El inicio del curso se prevé caótico en Melilla y en toda España. Pero en esta ciudad con más casos de coronavirus activos en estos momentos (200), que durante el confinamiento de marzo a junio, da miedo la vuelta al cole. Sólo con imaginar la que se puede armar en las aulas, dan ganas de pedir el ingreso voluntario y anticipado en la UCI del Hospital Comarcal.
Hace unos días, un profesor de Inglés, que tiene a su mujer embarazada de cuatro meses, me comentaba lo mucho que le preocupa contagiarse en clase y transmitir el virus a su esposa, que además tiene un embarazo de riesgo porque ella sobrepasa los 40 años. El miedo es mutuo, le respondí. Los padres y madres de niños asmáticos tenemos el corazón en un puño. Lo peor es que nos amenazan con denunciarnos si por proteger la salud de nuestros hijos no los enviamos al colegio.
Hoy por hoy, el coronavirus se ha convertido en un estigma, en una enfermedad que las personas responsables no quieren contraer. Si un trabajador da positivo, obliga al resto de sus compañeros a confinarse y, de alguna manera, paraliza el funcionamiento de su empresa. Nadie quiere ser el gafe, el motivo de un ERTE o de un cierre parcial o total.
Pero, ojo, hablamos de personas responsables y con empleo, un detalle que no es baladí. Cuando uno ve fiestas como las del tardeo en la Plaza de Armas, se da cuenta de que hay gente ociosa e infinitamente más estúpida de lo que aparenta. Muchos melillenses siguen sin entender que no hablamos de pasar la enfermedad, en el mejor de los casos, de forma asintomática. Hablamos de que una evolución negativa desenfrenada nos llevará a otro confinamiento y eso, sin lugar a dudas, nos afectará el bolsillo a casi todos.
Hostelería y comercio serán las primeras víctimas de la inconsciencia colectiva. Nuestros bares y tiendas no aguantan otro cierre indefinido. Las pérdidas de marzo a junio han sido tremendas. Los ‘flower power’ no juegan sólo con su salud; juegan con nuestra supervivencia económica. La de todos. No hay dinero ni subvenciones capaces de levantar a Melilla si vuelven a cerrar el tráfico aéreo, marítimo y callejero.
La propia Federación de Padres y Madres de Alumnos (Fampa) da por sentado que el inicio del curso será caótico por el desdoblamiento de horarios. Vamos, que estamos a días de que empiecen las clases y serán los profesores los encargados de llamar a los padres para avisarles de la franja del día en la que deben llevar a sus hijos. Hay colegios que, incluso, tienen previstas tres horas diarias de clases. Y cuando uno ve esto, da gracias a Dios de que la pandemia le haya cogido con el niño en Infantil, porque imaginaros lo que puede pasar con la formación de los adolescentes que están en estos momentos en el cambio clave del instituto a la universidad. Aún así, somos damnificados. A muchos la conciliación nos tr de cabeza.
El coronavirus hará mella en la formación educativa de una generación acostumbrada a las clases presenciales. Con la crisis social tan terrible que estamos atravesando es ingenuo creer que todas las familias tendrán dinero para la conexión a internet o para pagar a sus hijos universitarios un piso de alquiler en Granada, Málaga o Madrid. La cosa está fea y puede ponerse más fea todavía.
Pero hay gente que en esta ciudad no se percata de la magnitud de la tragedia. Viven en un mundo alternativo. Pongo de ejemplo, al señor del micropene que muchos hemos visto rulando por WhatsApp en Melilla: desnudo, en pelota ‘picá’, paseándose por la calle en estado de embriaguez, por decir algo. Creo que había más pudor en Sodoma y Gomorra. No nos asustemos si a Dios le da por destruirnos con coronavirus en lugar de utilizar fuego y azufre.
Uno sale a una calle de Murcia, donde los casos de coronavirus han aumentado a lo bestia en este mes de agosto, y nota la contención de la gente. A partir de las 22:00 horas hay muy poca gente en la vía pública. Lo mismo pasa en los pueblos del interior de Málaga, en la comarca de Antequera, donde, por cierto, muchos melillenses han fijado su segunda residencia. Ahí de noche, no se ven ni los gatos.
Pero en Melilla estamos de fiesta todo el día. Somos el no va más de la alegría, como si tuviéramos motivos para celebrar tanto. Pobres rastreadores del Ejército que tendrán que elaborar las cadenas de contactos para cortar las transmisiones descontroladas de la COVID-19. Por cierto, pedimos seis y Defensa nos ha dado ocho. Moraleja: si hubiéramos pedido diez, igual nos mandan doce. Pedid y se os concederá.
Ése, en mi opinión, es uno de los grandes fallos de la gestión de la pandemia. No hemos dado importancia a identificación de todos los contactos. En otras comunidades autónomas dan partes de los resultados de rastreadores, que localizan entre cinco y diez posibles contagios por paciente positivo. Aquí no lo sabemos. Por no saber, ni siquiera sabemos si finalmente Salud Pública se lo piensa mejor y nos informa de la evolución del coronavirus los fines de semana.
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