Como indicaba en mi colaboración de la semana pasada al hacer referencia a la celebración del Día de las Fuerzas Armadas, los protectores de nuestra sociedad frente a las campañas de desinformación nos recomiendan acudir a las fuentes originales si en alguna ocasión percibimos una cierta sospecha de que la información que recibimos pudiera no estar ajustada adecuadamente a la realidad.
Pues bien, tras la intervención del teniente general Gan, que califiqué entonces y califico ahora como brillante, en las Jornadas ‘El Ejército de Tierra y los retos futuros, la fuerza de los valores’ del pasado 26 de mayo, el periodista Ángel Expósito le preguntó en público por su concepto de lo que debemos entender por disuasión, a lo que él respondió que la disuasión persigue crear en la mente del potencial adversario la sensación de que emprender acciones hostiles contra nosotros no le compensaría, por no existir equilibrio entre los beneficios a obtener y el precio a pagar en el esfuerzo a realizar. Pues bien, algún medio de comunicación digital transmitió esta información bajo un titular en el que, incluyendo el nombre del teniente general, se hablaba de magrebíes en nuestras Fuerzas Armadas y de posturas a afrontar por parte de España ante Marruecos. Nada de ello fue citado ni insinuado por parte del teniente general.
Y es que nos encontramos ante uno de los casos que podemos calificar como desinformación, que es aquella gestión de la información que pretende alterar la percepción de la realidad por parte de la opinión pública, mediante el suministro de noticias falsas, medias verdades, información altamente subjetiva presentada como objetiva e información diseñada para producir un efecto emocional en el receptor, minimizando la probabilidad de que la procese aplicando juicio crítico, con fines contrarios al interés general, cuando no manifiestamente hostiles. Cierto es que, en este caso, la desinformación es manifiesta al ser suficiente comparar los titulares con el video de las manifestaciones del teniente general al que dichos titulares encabezan. En otras ocasiones, la mayoría de ellas, la desinformación se comporta de manera notablemente más sutil y falsaria.
En la publicación del Centro Criptológico Nacional de febrero de 2019, que también cité la pasada semana y que lleva por título ‘La Desinformación en el Ciberespacio’ se analizan muy coherentemente, desde un punto de vista técnico, los riesgos que corre la sociedad española ante estas campañas de desinformación.
En esta publicación se incluía un estudio de la Asociación para la Investigación de los Medios de Comunicación, según el cual, el principal uso que los ciudadanos españoles hacen de internet es para la lectura de noticias de actualidad.
Estos estudios sobre el uso de internet y los hábitos de consumo de información digital sugieren que cerca del 90 por ciento de la población española entre 16 y 65 años puede ser potencialmente víctima de un ataque de desinformación.
El análisis del Centro Criptológico citaba cuatro consecuencias que se podían derivar de un ataque de desinformación: la pérdida de confianza en los medios de comunicación tradicionales, la pérdida de confianza en las instituciones públicas, la pérdida de confianza en la soberanía del ciudadano y la polarización social.
Todas estas consecuencias se encuentran interrelacionadas entre sí y conducen a la destrucción de los equilibrios y las armonías sociales en sociedades aparentemente consolidadas, resultando, por tanto, considerablemente perjudiciales para la supervivencia de las mismas.
Mediante el suministro de información altamente subjetiva presentada como objetiva y que persigue generar un proceso emocional en el individuo que le prive de la posibilidad de analizar dicha información con sentido crítico, se genera la desconfianza en los medios de comunicación tradicionales y en las instituciones públicas, lo cual conduce al ciudadano a la desconfianza en su propia capacidad para interpretar adecuadamente la sobreabundancia de información de la que es destinatario.
La última de las cuatro consecuencias citadas, la de la polarización social, viene potenciada y facilitada por los denominados algoritmos, que, en informática, son secuencias de instrucciones predeterminadas que, con la finalidad de automatizar determinados procesos y minimizar, por tanto, la necesidad de la intervención humana en los mismos, seleccionan de manera personalizada noticias que se consideran del gusto del usuario contribuyendo a la creación de relaciones digitales altamente polarizadas.
Mediante este mecanismo de polarización, desaparece la multiplicidad de perspectivas que la realidad exige, ya que son las plataformas de comunicación social, las que, mediante el uso del algoritmo, nos encierran a cada uno de nosotros en el mundo “perfecto” en el que cada uno vivimos con nuestras convicciones, permanentemente consolidadas, en un ciclo de repetición ilimitada de las mismas haciendo desaparecer en nuestra conciencia la validez de otras percepciones alternativas. Por ese camino, alcanzamos la polarización y la instalación en posturas irremediablemente irreconciliables.
Como acertadamente afirmaba Julián Marías, “no existe una perspectiva única de la realidad; la perspectiva, si es real, exige la multiplicidad”.
Frente a esta realidad y las consecuencias que de ellas se derivan, el análisis del Centro Criptológico Nacional al que me he referido, que se encuentra en la red y cuya consulta recomiendo, finaliza formulando diez recomendaciones a los usuarios de redes sociales, una de la cuales reza literalmente: “No seas parte del algoritmo”.
Todos estamos inmersos en este mundo de comunicación social que ha convertido la era de la información en una potencial era de la desinformación. A todos nos toca esforzarnos por no ser parte del algoritmo, especialmente del algoritmo de la polarización.
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