Una joven de Marruecos, Z.E., pide volver al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) tras ser expulsada hace casi dos meses tras ser denegada su petición de asilo.
Con 21 años recién cumplidos, asegura que la vida en la calle es muy dura y más para alguien de su sexo y edad. Tiene el cuerpo lleno de cicatrices, de heridas del pasado y del presente. En los alrededores del CETI, que es donde duerme, ha sido atacada con armas blancas por argelinos que merodean por la zona.
“En el CETI estoy bien. Como, duermo y estoy tranquila”, relató, por ello quiere volver. A principios de diciembre acudió a Urgencias del hospital para ser atendida tras unas de las agresiones que sufrió. Eso fue el día tres y ayer, más de un mes y medio después, cuenta que volvieron a pegarle.
Ahora una abogada lleva su caso y espera volver a ser readmitida. Según el informe de la petición de asilo, esta fue denegada dos veces por falta de pruebas, pues la primera vez alegó “matrimonio forzoso” y en la segunda “homosexualidad”.
Ella explicó que durante la entrevista de asilo, intentó contar por qué necesitaba protección internacional, pero que el traductor le dijo “hablo yo”. Aún así ella insiste, le da igual que sea en Melilla u otro lugar, solo quiere “protección”, una protección que no tuvo con su familia.
Ella aseguró que es lesbiana y que su familia se enteró cuando ella tenía 16 años y su madre la pilló en su habitación con otra chica.
La reacción de su progenitora fue llamar a su hermano mayor (ella es la menor de tres hermanos) para que le pegase. Ella describió que este le cogió del pelo y le estrelló la cabeza contra el suelo. Hace una pausa para abrirse la cabellera y enseñar la cicatriz.
A los 17, la obligaron a casarse con un hombre de 50 años, pues este tenía bastante dinero y pagó a su padre para llevar a cabo la celebración. Ella se negó, pero no le quedó otra y en su primera noche de bodas, esta se negó a consumar el matrimonio, por lo que su marido empezó también a maltratarla física y psicológicamente, además de encerrarla con llave.
Tras tres meses en dichas condiciones, se quiso divorciar. Sus padres se negaron al principio, pero finalmente abandonó el matrimonio para ponerse a trabajar tallando piedras. Y es que desde que tenía seis años se fue a trabajar con su padre para vender botellas de plástico en el zoco, a diferencia de sus hermanos que sí fueron educados, por lo que no sabe escribir a mano, solo con el móvil. No ha tenido más educación. Finalmente, hace un año se vino con su pasaporte a Melilla, donde estuvo seis meses durmiendo en el barrio de El Rastro y seis en el CETI.
Cuenta su historia con templanza y como si fuera algo habitual pasar por todo aquello. Sin embargo, tiene claro que eso no es lo que quiere ni lo va a aceptar, aunque haya tenido que cumplir 21 años sola y en la calle.
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