Opinión

Los afortunados custodios de una historia centenaria de gestas y glorias

Los compromisos suscritos por España en la Zona del Norte de África, conjeturaron que su actuación fuera más trascendente, que la propiamente desplegada hasta entonces. Si bien, no dedicándose exclusivamente a las Plazas de Ceuta y Melilla, la implementación de las operaciones, como la rebeldía del contendiente y la cantidad de bajas derivadas, requirieron del temperamento propio de entidades perfectamente preparadas, habituadas a las condiciones meteorológicas y a la dureza orográfica; pero, sobre todo, con conocimiento de causa en las artimañas empleadas por los rifeños.

Con lo cual, para desempeñar cada uno de estos requerimientos, la Administración optó por la plasmación de las ‘Fuerzas Regulares Indígenas’, proyectadas por su carácter irregular para ser acomodadas como unidades de vanguardia, teniendo como precedente los ‘Moros de Paz’ o ‘Mogataces’ (1509); los ‘Tiradores del Rif’ (1859); la ‘Milicia Voluntaria de Ceuta’ (1887); la ‘Policía Indígena’ (1908); los ‘Gums’ y las ‘Harkas’ (1911); las ‘Mehal-las’ (1913); las ‘Idalas’ y ‘Mehaznías’ (1926-1927).

Pero, no ha de soslayarse, que tras la derrota sufrida en la ‘Guerra Hispano-Estadounidense’ (21-IV-1898/10-XII-1898) y la consiguiente pérdida de las Colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, igualmente que hacían el resto de actores europeos, España se magnetizó con el continente africano en una tentativa por resarcirse y redimir el honor errante como Nación. Ni que decir tiene, que el reparto colonial acarreó tensiones entre Alemania, Francia e Inglaterra; especialmente, las dos últimas, resolviéndolo con la rúbrica de un Tratado de no agresión y regulación de la expansión territorial, conocido como la ‘Entente Cordiale’ (8/IV/1904).

Obviamente, no existía un consenso generalizado, cuestión que indujo a reproches como los de Alemania, desembocando en la ‘Conferencia de Algeciras’ (7/IV/1906) y con la que a la postre, Francia conservó su posición de influencia sobre Marruecos. Por último, detrás de la crisis del país alauita y la interposición francesa en apoyo del Sultán, se rubricó el ‘Tratado de Fez’ (30/III/1912) por el que Marruecos quedaba sin soberanía nacional y se constituía un Protectorado francés.

Simultáneamente, ese mismo año Francia suscribió un Acuerdo con España, traspasándole una pequeña franja del Norte de Marruecos, que como es sabido, se erigió como Protectorado español, estando habitada por diversas Tribus que no admitían el Gobierno legítimo del Sultán, cómo tampoco reconocían la nueva dominación colonial extranjera.

Gradualmente, los choques y colisiones se desencadenaron con la ‘Campaña de Melilla’ (1909-1910), partiendo con un grave infortunio para las ‘Tropas Españolas’ en el ‘Desastre del Barranco del Lobo’ (27/VII/1909). Y cómo tal, tuvo sus consecuencias al otro lado del Estrecho de Gibraltar, siendo el detonante de revueltas populares en Barcelona con la ‘Semana Trágica’ (26-VII-1909/2-VIII-1909).

No obstante, con el desplazamiento de refuerzos a África, al menos, se rehízo la situación y cinco meses más tarde de intensas acometidas, se consiguió doblegar a las cabilas insurgentes dirigidas por El Rogui o Bou Hmara (1860-1909), instaurándose un sector pacificado y con dominio español en torno a Melilla. Toda vez, que se evidenciaban las carencias en el molde de ‘Movilización de los Reservistas’, apremiado por el exiguo adiestramiento y la predisposición de éstos al entramado militar, más la insatisfacción de la opinión pública que se generaba desde el momento del llamamiento a filas. Estos ingredientes a modo de multiplicadores, inclinaron la balanza para la creación de ‘Unidades Indígenas’, comprimiendo el número desorbitado de fallecidos en tierras africanas y cómo no, el protagonismo denodado de los ‘Fieles Regulares’.

"Ciento diez años después, entre los numerosos renglones documentados al ritmo de avatares y hechos extraordinarios afrontados en los campos de batalla, esta es a groso modo, la semblanza y el ornato que sublima a las Fuerzas Regulares Indígenas"

Claro, que la praxis preferente en cada una de estas acciones con un calado sin precedentes, instó a que estos activos autóctonos se convirtiesen en los más capacitados y experimentados para una lucha infernal. Así, lo que posteriormente estaría por llegar con la política expansionista, se contempló en todo su rigor, crueldad y severidad en las vicisitudes libradas con el ‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921).

Con este enfoque preliminar, lo que aquí se describe es la heroicidad, valentía y gallardía forjado en un amplio elenco de Oficiales, Suboficiales y Tropa, acentuándose con un sello de ‘amor patrio’ por cuantos sirvieron en las ‘Fuerzas Regulares Indígenas’, considerándose la punta de lanza como fuerza de avance y choque, hasta transformarse en un cuerpo de élite y en toda una leyenda en la Historia Militar de España, al atesorar un ranquin prodigioso de 56 Laureadas.

De esta manera, en su parte expositiva la ‘Real Orden’ de 30/VI/1911 rubricada por el Ministro de la Guerra Agustín Luque y Coca (1850-1935), resuelve en su literalidad, la génesis de un Batallón de Infantería consagrado con cuatro Compañías y un Escuadrón de Caballería Indígenas, anexos a la Comandancia General de Melilla y quedando al mando de un Teniente Coronel de cualesquiera de las Armas combatientes.

Así, en su Preámbulo expone al pie de la letra: “La extensión de los territorios del Rif ocupados actualmente por nuestras Tropas, exige el mantenimiento en ellas de un núcleo importante de fuerzas capaz de asegurar la tranquilidad del territorio y el desarrollo, a su amparo, del comercio y demás fuentes de riqueza del país. Sometidos a nuestra influencia los habitantes de las cabilas ocupadas como consecuencia de la última campaña, parece llegado el momento de ir creando Tropas nutridas con los elementos indígenas afectos a España, que sirvan de núcleo para la organización de unas Fuerzas Indígenas de Regulares, con cohesión y disciplina y capaces de cooperar en las operaciones tácticas con las Tropas del Ejército”.

Asimismo, continúa diciendo: “Los brillantes y positivos resultados obtenidos por otras naciones mediante la organización y empleo de estas Tropas, y los excelentes servicios prestados hasta ahora por las Fuerzas Indígenas organizadas en Melilla, con carácter de ensayo, aconsejan preservar con firmeza, aunque con la prudencia que las circunstancias exigen, el paulatino desarrollo de estas Fuerzas, conservando las actuales su carácter de policía militar y auxiliares del ejército, creando nuevas unidades que puedan, por su organización, constituir la base, y en su día, la parte principal del ejército de nuestras posesiones y territorios ocupados por nuestras Tropas en el continente africano”.

Sobraría mencionar en este pasaje, que esta milicia impertérrita y colmada de almas llameantes, mancharon de sangre sus variados uniformes con cuyos nombres quedaron grabados en oro para inmortalizarse: Santiago González-Tablas y García-Herreros (1879-1922); José Sanjurjo Scanell (1872-1936), Emilio Mola Vidal (1887-1937), etc.

Y es que, en los siglos XIX y XX, la característica común y determinante de las tres Campañas Españolas en Marruecos hasta el comienzo de la ‘Campaña del Kert’ (24-VIII-1911/15-V-1912), estas son, la ‘Guerra de África’ (22-X-1859/26-IV-1860); la ‘Guerra de Margallo’ o ‘Primera Guerra del Rif’ (9-XI-1893/25-IV-1894) y la ‘Campaña de Melilla’ (1909-1910), cada una de ellas se diseñó en el andamiaje de los ‘Ejércitos Expedicionarios’ integrados con ‘Soldados Reservistas’.

Lo cierto es, que sólo la primera, esculpió un duelo feroz entre dos Ejércitos: España y el Sultanato de Marruecos. Desde aquel instante, la pugna en el Protectorado adquirió rasgos de una ‘guerra de guerrillas’ entre las ‘Cabilas rebeldes’ y el ‘Ejército Español’. O lo es lo mismo: el adversario confundido con la urbe, la competitividad por lograr el patrocinio de los no participantes en el embate, el deterioro parsimonioso de las ‘Fuerzas de Ocupación’ por las maniobras de acoso incesantes, o la ausencia de grandes acometimientos, salvo en los escenarios propicios para los rifeños.

La puesta en ejecución de un contrincante vigorosamente endurecido, osado y anestesiado a su suerte como el rifeño, conjeturó poner en serios aprietos a los invasores, consumando todo tipo de irrupciones que socavasen la moral, cuando el área en que se trama es algo así como un escondrijo salvaje, infranqueable y escabroso.

Paulatinamente, el Gobierno sustrajo que para enmendar el entorno por la vía militar, era imprescindible poner en juego grupos totalizados por personal indígena, restando el manejo de personal peninsular.

De ahí, que la coyuntura del establecimiento de los ‘Regulares’, se cimentase en el mecanismo infalible de sus dignas y admirables intervenciones, reemplazando en este encaje a las unidades europeas.

Conjuntamente, el saldo óptimo que las ‘Tropas Indígenas’ ofrecían a otros estados del Viejo Continente, llámense los ‘askaris alemanes’, ‘zuavos’, ‘tirailleurs franceses’ y ‘spahis’ en África; o los ‘gurkas británicos’, en la India, atrajeron al Gobierno para la conveniencia de conformarlas en la demarcación española de Marruecos. Así lo muestra la ‘Real Orden Circular’ por la que en 1911 se creaban las ‘Fuerzas Regulares Indígenas’.

En el año anteriormente mencionado, ya concurrían tres ‘mías’ o ‘Compañías de Policía Indígena’. Amén, que su tarea imperceptible como fórmula belicosa, vició su cometido original, imposibilitando llevar a término los encargos de mantenimiento del orden interno y recogida de información esencial de las células político-administrativas o cabilas.

Con el Real Decreto citado, se implantaban las ‘Fuerzas Regulares Indígenas’ subordinadas con escrupulosidad a la Capitanía General de Melilla, quedando trenzadas por un Batallón selecto de Infantería, que a su vez, se acomodaba por cuatro ‘Compañías’ con doscientos hombres y un ‘Escuadrón de Caballería’ engalanado con cien jinetes.

Las raíces del enganche hay que calificarlo de bastante problemático, porque a la dificultad de ser una unidad novedosa de la que los nativos jamás habían oído hablar, habría de añadirse la penuria del personal adecuado y de confianza, al no constatarse núcleos poblacionales en la región hispana; además, del alistamiento ejecutado por la ‘Policía Indígena’ para sí misma, escogiendo a los más aventajados en cualidades.

En esta tesitura, se procedió a incorporar a los interesados de los círculos franceses de Argelia y el Sur de Alcazarquivir, poniendo fundamentalmente los ojos en los ‘Tabores de Policía Jerifianos', o las ‘Harkas del Sultán’, e inclusive, en los prófugos de las ‘Mehalas francesas’. Dichos soldados, no eran de nacionalidad española y configuraban las ‘Fuerzas Regulares’ y las ‘Milicias Jalifianas’, definidos como oriundos del Protectorado. De hecho, en estos contingentes confluyó un contexto ambiguo sociopolítico, en lo que concierne al entronque administrativo, al ser soldados profesionales sirviendo a España y enrolados con el beneplácito del Sultán.

A los sugestionados por afiliarse en las ‘Fuerzas Regulares’, se les preparaba un documento en atención al Artículo 6º de la ‘Real Orden Circular’, ROC, obteniendo el compromiso de servir indistintamente tanto en Ceuta como en Melilla, o donde se le demandase, por un período de libre elección y residiendo entre uno, tres o cuatro años, respectivamente.

"Lo que aquí se describe es la heroicidad, valentía y gallardía forjado en un amplio elenco de Oficiales, Suboficiales y Tropa, acentuándose con un sello de amor patrio por cuantos sirvieron en las Fuerzas Regulares Indígenas"

Una vez finiquitado este trecho, la amplia mayoría procuraba ampliarlo un año más, porque la recompensa por el reenganche presumía 600 pesetas, que aproximadamente representaba la paga de doce meses. Acabado el contrato, acordaba su vinculación militar por un intervalo indeterminado que prácticamente caía en agua de borrajas: tanto la Unidad como el afectado, sabían de buenas tintas que su ensamble al ejército se amplificaría lo que este estimase pertinente, a no ser que se le excluyera por incurrir en falta grave. Si llegado el caso prefería marcharse, aun certificando el tiempo indefinido, sin apenas tramitación, se le cursaba la licencia por el que quedaba totalmente libre.

A este tenor, el primer Acuartelamiento que hospedó a las ‘Fuerzas Indígenas Regulares’ recayó en el Fuerte de la Purísima Concepción, también denominado Fuerte Sidi-Guariach, emplazado en la frontera de Melilla. En sus umbrales, Dámaso Berenguer Fusté (1873-1953) dispuso que Mandos y Tropa cohabitasen en los mismos barracones, al objeto que prosperasen en compañerismo, así como los Oficiales europeos se habituaran en la inercia de las huestes que habrían de comandar.

Más adelante, ante el enorme alud de voluntarios que aspiraron al ingreso, Berenguer solicitó autorización para seleccionar a los Oficiales, inclinándose por los que amasaban una Hoja de Servicio prodigiosa y con los que en tiempos tempranos hubo de trabajar codo a codo. Para ser más preciso, la totalidad de los Oficiales del Escuadrón, exceptuando el Capitán, procedían del Regimiento de Infantería Melilla N.º 59 y el Regimiento de Caballería de Taxdirt.

Por Real Decreto, el 5/I/1912 nacía la ‘Subinspección de Tropas y Asuntos Indígenas’, en respuesta al primer ‘Negociado de Asuntos Indígenas de Melilla’, como órgano adjunto del General Jefe de la Capitanía General de Melilla. En concreto, el Artículo 6º apuntaba que los ‘Regulares’ y la ‘Policía Indígena’ penderían de la susodicha Subinspección.

A la par, el 18/I/1912 se incrementaba la plantilla de las ‘Fuerzas Regulares Indígenas’, transitando de tres a seis Compañías y de uno a tres Escuadrones. En idéntica sintonía, permutó la cuantificación de efectivos, simplificándose el correspondiente a los Soldados Infantes al pasar de 200 a 150 por Compañía y aumentando los jinetes por Escuadrón de 100 a 118.

Véase, que en tanto los integrantes del Arma de Infantería subían al 50%, de 600 a 900, el Arma de Caballería lo hacía un 250%, de 100 a 354. Indiscutiblemente, este incremento avivó la reorganización del armazón interno con la confección del primer ‘Grupo de Escuadrones’ y dos ‘Grupos de Compañías’.

A comienzos de 1913, las ‘Fuerzas Indígenas Regulares’ engrosaban 6 Compañías y 3 Escuadrones, entrañando nada más y nada menos, que la contribución de 1.242 hombres. Como curiosidad, en mayo de 1913 se conformaron los Cuadros de la 6ª Compañía, entre los que se hallaba el primer Teniente Francisco Franco Bahamonde (1892-1975).

Ciñéndome en el teatro de operaciones, hay que referirse al devenir librado en Yebala, empeorando cada día por la agresividad de las Tribus del Jerife El Raisuni (1871-1925), distinguido como el heredero legítimo al trono marroquí.

Al unísono, el General Felipe Alfau Mendoza (1845-1937) no le quedó otra que pedir la aportación decidida de los ‘Regulares’, consignados al terreno Occidental del Protectorado y desembarcando en Ceuta el 11/VI/1913.

Este mismo mes coincidió el ascenso de Berenguer a General de Brigada, quedando nombrado Jefe de la Brigada Provisional conformada por las ‘Fuerzas Indígenas Regulares’, el ‘Batallón del Regimiento de Infantería Serrallo N.º 69’, el ‘Batallón del Regimiento de Infantería Ceuta N.º 60’ y un Grupo de dos Escuadrones pertenecientes al ‘Regimiento de Caballería Cazadores de Vitoria N.º 28’.

En el curso del itinerario a Tánger, el 15/VI/1913, los ‘Escuadrones Regulares’ castigaron duramente a los yebalíes, emboscándolos y causándoles cuantiosos muertos en sus filas. Pese a estas intrépidas actuaciones con impronta ‘Regular’, se alargaron los hostigamientos a las escoltas y acantonamientos en los entornos de Tetuán, capital del Protectorado, en ocasiones conocida con el sobrenombre de la ‘paloma blanca’ y Larache, haciendo temeraria la travesía de Ceuta y estas localidades.

El 31/VII/1914 se publicó la ‘Real Orden Circular’ que reajustaba nuevamente la hechura de las ‘Fuerzas Indígenas Regulares’, dividiéndolas primorosamente en cuatro Clases: ‘Tropas del Mazjen’ (Mehala Jalifiana); ‘Fuerzas Regulares Indígenas’; ‘Fuerzas de Policía Indígena’ y ‘Fuerzas Irregulares Auxiliares’.

Con esta proyección para la posteridad, las ‘Fuerzas Indígenas Regulares’ se trenzaron a la perfección con cuatro Grupos o Regimientos, conducidos magistralmente por un Teniente Coronel, que a su vez, tenía a su cargo dos Tabores o Batallones de Infantería, tres Compañías y un Tabor de Caballería con tres Escuadrones.

Primero, el ‘Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Melilla N.º 1’, con Guarnición en la Plaza de Tetuán: en sus orígenes acumuló 1.170 componentes, de los cuales, 1.150 se atinaban en Tetuán. Al encontrarse la práctica de su fuerza en el ‘G.F.R.I. Melilla N.º 2’, por ‘Real Orden Circular’ de 7/XII/1916 su denominación se modificó a ‘G.F.R.I. Tetuán N.º 1’.

Segundo, el ‘Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Melilla N.º 2’, con Guarnición en las Plazas de Melilla y Nador, armonizado en la naturaleza distintiva del Tabor de ‘Policía de Alhucemas’ y el III Tabor del ‘Grupo de Fuerzas Indígenas Regulares de Melilla’. Tercero, el ‘Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Ceuta N.º 3’, con Guarnición en la misma Plaza, coordinado con el Tabor ‘Jerifiano de Tetuán’, las mías de ‘Policía Indígena’ y la ‘Milicia Voluntaria de Ceuta’. Y, cuarto, el ‘Grupo de Fuerzas Indígenas Larache N.º 4’, inicialmente con Guarnición en Arcila, reubicándose más tarde en Larache con dos Tabores de ‘Policía Indígenas’.

Recuperado el Protectorado, en 1913, se emprendió otra fase con la materialización de labores ofensivas y defensivas enmarcadas en el refinamiento, siendo estas últimas las más preponderantes. Particularmente generosa y desprendida fue la asistencia del ‘G.F.R.I. Alhucemas N.º 5’, merecidamente condecorado con la ‘Medalla Militar Colectiva’, con motivo de las operaciones en la ‘Zona Oriental’ (1923) y la ‘Zona Occidental’ (1924).

En los dieciséis años sucedidos desde la cristalización en 1911, las ‘Fuerzas Indígenas Regulares’ se debatieron entre la vida y la muerte, ofreciendo lo mejor de sí, hasta ser por antonomasia, el lustre de las Tropas de choque.

Tras su reacomodo en la segunda mitad de 1921, las ‘Fuerzas Indígenas Regulares’ junto a la Legión, en la misión crítica de reconquista y pacificación del Protectorado, recapitulado en inigualable, como lo acredita la Medalla Militar Colectiva antes aludida. Ambos bloques portentosos y nominados por su bravura y arrojo como el ‘Ejército de África’, se engrandecieron en los activos más curtidos y mañosos, exhibiendo su respeto en lo que a posteriori detonó con la ‘Guerra Civil Española’.

A los ‘Regulares’, el honor lo demandó a intervenir en dos páginas incontrastables de la ‘Segunda República Española’ (1931-1939): por razones de la sublevación del General Sanjurjo, el 10/VIII/1932 se incorporó un Tabor de Infantería y un Escuadrón de Caballería; y durante la ‘Revolución de Asturias’ (5-X-1934/19-X-1934) se activaron dos Tabores de Infantería.

En consecuencia, ciento diez años después, entre los numerosos renglones documentados al ritmo de avatares y hechos extraordinarios afrontados en los campos de batalla, esta es a groso modo, la semblanza y el ornato que sublima a las ‘Fuerzas Regulares Indígenas’: duchas, expertas y hábiles en la abnegación y con las que hoy por hoy, se perpetúan como un legado valiosísimo para los Ejércitos de España y en los que vislumbrar un misticismo exclusivo con un grito unánime: ¡Vivan los Regulares!

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