El aspecto de la caralluma o chumberillo de lobo (Caralluma europaea) es el de un pequeño cactus; a este tipo de plantas que se asemejan a los cactus se les llama “cactiformes”. La causa de que la caralluma parezca un cactus es por convergencia evolutiva; por explicarlo un poco mejor, la caralluma soluciona el problema de la gran aridez del hábitat donde vive almacenando agua y nutrientes en sus tejidos, tal como lo hacen los cactus en el continente americano. Al convertir sus tallos en almacenes de agua adquieren una textura carnosa o “crasa”; es una característica de muchas plantas de los ecosistemas áridos de África y América, a las que se llama también “suculentas”.
Una curiosidad del chumberillo es que es la única planta cactiforme que vive en Europa, aunque viendo su área de distribución la explicación es evidente; en el continente europeo el chumberillo sólo se encuentra en zonas muy localizadas del sudeste de la península ibérica y el sur de Sicilia, regiones que por su aridez y altas temperaturas recuerdan más a África que a Europa. Dentro de estos enclaves, el chumberillo crece en las laderas pedregosas y orientadas a la solana, donde la aridez y la temperatura se extreman aún más, lo que obliga a la caralluma a sobrevivir durante los meses más calurosos del año del agua y los nutrientes que almacena en sus tejidos. En lo más crudo del período estival, la caralluma tiene un aspecto arrugado, como cuando se desinfla una bota, el aspecto lógico de una planta que está consumiendo los recursos que ha almacenado en su tallo durante los pocos meses en los que la sequía da un respiro en estas tierras.
Otra curiosidad del chumberillo es la forma de polinizarse: sus flores desprenden un olor fétido que recuerda al de un animal en descomposición, y su curioso aspecto, cubiertas de grandes pelos (en relación a su tamaño) y con franjas encarnadas en sus pétalos, refuerzan el engaño. Su misión es atraer a las moscas que acuden a los cadáveres para que efectúen ellas la polinización; de este modo la caralluma se asegura que los insectos la van a localizar incluso en los recónditos rincones de los acantilados en los que suele vivir. Las flores, una vez fecundadas, fructifican en unas vainas de tamaño desproporcionado con respecto a la planta, lo que requiere un gran esfuerzo y un despliegue de recursos enorme para una planta de su porte. Es también una adaptación destinada a asegurar la descendencia en un hábitat especialmente inhóspito para la germinación de las semillas y el posterior desarrollo de las pequeñas plantas.
La similitud de estas vainas con las de otros miembros de la familia Apocynaceae como la adelfa (Nerium oleander) o el cornical (Periploca laevigata) no es casual, pues aunque la caralluma tenga una morfología tan diferente a la de estas plantas, pertenece a la misma familia que ellas. Esta diferencia de aspecto con plantas de su misma familia demuestra el camino evolutivo tan diferente que siguió la caralluma, hasta terminar con un aspecto similar al de otras plantas de familias diferentes y de entornos más cálidos.
Aunque ya de por sí la caralluma nunca ha sido una planta muy abundante, la rarificación de esta especie, que la ha llevado a estar en peligro de extinción, se debió en su día al sobrepastoreo principalmente. En las secas solanas en las que crece, el ganado no puede dejar pasar la oportunidad de hidratarse con los tallos suculentos de la caralluma y aprovechar sus proteínas, y esa presión continuada ha confinado a la planta a las paredes más inaccesibles de los acantilados. Aún allí existe la amenaza de los coleccionistas, que últimamente se han convertido en un motivo más de que cada vez sea más escasa. En las cercanas montañas de Beni Snassen hay todavía una abundante población de caralluma, que aún subsiste sin problemas y soporta la presión de ganado y de la recolección humana para usos medicinales gracias a los altos y escarpados acantilados que caracterizan estas montañas. En los zocos del entorno de Melilla es fácil observar la presión recolectora sobre la planta, pues se vende en cantidades ingentes; además de otras propiedades, al parecer ayuda a regular los niveles de azúcar en las personas que padecen diabetes.
Las repisas de los escarpados acantilados de las islas Chafarinas son un lugar ideal para esta planta, que de hecho es una de las más emblemáticas de la flora de las islas. La abundancia de esta planta hace unos años era una oportunidad que aprovechaban botánicos de distintas universidades de España para estudiar esta importante y curiosa especie. La protección natural que ofrecían las islas y la ausencia de pastoreo y de presión humana conformaban un hábitat para la caralluma similar al que había antaño en otras zonas de su área de distribución, y ayudaba a observar el comportamiento ecológico de esta especie cuando está libre de presiones; en la actualidad las carallumas se han rarificado notablemente, debido en parte a la acción depredadora de ciertas especies que se han ido extendiendo por el territorio desde su desafortunada introducción en las islas, como los conejos, aunque el aumento fuera de control de la población de gaviotas patiamarillas en la zona se suma a las amenazas para la especie. El nivel de incidencia de los distintos factores que provocan la reducción de la población de carallumas y otras especies como el pancracio (Pancratium foetidum) debería ser estudiado con urgencia para evitar su desaparición y lograr la recuperación de las poblaciones originales.
En el vivero de Guelaya estamos reproduciendo plantones procedentes de los últimos ejemplares hallados cerca de la ciudad, en los cercanos escarpes del arroyo Tigorfaten, para repoblar los acantilados de Melilla con ejemplares con la misma genética que los que vivieron en nuestra ciudad antes de desaparecer.
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