El muchacho quería volar. Es de Melilla, quiere a Melilla, se siente cómodo en su Melilla pero deseaba aspirar otros aires; ésto, la verdad, se le quedaba pequeño y, además, le daba la gana echar el vuelo y lo ha echado, nada más y nada menos que a la capital de España, o a la capital de los ‘miniestados’ –versión José María Aznar– en los que acabará por convertirse España. Bueno, Antoñito Ferrer nos ha dejado o, más bien, nos espacia sus presencias por cuanto vive en Madrid y actúa en la sala ‘El Búho’, al margen de seguir estudiando y aprendiendo.
Su andadura artística en Melilla no tiene desperdicio pero lo que está consiguiendo en Madrid es digno de toda mención laudatoria porque en el mayor enjambre de promesas musicales, Antonio saca la cabeza y se va convirtiendo, poco a poco, en referencia certera de un arte personal y atractivo. Él llena de vida a su empresa con una música comprometida con el buen gusto, con el clasicismo capaz de innovar, con la fidelidad al ritmo.
Antonio se adorna con una bien acariciada guitarra, aunque es capaz de manejarse con otros instrumentos. En la Tuna de Empresariales de Melilla –porque también es ‘tuno’ cucarachil– le echa bemoles a bandurria, laúd y guitarra, lo que haga falta, un roto para cualquier descosido. Y está su voz. Ni es tenor ni es barítono pero canta como
los jilgueros. Igual se sube a la cruz de Superstar, que canta aniñado en la pequeña tienda cuya planta se le come o sube enteros en un vulgar cabaret de poco pelo y mucha enjundia.
Antoñito es joven, tiene mucho camino por delante. La cosa no ha hecho sino empezar y, hablando de Madrid, allí las cosas que empiezan bien, acaban mejor porque hay un mercado tan exigente como justo y el que vale tiene futuro. Quién iba a decir que aquel chipichanga gracioso que hacía sainetes de los Hermanos Quintero bajo la batuta de César Jiménez Segura iba a estar hoy encandilando a media España. Pues va a ser que sí.
Ferrer, tienes que venir más a Melilla por una sencilla razón: Porque te queremos y te echamos de menos. Qué suerte tienen los de la sala ‘El Búho’, no hay derecho, hombre. Déjate caer más de vez en cuando, cántanos lo que te dé la gana, aunque sea en tributo a Joaquín Sabina.
No nos olvides, pedazo de tronco artístico.
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