Leo la Poesía de Augusto Roa Bastos en un libro que con este título compré hace unos años, es decir, la vuelvo a leer. Empiezo a leer sus poemas el otro día junto a mi madre en un jardín. La poesía y el jardín. La poesía, jardín. Continúo su lectura estos días -ayer, anteayer-, los ratos que puedo. Llego hoy al último libro que esta Poesía incluye, Silenciario. Su primer poema, de igual título, tiene en él al viento y tras los ventanales siento y escucho cómo agita los árboles y corre por las calles esta tarde en mi ciudad mientras leo estos poemas. Pero no quiero referir sólo esta mención al viento que encuentro en este poema sino traerlo aquí. Esto dice el poema ‘Silenciario’: “a la sombra del silencio/ se oye el susurro de los orígenes/ la curvatura del anhelo// como el sonido del humo/ se oye en la neblina/ la gárrula mudez de los muertos// retornan sin ruido los ausentes/ doblan la esquina de los vientos/ aparecen cubiertos de polvo// con la potencia de la hierba/ crecen bajo el suelo de piedra/ bajo suelas de piedra”. El siguiente, ‘Margen’, y otro poema más allá, me hacen recordar y pensar algo -quiero decir volverlo a saber. Así dice el poema ‘Margen’: “en el borde interior de la página/ en el blanco arenal que bordea/ la selva de lo escrito/ alguien espera en cuclillas con mirada de sordo/ con ansiedad de miope/ a que la palabra diga algo/ en futuro arcaico en sonido/ en voz propia/ como el canto natural de los pájaros/ o al menos como el ruido de un alfiler/ cayendo de punta sobre la cresta/ del mundo”. Y éstas son las primeras estrofas del poema ‘Destino’: “cada uno cría su íntimo cuervo/ en las entrañas de los ojos/ así alguno que otro al final/ puede contemplar el lado oculto/ de las cosas// cada uno lleva pegado/ a la sed inmemorial de los labios/ el trémulo colibrí/ de la materia alma/ su río de rocío inagotable// cada uno está hecho de tierra/ de agua de aire de fuego de anhelo/ de estiércol/ de nada”. Estos poemas me hacen pensar, recordar y volver a saber que un escritor en su escritura llega a un punto de equilibrio, a una hechura en la voz, hechura que puede ser también una desgarradura, pero es ya sólo ella, nada más propia de sí. El arte en literatura consiste en esto: en alcanzar o sencillamente que se dé este punto, esta medida en la voz -punto o medida quizá más que equilibrio. Y para esta medida o punto en la voz, para que en ella así se dé, y podamos a ella de esta manera sentirla, encuentro un poema de un solo verso un poco más adelante, titulado ‘Uni-verso’, y que dice: “en el principio todo era ya afín”, y que me hace volver a pensar en esta medida o punto de equilibro -aunque sea el respirar de una herida, pero ésta es y se da en un respirar que es así y esto de él se puede sentir-, y que en ella quizá se vuelva a un principio, a un principio escondido que el arte logra descubrir y encontrar, y en el que se siente así, que es así -es y “era ya afín”, lo vuelve a ser en él en su encontrado decir. Me hace recordar también el acierto con que Augusto Roa Bastos definió en qué consiste en realidad el arte de escribir -el escribir en tanto que arte. Lo dice (me llamó la atención al leerlo por primera vez y lo he recordado siempre) en un texto que escribió para el Homenaje que por sus ochenta años -era 1989- hacían en la revista El Paseante a Juan Carlos Onetti. Dice en él que Onetti tiene una manera de decir que dice por la manera. Está muy bien dicho. Con palabras que son de una gran sencillez y son a la vez muy profundas. Acertadísimas. Viene a decir, claro, que esto distingue e identifica el escribir del escritor uruguayo para quien emplea y el pensar en él le hace nacer esta expresión, pero me parece que podría decir que así se distingue e identifica el escribir que es arte literario del que no lo es. Ésta es la distinción capital, la diferencia sustantiva y que hace que sea arte -y por tanto otra cosa. Está dicho con gran belleza y hondura. Es hermoso además que así lo diga con amistad, afecto y respeto del escribir de otro, y que es un escritor amigo -creo que este artículo dedicado a Onetti tenía en su título las palabras maestro y amigo. Recuerdo también que en una de sus últimas novelas Augusto Roa Bastos menciona también a Onetti y el mundo que desde la literatura creó de una también muy bella manera. Que se basa en la expresión más sucinta pero a la vez interminable en que con estas palabras sencillas y profundas distingue su escribir y lo que es el escribir que es arte. Es inusual y muy bello que en una obra de creación se rinda homenaje a otro escritor amigo, se dé un testimonio de aprecio de esta manera. Recuerdo cómo Adolfo Bioy Casares comentaba en unas conversaciones la generosidad que había tenido para con él Julio Cortázar al empezar con su mención y recuerdo uno de sus cuentos, y lo bello que era que esto lo hiciera precisamente en un cuento. Recuerdo que dice que quería escribirle para darle las gracias pero que lo fue atrasando y no lo hizo y al final ya no pudo hacerlo, porque Cortázar falleció en ese tiempo. Quizá por esto yo escribo estos recuerdos, estos pensamientos. Que tengo conmigo y me han acompañado siempre. Para que no se pierdan sin decirlos, o sin decirlos reunidos -reunidos y, es verdad, un poco como sea. Como salgan. Me vienen en este punto de la lectura de la poesía de Augusto Roa Bastos. Que la comprara en una edición argentina, poco visibles en general en las librerías de Barcelona, pero que me salió al paso en una de las que más frecuentaba, y que la leyera entonces y la relea ahora muestra mi aprecio por su obra. Había ido leyendo, creo, todos sus libros, y me llegó al final este final con sus poemas, que fue también -los poemas, la poesía- su principio como escritor, y que en realidad creo que recorre y sostiene y distingue y hace posible toda su obra. Aunque formalmente sea narrativa. Porque también él tiene una manera de decir que dice por la manera, y que no puede ser otra. Y esto, en realidad, es poesía. Esto es ya poesía -el arte más verdadero en la palabra. En algunos momentos de este libro de poemas, igual que algunos de estos finales me han hecho pensar en lo que me ha hecho también empezar a escribir estas palabras, he pensado en la literatura, me han hecho pensar en lo que es algo literario como construcción, como algo que se mueve dentro de un código y unos márgenes que conocemos, y pensar y sentir también a la vez qué lejos me siento de este código y estos márgenes. Y que esta manera de decir que dice por la manera ha de ser, además de así, de distinta y propia, no literaria sino otra cosa. Lejos de todo parámetro o convención. Esto puede así darse -las dos cosas juntas- o no darse. Puede darse en la obra de juventud o al final de una vida, y también no darse nunca. Y así habría, hay tantos escritores con maneras propias de decir de los que no cabría pensar esto, porque, con todo, esa manera de decir se encuentra, cae dentro de la literatura. Y la verdadera poesía no es literatura. Es sola y única. En esta poesía pienso, y que sólo esto puede ser valor de y para un decir.
Recuerdo y pienso estas cosas, sí, al leer algunos de los poemas finales de Augusto Roa Bastos, en este libro que reúne su poesía completa. Puede dar idea de mi aprecio por él el que lo pusiera como lectura el primer año en que impartí la asignatura de Literatura que durante varios cursos di en la Facultad de Derecho de ESADE. Los alumnos tenían cada año cuatro libros a elegir, sobre el que al final tenían que escribir un trabajo o comentario, con gran libertad a la hora de realizarlo. Entre los cuatro libros seleccionaba siempre un autor hispanoamericano, un autor europeo, un autor español y un libro de poesía. El primer año el autor hispanoamericano fue Augusto Roa Bastos y su primera novela, Hijo de hombre, que me impresionó en su drama, verdad y belleza -que podemos pensar que son los de América- y encontré magistral cuando la leí por primera vez y volví a leer por este motivo de ponerla como lectura a los alumnos ese año. También la recorre y sostiene la poesía. Creo recordar que un escritor, y me parece que un escritor amigo, daba a entender en algo que escribió sobre Roa Bastos que se podía percibir cómo venía de los cuentos, cómo era un escritor que hasta ese momento había escrito cuentos y esta primera novela más que una novela en realidad era como cuentos seguidos. Pensé que era un juicio un poco absurdo. No sabía si era así, pero poco importaba. La escritura de un escritor encuentra caminos. Y es una novela espléndida, una obra de arte. Recuerdo también que en la ocasión en que presenté a Guillermo Schavelzon el día en que daba una conferencia en el Departament d’Activitats Culturals de ESADE, pues como profesor de la asignatura de Literatura allí recibí este encargo de presentarlo y tras su conferencia entablar un diálogo con él, le mencioné que siempre había, entre las lecturas, un autor hispanoamericano, y que el primero de ellos había sido Augusto Roa Bastos y su novela Hijo de hombre. Pareció sorprenderse. Guillermo Schavelzon era el agente literario de Ernesto Sabato, amigo de Roa, de quien escribió un merecido elogio en uno de sus libros finales, y pensé le agradaría. Pero fue aquella una buena tarde, interesante la conferencia y grata la conversación antes de ella -en que esto le dije- y también así el diálogo que tuvimos al terminar ésta.
Recuerdo y digo. Siento. De la poesía, del arte. De la memoria. Me entran ganas de releer cuentos y novelas de Augusto Roa Bastos, y así espero hacerlo. No creo que me decepcionen sino que me confirmarán mi estima y aprecio por él. Pero me lo ha traído la poesía, algo recordar del decir y su manera que él dice y distingue en el escribir lo que es arte de lo que no lo es -de una manera muy sencilla dicha, pero a la vez acertado y profundísima- en el momento de leer algunos de sus poemas finales, y pienso que hay una justicia y una correspondencia con la naturaleza más profunda, verdadera y secreta de su escribir el que así haya sido, el que sea la poesía -quiero decir- quien me lo haya traído al corazón y al pensamiento y la memoria y desde ellos me haya hecho hilvanar estas palabras.
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