LOS inmigrantes ilegales que conviven con nosotros en estos 12,5 kilómetros cuadrados de Melilla están de paso por nuestra ciudad. Su objetivo es continuar cuanto antes su viaje hacia la península con la esperanza de tener la ocasión de iniciar una nueva vida. En el peor de los casos, serán devueltos a sus países de origen, donde deberán encarar de nuevo la realidad que pretendían dejar atrás. En ambas situaciones, tanto si disfrutan de la posibilidad de integrarse en nuestro ‘Primer Mundo’ como si son expulsados a su ‘Tercer Mundo’, su formación y el desarrollo de sus capacidades laborales serán importantísimas para encarar el futuro. Por ello, su tiempo de espera en Melilla debería ser empleado para algo más productivo que llevar bolsas de la compra, limpiar coches o retornar carritos de la compra.
La estancia en el CETI de los inmigrantes no puede ser asumida como un periodo de tiempo perdido. Debe ser concebido como una oportunidad para formar a unos inmigrantes que pueden acabar conviviendo entre nosotros o a los que podemos dar una preparación que les será de gran utilidad si retornan a sus países de procedencia. Al mismo tiempo, el compromiso de ofrecerles esa formación puede servir para abrir un nicho de trabajo si para esta labor se contratan profesionales o puede fomentar la actividad empresarial si se asigna el trabajo a academias u otros centros de enseñanza.
De todos modos, casi cualquier alternativa es mejor que permitir en nuestra ciudad imágenes ‘tercermundistas’ de ‘limpiacoches’ callejeros o ‘recogecarros’ de la compra que trabajan por un salario que en el mejor de los casos es producto de la caridad. Ahora sólo pelean por una limosna, una lucha que ya está empezando a provocar enfrentamientos y peleas entre los inmigrantes.