bien fueron fusilamientos, a sangre fría, infringidos por los moros fronterizos, a unos trabajadores indefensos, ocurrieron en el Valle de Beni Enzar, el 9 de julio de 1909. Entre Pedro Díez, y Paco Fernández, siempre existe una conversación muy fluida, ya que los dos entienden de edificaciones, y siempre están hablando de lo mismo: que si en Melilla no hay arena, solo hay asperón, que el aire del mar destruye las fachadas, y así siempre. Y fíjense que Pedro siendo 160 años mayor que Paco, éste parece su padre. Yo creo que son cosas de las almas, que no tienen edad, y las incongruencias de nada sirven. Les estoy escribiendo donde están sepultados los legionarios, al que llaman: “Patio de La Legión”. La verdad es que nos entristece tener que dejarles.
Desde estas murallas, y con la vista en nuestra bella ciudad, reciban un fuerte abrazo de nosotros, y extensivo de los que descansan en estas tumbas legionarias”.
Las almas de estos Héroes no están en las fotografías de color sepia, sino en las pequeñas cosas que tocaron, y tan simples, como la de leer algunos de sus nombres en los rótulos de nuestras calles y plazas. Sus muertes heroicas no deben estar desamparadas, ni olvidadas; hay que nombrarlos, a ser posible, uno por uno, junto a sus gloriosos nombres, igual que sus hazañas.
Jamás deben quedar callados como el silencio, después de una batalla, o de una fiesta.
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