Opinión

Año nuevo, vida nueva

Comienza el año nuevo, el segundo trimestre escolar y tras 43 años en la docencia y otros tantos como alumno, y este lunes es el primer día lectivo en el que Carlos se encuentra alejado de las aulas. Cuatro meses después de acabar sus estudios en la Universidad de Sevilla allá por el 79, se hacía un hueco entre el claustro de profesores del instituto Leopoldo Queipo con 23 años. Se convertía en el profesor de instituto más joven de la ciudad.

Hay quien me decía que con la jubilación de Carlos Rubiales se perdía a una institución educativa y es que, en su palmarés personal cuenta con la felicitación de gran cantidad de profesores de universidades españolas por formar a sus alumnos en el dibujo técnico de la manera en que lo hizo. Como también cuenta con el orgullo de que sus exalumnos guarden aún los apuntes y láminas que con él realizaban y de recibir palabras de cariño y recuerdo de ellos, incluso décadas más tarde de haber pasado por sus manos.

Atrás quedan dos oposiciones a nivel nacional ganadas: la segunda, al cuerpo de catedráticos. Atrás quedan horas y horas de geometría descriptiva impartida a miles y miles de alumnos que ahora se encuentran repartidos por el mundo haciendo lo que mejor saben hacer: arquitectos, ingenieros, médicos, abogados, profesores, políticos y un sinfín de empleos que hoy son quienes son gracias a él y a otros como él. Atrás quedan incalculables kilogramos de tiza blanca desgastada contra la pizarra. A veces asistida por la escuadra, el cartabón y la regla de madera y otras veces, solamente con la precisión quirúrgica de su pulso que hacía casi innecesario el uso de cualquier herramienta para asombro del alumnado allí presente. Atrás queda la cuarta planta del Leopoldo Queipo, lugar donde se encontraba su aula y del que hizo su feudo. Por supuesto, queda atrás el despertador, pistoletazo de salida a la jornada laboral. Jornada a la que se enfrentaba perfectamente aseado, oliendo a Agua Brava y con un afeitado ortogonal que le ha costado alguna que otra broma entre sus compañeros hasta el punto de dudar si se afeitaba con escuadra y cartabón (como si le hiciera falta usarlas).

No solo ha sido un hombre que ha enseñado plástica y dibujo en las aulas, sino que ha sido un verdadero educador porque ha trasmitido a sus alumnos sus valores, su disciplina, su capacidad de trabajo y su incansable búsqueda por la perfección.

Y yo, que pienso que los homenajes hay que hacerlos en vida, no quería dejar pasar la oportunidad de hacer como él ha hecho tantas veces que es escribirle estas líneas. No son las primeras que les dedican públicamente, aunque puede que sí lo sean como docente, su verdadera vocación.

Desde aquí, mi orgullo, mi agradecimiento y mi felicitación por lo que dejas construido y por esta vida nueva que comienzas.

Manuel Rubiales Duplas,

Hijo y exalumno de Carlos.

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