EL Teatro Kursaal celebró ayer una gala de cumpleaños y los hizo con la actuación de artistas locales que se dejaron la piel sobre el escenario y, como recompensa, se llevaron el aplauso y los halagos de un público muy entregado.
La Consejería de Cultura ha encontrado la fórmula perfecta para celebrar este quinto aniversario del Kursaal. Primero con las actuaciones de lujo de Sara Baras, Ainhoa Arteta y Pasión Vega y luego, dejando un espacio para que la gente que vive en Melilla de la música o el baile tenga la oportunidad de pisar el mismo escenario en el que han sido aplaudidas las divas de la ópera y el flamenco, por citar sólo estos dos ejemplos.
Es importante mimar a nuestros creadores locales, incluso, buscando alternativas de cooperación que les ayuden a crecer como artistas y como empresarios.
No estamos descubriendo nada que no hayan hecho ya en Cataluña, Madrid o en Murcia. Si viene un músico de renombre, se le propone la colaboración con artistas de Melilla, de manera que éstos puedan presentarse luego en otros escenarios con el aval de haber trabajado muchísimo en la ciudad, pero también de haber sido teloneros, por ejemplo, de Sara Baras o de Pasión Vega.
Para ello, como en casi todo, se necesitan ayudas públicas. Y siempre habrá quien crea que la cultura no da dinero, pero no hay una sola civilización que haya tocado el cielo sin el apoyo de sus artistas locales.
En la cultura de Melilla se respiran nuevos aires y vamos por el camino correcto. Nosotros no tenemos industrias ni agricultura ni pesca, pero podemos convertirnos en una ciudad de conciertos. Es lo que hicieron en tiempos de bonanza económica la mayoría de municipios que se colaron en titulares de la prensa nacional no por perder población a mansalva o no tener colegio para los pocos niños del pueblo sino por organizar macroconciertos en el fin del mundo, la mayoría, con muchísimo éxito entre los festivaleros más jóvenes.
Se trata de apostar por algo y defenderlo, como en su momento hicieron los fundadores del Viña Rock de Villarrobledo o el Festival de Jazz de San Javier, que, pese a la crisis, han conseguido sobrevivir y ya tienen un nombre en el panorama musical español.
Melilla es un enclave perfecto: playa para montar acampadas de festivaleros, Marruecos a tiro de piedra para que continúen viaje tras los conciertos y una gastronomía envidiable.
Sólo falta apostar por ello. Mirar qué géneros no están machacados y decir aquí estamos. De momento nos quedamos con la espléndida gala de anoche del Teatro Kursaal.
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