Ellos, ni mucho menos lo sabían, pero su travesía, cambiaría los derroteros de la Historia Universal de manera irreversible. El que habría de ser uno de los itinerarios más fascinantes y célebres de la raza humana, comenzó a tomar forma el 22/V/1492, cuando llegó al puesto de Palos de la Frontera, en Huelva, una carta de SS.MM. los Reyes Católicos en la que se le concretaba a la municipalidad el apoyo incondicional a la expedición.
Si bien, no sería sencillo disponer de las embarcaciones e incorporar a los miembros de la tripulación, definitivamente, el 3/VIII/1492, Cristóbal Colón se lanzó a las aguas impertérritas, al frente de tres naves ampliamente conocidas: la ‘Santa María’, la ‘Pinta’ y la ‘Niña’ cargadas de abastos y del anhelo de hallar la ruta comercial que superase el Atlántico. La primera, la guía, era una nao de tres mástiles y velas cuadradas, pesadas y vigorosas, más idóneas para singladuras prolongadas. Mientras, las otras dos, a modo de carabelas, versátiles y maniobrables, dispuestas de dos o tres palos con velas latinas.
Por fin, en los prolegómenos del mes de octubre se divisaron a lo lejos bandadas de aves, y ya en la madrugada del jueves 11 al viernes 12, se daría la exclamación: “¡Tierra a la vista!”. Era nada más y nada menos, que la Isla de ‘Guanahani’, llamada por Colón ‘San Salvador’ y reconocida con la actual ‘Watling’, una de las Bahamas. Posteriormente, el 28/X/1492, y antes del desembarco en Bariay, Cuba, continuó su viaje por el resto de las islas de este Archipiélago, surgiendo entre algunas, ‘Santa María de la Concepción’, ‘Fernandina’ o ‘Isabela’.
Más tarde, el 6/XII/1492, alcanzó ‘La Española’ y la jornada del 24 del mismo mes, la ‘Santa María’ encalló en las inmediaciones de lo que hoy es el ‘Cabo Haitiano’; sus fragmentos se emplearon para edificar un pequeño fuerte bautizado ‘Navidad’. Finalmente, el 16/I/1493, Colón decidió el retorno.
Superada las Azores y una escala momentánea en Lisboa, el 15/III/1493, la armada ancló nuevamente en Palos de la Frontera. Una aventura que abrió el frontispicio de América al Viejo Continente, pero igualmente, una empresa con sus pro y contras, que retocarían para siempre el devenir de los acontecimientos.
Con estos ecos preliminares, el ‘Descubrimiento del Nuevo Mundo’ sirvió para permutar las primeras auras de la globalización. Pero, esto no sofocaría la arrogancia del poder que, por entonces, prevalecía en los Reinos de Castilla y Aragón; además, de la disputa del dominio y el control marítimo con el Reino de Portugal, la colisión bélica declarada a los musulmanes, la expulsión de los judíos de España y, en última instancia, pero no menos trascendente, la intervención de la Iglesia en las cuestiones de Estado.
No obstante, la historiografía o el que escribe la historia, ha especificado cada una de estas convulsiones que hubo de franquear la España del siglo XV, cuando en América existía un progreso variado.
Y, es que, al otro lado de lo ignoto, subsistían franjas altamente habitadas y otras casi deshabitadas. Las estimaciones del conjunto poblacional para el período referido son desiguales, comprendiendo un rango desde los 13,5 millones de autóctonos, hasta los 90 o 112 millones.
Primero, en el Norte de América los indígenas pertenecían al Imperio Azteca, en un estado de civilización superior asentado en la plantación del maíz; por otro lado, los Mayas, vivían en el Sureste de México, la Península de Yucatán y la que hoy es la República de Guatemala. Y en el subcontinente Sur, los Incas, desde la República del Ecuador hasta el Centro de la República de Chile.
"Profundizar sucintamente en un entorno tan significativo y con tantas pormenorizaciones, no es una labor fácil, pero, a su vez, es sumamente enriquecedora plasmar las situaciones que acaecieron antes del Descubrimiento de América para terciados y finales del siglo XV"
Ni que decir tiene, que la conquista y anexión del ‘Nuevo Mundo’ por parte de España, se ejecutó en menos de medio siglo. Sin embargo, profundizar sucintamente en un entorno tan significativo y con tantas pormenorizaciones, no es una labor fácil, pero, a su vez, es sumamente enriquecedora plasmar las situaciones que acaecieron antes del ‘Descubrimiento de América’ para terciados y finales del siglo XV.
Así, la vasta bibliografía historiográfica desenmascara un paisaje atrayente, donde las coyunturas del poder y los movimientos de fichas en el tablero internacional, se hacen valer, como es el caso concreto de Su Majestad la Reina Isabel II (1830-1904), con sus rivalidades para adquirir el trono de Castilla. En idéntica sintonía, la extensa duración en la dirección de los Reyes Católicos y la autonomía de los reinos integrados en la unidad hispánica, se respetaron al máximo.
Pero, con anterioridad al año 1492, punto de partida de esta disertación, Fernando II de Aragón (1452-1516), Rey de Castilla, considerado hombre de estado, notaba la responsabilidad del legado aragonés. Con el aplacamiento de las batallas civiles castellanas y nada más morir su padre, Juan II de Aragón y Navarra, trató de mantener esta última dentro del contorno de los reinos españoles, conservar la paz con Portugal, redimir a Granada de la opresión musulmana y sortear la crisis con Francia.
Ante cada uno de estos desafíos, ha de añadirse un intervalo delicado entre la relación de los Reyes Católicos con el Papa, como derivación de las designaciones eclesiásticas en la guerra con los turcos. Para ser más preciso en lo fundamentado, se advierte una de las tantas fricciones por las que fondearon la Iglesia y el Estado en las postrimerías del siglo XV. Ya, en abril de 1481, el tono de diálogo parece más accesible, incumbiendo que los Reyes estaban interesados en ceder, siempre y cuando el Papa probara condescendencia en matices de desacuerdo, ante un ambiente desfavorable, con Francia percutiendo, Portugal al mando del heredero al trono y los turcos haciéndose con la hegemonía del Mediterráneo.
Luego, en este curso histórico es incuestionable la discordia de poderes que subyacen por imperar en una región económica, religiosa y soberana. Y, qué decir del Reino de Castilla, que ni mucho menos se atinaba en una posición perfilada, porque de alguna u otra forma, le faltaba negociar con estos países o, tal vez, declararles la guerra.
Pero, por encima de todo, los monarcas acreditaban su naturaleza de hombre y mujer de estado, y su disposición de trenzar unos mínimos denominadores con estas circunscripciones. Toda vez, que Granada no tuvo el mismo sino, por la conveniencia y la ayuda de los Reyes Católicos que recibían del Papa.
Cabría subrayarse, que, en la primavera de 1485, al no disponer de la determinación y el refuerzo suficiente para asentar una misión que hallase la senda comercial a la India, Colón opta por marcharse de Portugal.
Según se puntualiza en las crónicas revisadas, Colón partió apresuradamente de Portugal acompañado de su hijo Diego, accediendo a Castilla por Palos de la Frontera. El objetivo da la sensación de ser Huelva, donde residían sus cuñados, Violante Muñiz y Miguel Muliarte; los cuales, se hicieron cargo del infante, mientras Colón trataba su propuesta exploradora en la corte de los Reyes Católicos.
Evidentemente, esta particularidad muestra a todas luces, que los soberanos enarbolaban un sentir diferente al universo que los envolvía, porque se conjuraron a Colón, erigiendo una nueva inspección marítima y económica, y fomentado en gran medida, por el Rey Fernando. Recuérdese al respecto, que las dos Coronas estaban fusionadas. No es en sí, la unidad nacional, sino la alianza personal y dinástica. La finalidad del Rey era devolver la influencia y el renombre de la monarquía, la potestad del Estado y la justicia del Reino. O lo que lo mismo: la palestra del poder.
Ante el atolladero que libraban los Reyes Católicos, es indispensable definir el alcance del documento que daría origen al ‘Descubrimiento de América’: las ‘Capitulaciones de Santa Fe’.
Me refiero al instrumento que fijó los requerimientos del acuerdo, haciendo viable el dificultoso andamiaje de la expedición oceánica. Hay que matizar, que normalmente, las ‘Capitulaciones’ se han estudiado desde la vertiente institucional, pero no ha de inhibirse, que se emplearon para salvaguardar la autoridad de Castilla ante los hallazgos en tierras americanas.
Hasta 1492, las gestiones políticas castellanas poseen una localización de aproximación común: Granada. Ante tan gran suceso, no debe pasarse por alto que, en el conjunto de ‘Campañas Militares de Granada’ (1482-1492), y la caída del último reducto musulmán en la Península Ibérica, Colón, agitó las piezas del puzle para alcanzar el puntal esencial de los Reyes Católicos.
De hecho, desde 1485, Colón se flanqueó sagazmente de religiosos del Convento de ‘Santa María de la Rábida’, del que he tenido la dicha de conocer personalmente, y de la ‘Orden Franciscana’. Estos dos componentes lo arrimaron a los confesores del Rey Fernando y la Reina Isabel.
El primer encuentro de Colón con Sus Majestades se produjo el 20/I/1486, acogiendo sus servicios como cosmógrafo y la concesión de un salario de 12.000 maravedís. Conjuntamente, la Reina brilló en las decisiones, aunque Fernando, como ya se ha citado, hombre de estado, no estaba demasiado fascinado.
Numerosos analistas, narradores y escritores, coinciden en realzar el arrebato que experimentó el Rey ante las pretensiones de Colón, constatándose que unas semanas antes se inclinó por interrumpir las negociaciones.
El dictamen, valga la redundancia, es un reconocimiento más del protagonismo sobresaliente de Fernando en la trayectoria de la política de estado. En definitiva, Granada, capitulaba el 2/I/1492 y podría reincidirse, que en las horas siguientes se activaba la última y determinante negociación llamada a verse dignificada por la consecución inminente que ocuparía.
No es hasta abril de 1492, cuando se invierte el trazado imprevisible.
De la noche a la mañana, Colón, logra lo que hasta entonces se le objetaba. Sin desmentir el amparo de la Reina Isabel en afirmaciones redundantes de agradecimiento, la negociación se llevó en persona por Fernando. Ciertamente, jamás se ha hallado en Castilla prueba alguna de las ‘Capitulaciones de Santa Fe’. Pero, sí en Aragón, lo que demuestra la pugna de poder que alzaba a Fernando como hombre de estado.
Los acuerdos alcanzados con Colón relativos a la expedición hilvanada por mar hacia Occidente, se rubricó lustrosamente por los Reyes Católicos el 17/IV/1492, modulando en su estructura interna una sorprendente simplicidad en lo que a posteriori encarnó. Aun aparejando el talente de una carta de merced, bajo este dictado se encierra una correspondencia casi pactada, por cuanto se le priva de dos de las notas fundamentales de una autorización agraciada: primero, la unilateralidad y, segundo, el menester de los servicios prestados.
Hasta ese instante la actividad apasionada del Gobierno es admirable y con orden y sin pausa, imprime los automatismos propios de la realeza: la restauración del Reino, la conquista de Granada, el establecimiento de la Santa Inquisición y las primeras incursiones marinas dirigidas a América.
No desdeñándose la actuación de la Iglesia, cuando Europa distingue a Roma como el Tribunal Supremo de las Leyes Internacionales, gracias al nepotismo, Rodrigo Borja o Borgia, ocupa la Sede de San Pedro con el nombre de Alejandro VI (1431-1503). Ese mismo año, resulta el ‘Descubrimiento de América’ y se expulsa a los judíos de España mediante el ‘Edito de Granada’ (31/III/1492).
"Llegado el momento de formular una reflexión, a pesar del favor entusiasta que ganó Colón, la expedición a la India era un secreto de Estado, manejándose una política de sigilo trabajada por la mayoría de las potencias, al aplicarse una postura defensiva con obstáculos insalvables"
Con lo cual, la Iglesia ensancha su peso porque, ante todo, se intuye que las ‘Bulas Pontificias’ concedidas por el Sumo Pontífice, eran un mecanismo sólido para contrarrestar la supremacía del Estado y los Imperios contiguos.
Ciñéndome en el viaje de Colón, este marinero interesado en la nobleza de cierto nivel y en razón de las ‘Capitulaciones’, pasa a ser reconocido como ‘Don Cristóbal’, contrayendo funciones que atañen a la aristocracia, y brindándole la ocasión de forjar un señorío, al aceptar cargos administrativos, judiciales y económicos. Sin inmiscuir, el título de ‘Almirante de la Mar Océana’ de todas las tierras que descubriese.
De esta manera, tratando con el Estado, Colón, tiene éxito, extrayendo privilegios para acometer el ansiado periplo al Mar Océano y dejarse llevar por los alisios hacia un destino incierto. Amén, que lo que le restaba, recayó en el sostén de la Iglesia. Si bien, supuestamente lo atesoraba, porque los hermanos del Convento de ‘Santa María de la Rábida’ asumieron un rol definidísimo, e incondicionalmente le auxiliaron para conseguir su designio.
Sin ir más lejos, alcanzada la hora de concretar a los integrantes de las dotaciones que, subsiguientemente, nutrirían a la ‘Niña’, la ‘Pinta’ y la ‘Santa María’, se aprecia a Colón con un elevado grado de religiosidad. Fijémonos en el autor Pedro Borges, en su obra titulada “Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas. Siglos XV-XIX. Volumen I. Aspectos generales” y correspondiente al año 1992, que expone al pie de la letra: “Uno de los signos más destacados que caracterizan la personalidad de Cristóbal Colón -aunque a algunos les parezca extraño- es el de ser y sentirse, religioso y culturalmente hablando, un hombre medieval, una persona con la imaginación, credulidad e ignorancia características del Medievo y, como tal, proclive a dar a sus actos, ideas y proyectos, sobre todo si eran tan inesperados como trascendentales, un sentido religioso profundo. Y a medida que avanza el tiempo y se confirma la importancia de lo descubierto, lejos de mitigarse ese sentimiento, se arraigará en él un mesianismo profético, una profunda convicción de ser el siervo elegido por la Providencia, el predestinado, el portador de Cristo (Cristo-ferens) o apóstol de los nuevos pueblos a través de cuya acción descubridora ha de extenderse el Evangelio”.
Por lo tanto, no es de sorprender su nombre de pila, ‘Christophorus’, o ‘Cristo Ferens’, o mismamente, ‘Portador de Cristo’. Este antecedente es valioso, porque si se da por hecho la devoción y la fe de la Reina Isabel, y esta se coliga a la creencia del navegante, es sugestivo la seducción de confianza puesta en ‘Don Cristóbal Colón’. Precisamente, va a ser este último, quien ratifique categóricamente que Fernando, una vez persuadido por su consorte, se decide a asistirlo.
Simultáneamente a la adscripción de las tierras reveladas para la Corona de Castilla, pudo tratarse de una preocupación de Isabel, deseosa de convertir a traidores, desleales, ingratos o escépticos; pero no hay que omitir, que, en los días que Colón refrendaba su consumación, otros marineros signaban las suyas, al objeto de reanudar la conquista de las Islas Canarias que, entre otros argumentos, por motivos de la cercanía geográfica a los recintos de partida de las embarcaciones, era por antonomasia, la expansión oceánica castellana.
Conviene traer a la memoria, que el esparcimiento marino consagrado por la Corona de Aragón, se preparaba en la cuenca mediterránea y no eran pocos los atolladeros que arrastraba Fernando, con controlar los Reinos de Nápoles y Sicilia.
Llegado el momento de formular una reflexión, a pesar del favor entusiasta que ganó Colón, la expedición a la India era un secreto de Estado, manejándose una ‘política de sigilo’ trabajada por la mayoría de las potencias, al aplicarse una postura defensiva con obstáculos insalvables. Los Reyes delegaron la composición de las ‘Capitulaciones de Santa Fe’, habida cuenta, del compromiso sobre lo inexplorado y en el que el navegante va instando y la Corona admite. A mi modo de entender y en una etapa de extenuación, si acaso, la mejor versión para hacer valer el influjo regio, ante los territorios y una Iglesia con innegables aspiraciones de poder, control y reformas. Sobraría mencionar en estas líneas, que, consignadas las ‘Capitulaciones’, la complicidad del silencio persistiría en ambas partes.
A partir de 1492, el debate se traspone a la inmensidad e incógnito de las aguas oceánicas. Portugal, el único aspirante a la altura de la estrategia castellana, quiere hacerse sentir, convencido que dispone de ese derecho. Y, entre tanto, la Corona de Castilla moldea más liderazgo, como la gobernanta irrefutable de las posesiones afianzadas de cara al resto de naciones, reinos y, por qué no, la Iglesia.
Para el domino del mar librado por dos actores innovadores, España y Portugal, se dispone de la herramienta con la que se había reglamentado la expansión, conocida como el ‘Tratado de Alcazobas’ o ‘Paz de Alcazobas-Toledo’ (4/IX/1479). Ahora, es el ‘Descubrimiento del Nuevo Mundo’ el que nace como eje de impugnación en la política exterior de España.
Diversos escritos historiográficos aclaran que las desavenencias suscitadas entre Castilla y Portugal, se derivan ante el intento de esparcir la fe católica en las superficies localizadas sin príncipes cristianos. Esta atmósfera desbordada de laberintos que por doquier se ultiman en un callejón sin salida, la Iglesia se defiende mostrando su eficiencia. Para ello, a petición de los Reyes Católicos, se conceden las ‘Bulas Alejandrinas’, con la capacidad de someter América y el deber evangelizador impulsado por la Santa Sede en 1493.
Consecuentemente, en este cóctel de terminologías y señales, es habitual postular que la manifestación del ‘Nuevo Mundo’ favoreció el desvanecimiento del ‘Viejo Mundo’. La única salvedad para que esta tesis tenga sentido, es que concibamos la expresión ‘mundo’ o ‘cosmos’, tal y como lo interpretaba el relato medieval. Esto es, “como un todo definido y ordenado según los valores trascedentes”.
Así, pues, no se trata únicamente de que durante el Renacimiento la antigua cosmovisión medieval comenzase a ser desalojada por otra distinta, sino que empezó a ser reemplazada por un enfoque del mundo indeterminado, inordenado y ausente de cualquier matiz religioso o moral.
Desde esta configuración, los ‘milenarismos’ o' ‘quiliasmos’ que tanto prosperaron en esas centurias, tenían una lógica al presuponer el final inminente de los tiempos; sólo, que la asumían en un sentido que no la vislumbraban. La primicia de un nuevo continente como América, vaticinó la disolución de los límites externos con la imagen de un universo dominante durante la Edad Media.
No se trata de que la circunferencia de la Tierra pasase a ser contemplada como infinita, visión que, de cualquier manera, hubiese rebatido anticipadamente la expedición realizada por Fernando de Magallanes (1480-1521) y Juan Sebastián Elcano (1486-1526), completando la primera circunnavegación (20-IX-1519/6-IX-1522), sino de los límites espaciales de la vida o potencialmente habitable o ecúmene humano, se difuminaron para encajar con los límites del globo.
Finalmente, al eclipsarse la longitud exterior terráquea, esto es la ‘terra incógnita’, para denotar las regiones sin cartografiar o documentar, las entidades míticas o religiosas que acostumbraban a ubicarse en ella, la excluyeron al espacio celeste, del que, más allá, la infinitización del cosmos la suprimiría a esferas trascedentes y etéreas.
A resultas de todo ello, transcurridos quinientos veintinueve años de aquellos ensueños, voluntades y el genio denodado de Colón, esta página memorable y subrayada en mayúsculas como el ‘Descubrimiento de América’, entrevió una secularización incontrastable de la geografía, que, renunciando a la especulación mística o religiosa, se centró justamente en la descripción física de los territorios.
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