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Así funcionan las casas de acogida para las víctimas de violencia de género

Las casas de acogida son uno de los recursos con los que cuentan las víctimas de violencia de género en la ciudad. Se trata de un espacio seguro para estas mujeres y sus hijos que se encuentran sin recursos y sufren un peligro real. 

Melilla cerró en 2022 con un total de 217 denuncias por violencia de género, un aumento del 20,03% respecto a 2021, que cerró con 227. 

Los malos tratos en la pareja y el quebrantamiento de las órdenes de alejamiento son los principales motivos de la mayor parte de las denuncias. El 66% de las mujeres denunciantes tenían hijos e hijas, mientras que la relación con el agresor en su mayoría es la de cónyuge. 

También se produjo un incremento en las llamadas al 016, que registró 157 llamadas durante 2022 (102 en 2021) y 1.861 desde la puesta en marcha de este servicio telefónico.  

Los datos reflejan que la violencia de género está muy presente en nuestra ciudad. Aunque esto es tan solo la punta del iceberg, es decir, una muestra de tan solo los casos que llegan a ser denunciados, puesto que existen muchísimos más que permanecen ocultos. 

Tal y como ha mencionado la consejera de Igualdad, Elena Fernandez Treviño, en reiteradas ocasiones: “La puerta de la denuncia es muy pequeña y no abarca absolutamente todo”. 

En la ciudad autónoma existen, hasta ahora, tres recursos para las mujeres víctimas de violencia de género y un cuarto que está en construcción (el centro de crisis 24 horas para las víctimas de violencia sexual). Dos de ellos son casas de acogida, lugares que brindan cobijo y protección a las mujeres que son víctimas de la violencia y que no tienen recursos o que sus vidas tienen un peligro real. 

Casas de acogida

Julia Adamuz es la directora de la casa de acogida de Mujeres en Igualdad. Cuenta a El Faro que las mujeres que llegan a su centro siempre vienen derivadas de la Consejería. El primer paso es abrirles un expediente, donde se recoge toda la documentación para ver en qué situación está: si hay denuncia puesta, si existe una orden de alejamiento o si se ha celebrado ya un juicio, por ejemplo. Puede llegar el caso en el que estas personas estén indocumentadas, por lo que también habría que trabajar en esas vías. 

La directora de la casa de acogida señala que cada caso que llega es totalmente diferente, ya que depende de varios factores (número de hijos, orden de protección o de alejamiento, la sentencia criminatoria…). Pero para que puedan estar en la casa de acogida, es indispensable que hayan denunciado y casi todas cuentan con una orden de alejamiento. 

Por este motivo, cuando llegan al centro se hace un perfil de cada una y según la situación en la que se encuentren se comienza a trabajar de una manera o de otra. Se trata de un trabajo multidisciplinar que se lleva a cabo de manera muy estrecha con la Consejería de Igualdad. 

El equipo de trabajo está compuesto por 8 personas: una licenciada en Derecho, una psicóloga, una integradora social y cinco cuidadoras. Trabajan en tres turnos (mañana, tarde y noche) durante los 365 días del año para que en la casa de acogida siempre haya alguien. “Todas las horas de todos los días hay una trabajadora en el centro, ya sea Nochevieja, Jueves Santo o domingo”, señala Adamuz.

Así lo corrobora Mamen Andujar, la coordinadora de la casa de acogida de Cruz Roja. Es licenciada en Derecho y lleva más de treinta años dedicándose a esto. La labor que hace junto a su equipo está “basada en un enfoque biopsicosocial, es decir, todos los factores que influyen en el desarrollo y bienestar de la persona”. 

Cuenta que a las usuarias se les ofrece una atención especializada para que reciban una integración social y puedan cubrir sus necesidades básicas, pero también se les brinda apoyo psicológico, jurídico y social. 

En Cruz Roja cuentan con dos casas de acogida: una para las víctimas de violencia de género (que cuenta con 16 plazas) y otra para aquellas que han sido víctimas de otras formas de violencia (que tiene 10 plazas), como agresiones sexuales, víctimas de trata o mujeres en contexto de prostitución. 

En ambas casas de acogida el tiempo máximo de estancia es de 6 meses, pero es relativo. Normalmente se prolonga en función de cada caso, su evolución y las circunstancias que lo rodeen. “Hay algunas que se van antes de los seis, pero la mayoría permanecen más porque la integración sociolaboral no es fácil y requiere más tiempo”, explica Andújar. 

Se debe principalmente a que el proceso de autonomía es muy distinto en cada uno de los casos, pero suele ser muy largo y requiere un gran esfuerzo por parte de las mujeres y del equipo que trabaja con ellas. 

Ambas casas de acogida confirman que la mayoría de mujeres que llegan son de origen marroquí. Aunque, tal y como aclara Andújar, “la violencia hacia las mujeres se da en todas las razas, culturas y clases sociales”. 

Por este motivo, la barrera idiomática y la baja cualificación profesional que presentan muchas de las usuarias dificulta su autonomía e integración. “Son mujeres que están muy alejadas del mercado laboral”. 

Formación

Por ello, desde la casa de acogida también se encargan de brindarles formación y acompañarles en el camino de la inserción laboral con el objetivo de que cuando salgan puedan ser autónomas. “Todas las mujeres que llegan aquí no tienen trabajo. La persona que tiene un salario o un trabajo tiene los recursos para estar en otro lado”, comenta la directora de la casa de acogida de Mujeres en Igualdad, Julia Adamuz. 

Además de la formación, también se trabaja para recuperar a las mujeres psicológicamente. De este modo, cuando salgan del centro tendrán perspectivas positivas de vida, una autonomía económica y una formación. 

Adamuz explica que hacen talleres dentro del centro para que puedan aprender diferentes labores, como hostelería, cocina, limpieza en locales o el cuidado de personas mayores y dependientes. “El hándicap siempre es la formación, porque el nivel de estudios que suelen tener es muy bajo”. 

La labor que realizan en la casa de acogida es muy integral y el trato es muy personal. La idea, comenta la directora, es que el trato “sea muy familiar” y que se les trate como personas y no como cifras. 

Además de los talleres, las casas de acogida tienen relación con el Servicio Público de Empleo Estatal (S.E.P.E.) y otras entidades porque la inserción laboral de las usuarias “es muy importante”. “Intentamos que las mujeres tengan empleo: que puedan acceder al mercado laboral, tengan un currículum vitae y empiecen a cotizar”, explica. 

Ambiente familiar

El 90% de las mujeres que acuden al centro ingresan con cargas familiares, es decir, casi siempre llegan acompañadas por sus hijos. Así lo confirman desde ambas casas de acogida. 

Los pequeños son las otras víctimas colaterales de las violencias machistas y se trata de una situación muy traumática para ellos. Por eso, también es muy importante la atención pedagógica. 

Los niños están escolarizados. Acuden a sus clases con normalidad. Algunas de las trabajadoras de la casa de acogida se reúnen con el trabajador social del centro y la tutora del aula para que estén al tanto de la situación. 

El centro es muy pequeño. Con ello se busca que sea un entorno familiar porque es muy importante que “los niños no sientan que están en una institución”, contaba Adamuz. 

En ambas casas de acogida se trata de que se genere un buen ambiente para que las mujeres y sus hijos se sienten “seguros y libres de toda la lacra de la violencia de género”, afirma Andújar. “Pretendemos que dispongan de un espacio y tiempo en el que puedan reflexionar sobre su situación personal y donde poder orientar su futuro e independencia una vez que salgan de aquí”. 

Por su parte, la directora de la casa de acogida de Mujeres en Igualdad asegura que la convivencia es buena porque “todas parten de lo mismo”, aunque hay “algunos casos excepcionales”. Por norma general, los pequeños también se suelen llevar bien entre ellos y se hacen amigos. 

“Hay gente que viene de haber huido de gritos y peleas. Eso es lo último que quieren. Buscan una situación de armonía y que el centro se sienta un espacio seguro donde poder empezar de cero”, comenta Julia Adamuz. 

La directora asegura que hay momentos en los que llega a respirarse mucha alegría, como cuando llega el cumpleaños de algún niño. En esos instantes, afirma que no parece un centro, sino “una casa con mucha gente, que es lo que queremos”. 

Ahora que muchas de las usuarias están en pleno Ramadán y quieren hacer sus dulces y mantener sus tradiciones. “En eso no hay ningún problema. Se les compra lo que quieran y necesiten para que mantengan su tradición. En una fecha tan señalada se cuida eso y los niños también participan mucho”, explica Adamuz. 

Pero, aunque ese ambiente familiar reine en los centros, es imposible olvidar la situación, porqué están allí y lo que han sufrido, además de que se encuentran en un lugar regido por una serie de normas que se deben cumplir. 

“Aunque queramos que se sientan como en casa, tienen que convivir con otras mujeres y otros menores. La convivencia en general siempre es buena, pero es inevitable que surjan riñas e incidentes”, comenta la coordinadora de la casa de acogida de Cruz Roja.

Cuando ocurren este tipo de situaciones, las educadoras (que se encuentran en el centro las 24 horas del día) son las encargadas de mediar y tratar de que los conflictos no lleguen a más.  

Confidencialidad

Una de las características de las casas de acogida es que se mantienen bajo la más absoluta intimidad y confidencialidad con el fin de que los maltratadores o agresores no sepan donde se encuentran. 

Por este motivo, siempre se les advierte de que no pueden revelarle la dirección del centro a nadie por su propia seguridad. Es imprescindible que la ubicación se mantenga en secreto para proteger la integridad de las mujeres y los menores. 

Sin embargo, a veces han tenido algún que otro problema, según cuenta Mamen Andújar. Los más pequeños, en su desconocimiento, le han comentado a sus progenitores donde están viviendo. “Cuando tenían contacto con sus padres se les escapaba”. 

Andújar explica que normalmente los agresores no se atreven a ir a las casas de acogida, pero sí que se ponen a merodear por los alrededores. Una situación que han solventado llamando a la policía, ya que algunos de ellos, cabe recordar, cuentan también con una orden de alejamiento. 

“El régimen de visitas se puede suspender ahora si el padre tiene una medida cautelar o una sentencia por violencia de género”, explica. Este es uno de los avances legislativos “que acogimos como algo muy necesario”. 

Un trabajo duro

Mamen Andújar relata que en Cruz Roja empezaron con la primera casa de acogida en 1992. “Llevo treinta años trabajando en esto y me siguen impresionando algunos testimonios”, dice.

Trabajar en una casa de acogida es duro porque se enfrentan a situaciones “muy duras” porque escuchan vivencias y experiencias que son demoledoras en muchos casos. Pero también es muy gratificante “cuando consigues que la mujer y los menores salgan del círculo vicioso de la violencia y puedan emprender una vida nueva libre de ella”. 

Desde que el centro se puso en marcha a principios de los noventa han cambiado muchas cosas. “La violencia hacia las mujeres ahora ha dejado de ser un problema privado, donde nadie podía inmiscuirse, hasta ser un problema público”, explica. 

Ahora, afortunadamente, Andújar asegura que hay mucha sensibilización en la población hacia esta “lacra social” y la protección de las mujeres frente a sus agresores también se ha incrementado en estos últimos años. 

Prueba de ello fue la publicación de la Ley Orgánica de 2004 de Protección Integral contra la Violencia de Género o la reciente aprobación de la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual. 

Pero aun así, Andújar afirma que “todavía queda mucho camino por recorrer”.

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