En una mañana soleada de domingo y, tras la lluvia que se dejó ver el día anterior, el buen clima y el sol acompañaron al Simpecado de la Hermandad del Rocío en su traslado desde la casa de la hermandad hasta la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
Minutos antes de la salida, programada para la 1 de la tarde, un grupo nutrido de personas esperaba con ganas el ansiado momento.
Mujeres vestidas con trajes de flamenca y hombres con traje se juntaban a las puertas de la sede de la hermandad en Melilla la Vieja mientras compartían conversaciones animadas en esos momentos previos al comienzo del traslado de la insignia.
Panderetas y abanicos se podían ver en las manos de casi todos los presentes; las primeras para animar la comitiva y los segundos para tratar de defenderse del calor que hizo ya en las horas cercanas al mediodía del domingo.
Así, los hermanos compartían sus impresiones y también aprovechaban el momento para beber agua y algunos refrescos.
Antes de la salida, la hermana mayor se acercaría al Simpecado, que iba a recibir una medalla por parte de la Policía Nacional; momentos después, se incorporaría a los presentes el vicario, Eduardo Resa.
Con la salida de la comitiva a pocos minutos de producirse, los hermanos se acercaron a la sala donde se encontraba el estandarte para cantar un Ángelus frente a él y, desde los más mayores a los más jóvenes, entonaron el canto en conjunto para, después, dejar que el vicario dedicase unas palabras.
Ya sobre la 1 y 10 de la tarde todo se comenzó a organizar para el inminente comienzo del traslado y, al son del flautín y del tambor típicos rocieros, sonó el himno de España a la salida del Simpecado.
Unos minutos después, en la puerta de la muralla que da entrada a la Plaza de las Culturas, la insignia recibiría una petalada que levantó los aplausos y los vítores de todos los presentes dedicados a la Virgen del Rocío, a la hermandad y a su hermano mayor. En este momento también se lanzaron varios cohetes al cielo y, entre sus estallidos, la comitiva siguió el camino hacia la Parroquia Castrense mientras los que acompañaban al Simpecado animaban el ambiente con cánticos al son de las castañuelas y la guitarra.
Una vez a las puertas de la parroquia, ambas hermandades se saludaron protocolariamente en señal de respeto mutuo entre los ‘vivas’ de los presentes en ese momento tan especial.
Tras esto, el traslado siguió el camino establecido y atravesó la Plaza de España en dirección a su destino final.
A pocos metros del Sagrado Corazón, la iglesia recibía al Simpecado con las puertas ya abiertas y, en cuanto la comitiva comenzó a cruzarlas se hicieron sonar las campanas con alegría.
Dentro del templo, el sonido del flautín y el tambor llenaba las naves y todos los que acompañaban el estandarte fueron ocupando las bancadas.
Finalmente, un coro de mujeres cantó una Salve Rociera acompañada por la música de una guitarra para terminar, de nuevo, con los vítores dirigidos a la Virgen.
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