La campanilla rosa o campanilla silvestre (Convolvulus althaeoides) pertenece a la familia Convolvulaceae, compuesta en su mayor parte por especies trepadoras, conocidas familiarmente como “enredaderas”. El mismo nombre de la familia indica que la capacidad de trepar es una característica común entre las especies que la integran, ya que proviene de una palabra latina que significa “enredar”.
Muchas de estas especies son viejas conocidas en las zonas rurales de las riberas del Mediterráneo, y en España se les llama con un nombre muy descriptivo: “correhuelas”, por su capacidad para trepar por cualquier cosa que les sirva de apoyo y por su rápido crecimiento. Los agricultores las temen, pues las correhuelas se enredan sobre las plantas cultivadas y compiten con ellas por la luz, además de restarles fuerzas para crecer, por tener que soportar una carga extra. Hay una razón más para temerlas, y es que al crecer enredándose sobre las hortalizas es más difícil para los agricultores su eliminación, que tiene que realizarse a mano, arrancándolas una a una. Por suerte los tallos suelen ser muy finos y casi no ofrecen resistencia. De hecho esta es también una característica común entre muchas convolvuláceas, la finura de sus tallos, no aptos para crecer erguidos. Con esta premisa, los tallos de algunas especies han renunciado a trepar y crecen directamente apoyados sobre el suelo; son las especies llamadas “rastreras”.
La campanilla rosa es la que tiene la flor de mayor tamaño, y por tanto es la más llamativa. Sus flores son de color rosáceo tirando a púrpura, y contienen bastante néctar, por lo que son asiduamente visitadas por todo tipo de insectos polinizadores. Es una cualidad muy importante, pues los polinizadores son una pieza clave para la salud del ecosistema, y el alimento extra que ofrecen las campanillas refuerza su población. La presencia de estas plantas en los entornos de los cultivos tradicionales atrae a los insectos polinizadores y por tanto favorece la polinización de las plantas cultivadas, garantizando la fecundación de sus flores para convertirse en frutos; es un proceso que ha sucedido de forma natural en los campos cultivados durante miles de años hasta que se extendió la agricultura intensiva de forma imparable y con consecuencias desastrosas. Esta agricultura está muy alejada de los procesos naturales y se basa en el uso de productos químicos para sustituir estos procesos. Aparte de los químicos que se emplean para fertilizar la tierra, también se usan herbicidas para eliminar las plantas que se consideran “competidoras”, y plaguicidas para acabar con todos los insectos, tanto los que se alimentan de los cultivos como los que los favorecen, como los polinizadores.
Por eso movimientos actuales dentro del mundo agrario, como la permacultura, abogan por recuperar los métodos tradicionales de cultivo, incluyendo la presencia de plantas silvestres, las llamadas “malas hierbas”, en el entorno de los cultivos. Estas malas hierbas favorecerán el regreso de los insectos polinizadores, entre otras ventajas. Así plantas como la campanilla rosa, considerada tradicionalmente como mala hierba, recuperan su importante papel dentro del ecosistema, solo que ahora es más esencial aún, pues la población mundial de los polinizadores ha sufrido una enorme debacle, hasta el punto de suponer una amenaza para el futuro, ya que dependemos de ellos para la producción de alimentos.
Aún es común la presencia de campanillas rosas en la periferia de Melilla, ya que es una planta muy austera que consigue prosperar en entornos alterados y altamente antropizados, poniendo una nota de color entre las escombreras y los depósitos de chatarra. Aunque en la mayor parte de su zona de distribución la campanilla rosa es una planta perenne, la dureza de nuestros veranos hace que en nuestro entorno la campanilla sea una planta de temporada, resucitando de nuevo al comenzar la primavera, para volver a agostarse al final del verano.
En los aduares de la zona de Tres Forcas se ha usado esta planta tradicionalmente como cicatrizante, haciendo un emplaste con sus hojas machacadas y poniéndolas sobre la herida a tratar; a veces se usa saliva para dar consistencia a la emulsión. Curiosamente, otras especies del género Convolvulus, como Convolvulus arvensis, se usaban como purgante en la medicina tradicional europea.
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