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Carlos Hoyo, bodega de las de antes

Dos cuidadas cabezas de elefante hechas de mampostería se sitúan como guardianes modernistas a la entrada del almacén de vinos de Carlos Hoyo Lao, situado en la avenida del General de Aizpuru. Es el anuncio de que uno está pisando el paraninfo del buen comer y del mejor beber. Dios, qué aroma a vino del bueno, qué propuestas de fina gastronomía. Qué amabilidad… porque eso es otra cosa fundamental: La amabilidad. De ella hablaremos un poco más tarde, déjenme seguir. Que decía que esta es la ceremonia propia de quien entra en un templo.
El templo es como las viejas bodegas de antes donde se sabía conjugar los mejores caldos y viandas apropiadas para la ingesta alcohólica, es decir, buenos embutidos, buenas conservas y variedad a un precio más que apetecible porque, hombre, ya sabemos que lo bueno es caro pero si la relación calidad precio se ajusta a las actuales estrecheces del bolsillo, pues mucho mejor. Sabemos que no se pueden comprar duros a pesetas, pero en Hoyo Lao, como que sí, como que la oferta se acerca al famoso refrán.
Pero Carlos no para de innovar. A la inimaginable oferta de vinos y de licores va incorporando nuevos productos, por ejemplo la amplia gama de ‘El Navarrico’ o esas galletas de puro ensueño marca ‘Casa Eceisa’, de Tolosa, galletas con almendras bañadas en chocolate negro… la perdición de las dietistas, el placer de las buenas gargantas. Vaya, todo es una exposición de sabores para los mejores paladares, todo es primerísima calidad.
Decía que hay mucha amabilidad, no sólo por el titular de la casa sino también por parte de sus colaboradores. Carlos infunde una especie de campechanía agradable, de complicidad con el cliente, siempre la sonrisa en su cara. Y aconseja, vaya que si aconseja. Te pregunta qué quieres celebrar, se interesa por tu sabor preferido y, ¡bingo!, acierta con el caldo, el aperitivo y hasta la repostería necesaria para que te pegues un buen festín.
De su mano y sabio consejo, no se va uno de rositas de aquella ‘casa de los elefantes erguidos’, de aquel lugar al que van muchos melillenses aunque sea sólo para charlar un rato con el bodeguero, que también tiene yesca para cinco incendios. Carlos es padre de dos niñas adorables, casó bien con la niña de Paco Marqués, es funcionario civil al servicio del Ejército y es generoso y amigo de sus amigos. Dense una vueltecita por Carlos Hoyo, merece la pena, palabra.

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