Tras 35 años en el oficio, nos relata cuánto ha cambiado en el mundo de los enterramientos y cómo cada vez son más los que optan por la incineración en lugar del tradicional nicho o sepultura. Vicente Moreno Bolaño, propietario de la Funeraria Calderón, lleva 35 años en el negocio de los enterramientos. Heredero universal de Doña María Fajardo Fuensalida, viuda de Gregorio Calderón Calderón, para quien comenzó a trabajar como aprendiz cuando sólo tenía 13 años, Vicente ha logrado mantener vivo el vínculo que lleva a los melillenses a relacionar de manera automática un enterramiento con la Funeraria Calderón, la más antigua de las tres que actualmente existen en la ciudad.
Con su Virgen del Carmen, perenne, en la fachada de las oficinas, en la calle Reyes Católicos, Vicente ha sido testigo de los cambios que han sufrido los sepelios a lo largo de estas últimas décadas: Ya casi nadie muere en su propia casa, el 95% lo hace en el Hospital y desde allí mismo la Funeraria se hace cargo del cadáver. A estas alturas, también es una excepción que sea la propia familia la que se encargue de lavar, vestir, y arreglar al fallecido. Un sudario suple el antiguo ritual que antaño se vivía en los hogares cuando algún miembro de la unidad familiar fallecía. Todo ha cambiado y no sólo porque cada vez sean más los que optan por el horno crematorio y por guardar o esparcir las cenizas del familiar fallecido. Hasta se fabrican mini-urnas por si los familiares quieren repartirse las cenizas e igualmente se ofertan urnas biodegradables que en dos días se diluyen en el mar o en la tierra. Con Vicente Moreno hablamos de una profesión tan antigua como la vida misma y que, adaptándose a los nuevos tiempos, también bandea la crisis y la subsistencia en una ciudad con población joven donde, como mucho, hay un muerto al día, pero no todos pasan por las funerarias, porque la comunidad musulmana tiene su propio servicio fúnebre.
-¿Cómo fue que te dedicaras a este oficio?
-Entré de manera casual cuando tenía 13 años. Estaba buscando trabajo, una vecina me avisó de que necesitaban un chico en la Funeraria Calderón y hace ya 35 años que estoy aquí. Tuve la suerte de que en el año 99 me declararon heredero de la empresa de servicios funerarios Casa Calderón, y aquí seguimos.
-¿Qué es lo más difícil a la hora de prestar un servicio a una familia que ha perdido a un ser querido?
-Lo más difícil depende de la situación, de si es una muerte natural o judicial. A todas las familias la muerte no les afecta por igual, ahí es donde debe estar la psicología del profesional para a cada familia prestarle una atención diferente, porque cada defunción es un mundo.
-¿Hay que fabricarse una coraza para tratar con los difuntos?
-Por supuesto. Llevo aquí desde el año 78 pero no supe verdaderamente qué era la muerte hasta que falleció mi madre en el 84. Anteriormente, siempre con mucho respeto, había tratado con fallecidos, pero hasta que perdí a mi madre no supe de verdad lo que era la muerte. Ahí se me cayó la coraza, el alma y todo, pero en mi profesión hay que seguir trabajando y volví de nuevo a ponerme la coraza, porque si con todas las defunciones hubiera tenido que pasar lo que pasé con la de mi madre, estoy seguro que hoy en día ya no estaría aquí. No lo podría haber aguantado.
-¿En cuestión de funerales también hay modas o todo es pura cuestión de presupuesto?
-Vuelvo a decir lo que he comentado antes: cada defunción es un mundo y cada familia solicita prestaciones distintas. Unos quieren un féretro más económico, otros de más calidad y por tanto más precio; algunos cuatro coronas y otros una o hasta ninguna; hay familias que prefieren la incineración y otras los enterramientos… Cada servicio es como cada familia, un mundo muy distinto.
-Preguntaba más bien por los fabricantes, ¿por si imponen líneas nuevas a los féretros?
-Esto es como la Informática, por minuto se están fabricando modelos distintos: tipo americano o redondo, egipcio o semiredondo. Hay un abanico de modelos impresionante. Aquí en Melilla tenemos seis modelos distintos, hay muchísimos más, pero atendiendo a lo que la ciudad suele pedirme, con esos seis modelos cubro la demanda de Melilla.
-¿Con las incineraciones, las funerarias pierden capacidad de negocio?
-No, en absoluto y además creo que el pueblo de Melilla está equivocado con lo de las incineraciones. La incineración es también una inhumación, con la única diferencia de que, en lugar de hacer el enterramiento, pues el cadáver pasa a un horno crematorio en vez de a un nicho o sepultura. En cuanto al sepelio, tramitación y demás, todo es igual. Existen familias que entierran las cenizas o bien las depositan en el columbario que hay a la derecha del cementerio, una vez se entra, pero el 90% aquí en Melilla prefiere esparcir las cenizas, algunos en el mar, otros en Rostrogordo…
-Dicen que la crisis no afecta a las funerarias, ¿estás de acuerdo?
-En absoluto. Sí que afecta. Antes si ponían seis coronas, pues ahora ponen dos o una, y hasta ninguna. En cuanto a los féretros, tenemos seis modelos como he dicho, de distintos precios, y ahora siempre se busca lo más barato.
-¿Consideras que el cementerio está en buen estado?
-Precisamente soy una de las personas que ha visitado bastantes cementerios de la Península, entre otras razones porque antes de que la ciudad tuviera un horno crematorio, mi Funeraria ha desplazado cadáveres por toda la geografía española. Por eso creo que tengo conocimiento para poder hablar, y puedo decir que el cementerio de Melilla es uno de los que está más limpio, más cuidado y en mejor estado. He visto cementerios con nichos abiertos, con los restos asomando, totalmente abandonados, con sepulturas totalmente rotas, algo deprimente. Eso aquí en Melilla no lo he visto ni lo conozco en 35 años que llevo en la funeraria.
-Dicen que todos somos iguales ante la muerte, pero en cuestión de enterramientos también hay clases sociales ¿A cuánto ha ascendido el entierro más caro que hayas llevado a cabo?
-Aproximadamente sobre unos 6.000 euros.
-¿Y el más barato?
-El más barato oscila entre unos dos mil y pocos euros.
-El Tanatorio supuso un avance para la vela de los fallecidos ¿Estamos bien en infraestructuras en ese sentido?
-Comparado con tanatorios de la Península, tiene muchas carencias, pero también es verdad que aquí en Melilla es un tanatorio que se presta gratuitamente, no se cobra absolutamente nada. En términos generales está bien, pero no tiene nada que ver con los tanatorios de la Península, que normalmente se pagan.
Yo tuve en proyecto hace tres o cuatro años la idea de hacer un tanatorio, evidentemente de pago, pero Melilla no tiene el índice de defunción necesario para que hubiera resultado rentable. Ni viviendo cinco vidas lo hubiera amortizado.
-¿Qué media de enterramientos hay en Melilla?
-Entre cristianos, musulmanes y judíos, no llega a uno diario.
-¿Ustedes sólo se ocupan de los enterramientos cristianos?
-No, también hacemos traslados de judíos. Me encargo de desplazar los cuerpos de los creyentes hebreos al depósito de su cementerio y también me encargo de los traslados de cadáveres de musulmanes a Marruecos. Cuando los musulmanes son enterrados aquí en Melilla, la propia comunidad musulmana se encarga de todos los detalles en torno al enterramiento y del traslado del cadáver. Los judíos siempre requieren nuestros servicios que acaban cuando dejamos el cuerpo sobre la mesa del depósito del cementerio hebreo, momento en que interviene la comunidad con los ritos y demás.
-Quizás uno de los momentos más difíciles sea cuando hay que trasladar un cadáver a la Península. ¿Es esto frecuente y verdaderamente es complicado burocráticamente?
-Antes de que instalaran el horno crematorio, teníamos una media anual de unos doce traslados a la Península, sobre todo a Málaga, por cercanía, para efectuar la incineración. Desde que está el horno crematorio, tenemos dos o tres como mucho al año.
-Los sepultureros de antiguo tenían mala fama. ¿Crees que sigue habiendo prejuicios respecto de tu profesión?
-En absoluto. Hoy en día ser sepulturero es un privilegio: es un funcionario municipal, con sueldo de funcionario, empleado de la Ciudad Autónoma, y es que no hay que confundirse: los sepultureros o enterradores, trabajan en el cementerio, de puertas para adentro. A las oposiciones de sepulturero, que por cierto hace tiempo que no se convoca ninguna, se ha presentado gente con carrera inclusive. El trabajador de la Funeraria es otra cosa. Nosotros nos encargamos del cadáver hasta el lugar de inhumación o incluso ayudamos a los sepultureros en el enterramiento, pero es a ellos a los que les corresponde hacerlo.
-¿Cómo fue que te quedaras de heredero?
-Yo trabajaba para Doña María Fajardo Fuensalida, viuda de Gregorio Calderón Calderón, y fue una sorpresa, tanto para su familia como para mí, que me declarara heredero universal. Cuando el notario me lo comunicó, no daba crédito, me quedé cuajado. El notario me dio la mano, la sentí de corazón, y me dijo: “Algo ha tenido que hacer usted para que esta mujer hiciera lo que ha hecho”. Hasta entonces, yo era su apoderado legal, pero con el fallecimiento de Doña María, aquellos poderes también murieron. Así que durante quince días la empresa estuvo en el aire y nadie pensaba que hubiera hecho testamento. Todo fue una sorpresa.
-¿Nunca te has arrepentido de dedicar tantos años de tu vida a este trabajo?
-Cuando tenía 18 años me quería ir de la empresa, me pensaba que era imprescindible y hasta me saqué una tarjeta de embarque en el Riva Gijón, porque me quería ir de camionero. Había estado hablando antes con Doña María para decirle lo que yo pensaba y ella me dio un bofetón de humildad y me dijo: “Vicente tu te vas, pero nadie es imprescindible en una empresa”. Pero yo estaba empeñado en que me quería ir, en que quería vivir una experiencia de camionero, tenía todos los carnés necesarios para poder hacerlo. Casualmente, unos días antes de mi partida, el Riva Gijón se hundió llegando a Málaga y aquello me dio tanto que pensar, que me quedé en la empresa. Hoy en día puedo decir que si me hubiera embarcado, habría cometido un error impresionante. Estoy muy orgulloso de no haberme ido y, mientras yo y mi hijo vivamos, esto siempre se llamara Funeraria Casa Calderón y la Virgen del Carmen siempre estará en el mismo sitio, ahí, en el escaparate, en agradecimiento al gesto que Doña María tuvo conmigo.
-¿Os ha hecho daño la competencia?
-En Melilla, al día de hoy, hay tres funerarias más la de la Comisión Islámica. Y aquí en Melilla para tres funerarias no da, menos sosteniendo al personal que yo tengo con los sueldos que reciben, porque hay unos extras obligatorios, teniendo en cuenta que hay que estar disponible cuando la Funeraria lo requiere. Afortunadamente la competencia no me hace daño. Está ahí, pero en el 99,99% de las defunciones que se suceden en Melilla, a donde se llama es a la Funeraria Calderón. Es como si se estableciera una relación automática. Es verdad que hemos estado muchísimos años sin competencia, pero lo bueno que ha tenido esta empresa es que en ningún momento nos hemos aprovechado ni de los servicios particulares ni de las compañías de seguro. De hecho, seguimos trabajando con las compañías del mismo modo que cuando no teníamos competencia.
-¿Cuántos empleados tienes?
-Somos tres en plantilla, uno mi hijo, que espero siga al frente del negocio, y otros tres empleados que cobran por trabajo realizado.
-Supongo que habrá muchas anécdotas ¿alguna que se pueda contar?
-Siempre que atiendo a una familia lo hago con sumo respeto, pero aún así hay situaciones en las que resulta difícil mantener la compostura. Una vez, tomando nota para una esquela con el hijo de una fallecida, de pronto sale el nieto y dirigiéndose a su padre le dice: “¡Papá, papá, porque no aprovechamos la esquela y, al final, después de poner a los familiares, añadimos que vendemos el coche!”. Aunque suene a chiste, puedo certificar que sucedió como lo cuento. Al final no se puso porque al padre no le pareció bien, pero el nieto estaba empeñado y decía que su abuela hasta se lo iba a agradecer.
-¿Suelen pedir que se maquille a los fallecidos?
- En un 50% de los casos sí lo piden. Tengo hecho un curso de tanatoestética y he aprendido a tener mucho tacto, porque no conocemos a las personas que han fallecido y siempre hay que preguntar antes de decidir si se le afeita la barba o el bigote, por poner un ejemplo.