Félix Álvarez estará hoy en el Kursaal con la obra ‘La Cena de los idiota’. El cómico, que representa dos papeles, dará vida a uno de los personajes novedosos que aparecen en esta adaptación.
Un quiromasajista brasileño un poco amanerado y un inspector de Hacienda, algo excéntrico y muy culé, tendrán esta noche la misma cara, en la representación de ‘La Cena de los Idiotas’. Félix Álvarez, más conocido por el pseudónimo de ‘Felisuco’, por sus apariciones en la pequeña pantalla, es una de las sorpresas de esta adaptación de la obra de Francis Veber, que quiere llevar a los espectadores a una carcajada continua y que añade elementos de la actualidad para, conservando la esencia de la obra del autor francés, tener un contacto directo con la realidad. El actor forma parte de un cartel de caras muy conocidas que han hecho que la obra lleve más de dos años llenando teatros de toda España. –Félix, usted tiene dos personajes en la obra, ¿cómo son? –Yo hago dos personajes, un quiromasajista brasileño de dudosa sexualidad, que es un personaje cortito, que sale al principio. Y luego un inspector de Hacienda, amigo del idiota, que anda en el límite entre lo normal y lo imposible. El quiromasajista aparece al principio porque a Carlos Bermúdez (Josema Yuste) le da un ataque de lumbago y llama a ese terapeuta porque es el que normalmente lo trata cuando tiene problemas musculares después de jugar al golf. Se trata de un personaje gracioso, un poco amanerado, aunque casado y que juega un poco con esa inclinación sexual dudosa. Además mi aspecto es muy gracioso porque salgo con peluca, que siempre me sienta muy bien. El inspector de Hacienda aparece en la última parte de la obra porque tiene información que necesita Bermúdez y es amigo del señor Pignon (Agustín Jiménez), que también trabaja en Hacienda. Él se cree el mejor inspector de todo Madrid y además es capaz de entrar en la casa de un rico y meterlo en la cárcel. –¿Cómo se preparó para ese cambio de registro en una misma función? –El quiromasajista un poco jugando a ser un poco amanerado, imitando el acento brasileño. Mientras que el inspector fue más fácil por una casualidad. Cuando estábamos probándonos el vestuario para una obra de teatro, en unos grandes almacenes de Madrid, tenía puesto el traje de inspector y en ese momento me llamó un amigo para decirme que me iban a hacerme una inspección. Así que tuve una relación con Hacienda directamente y eso me ayudó mucho a hacerme una idea de los rasgos de mi personaje. Luego lo llevé al límite y aparece ese personaje. –Dice que el inspector es un poco histriónico, ¿también es idiota? –El inspector de Hacienda también, pero hay que tener en cuenta que aquí la acepción de idiota es más bien que es un ‘friki’, que tiene un mundo paralelo. –¿Qué sorpresas se van a encontrar los espectadores que vayan hoy y mañana al teatro? –La obra es igual que la película, pero nosotros hemos españolizado la producción y la gente se va a encontrar con cosas que le van a sorprender. –¿Alguna vez se ha encontrado con un señor Pignon en casa o en alguna situación? –Me he encontrado con unos cuantos. Cuando estrenamos la función en Málaga yo estaba en el hotel y Agustín me llamó para que bajara, diciéndome que tenía a dos señores Pignon. Cuando llegué a la cafetería había dos gemelos que estaban enseñándole estampitas porque las coleccionaban. Y luego, al ser famoso, pues te encuentras a diario con muchos tipos de estas características. Sí, afortunadamente hay muchos señores Pignon. –¿Y ha sido alguna vez usted el idiota? –No, yo la verdad es que carezco de sentido del ridículo y cuando uno carece de sentido del ridículo hace lo que quiere hacer y al que le guste estupendo y al que no, pues también. Yo creo que para este trabajo no puedes tener ningún sentido del ridículo. –¿Cómo ha ido evolucionando la obra y sus personajes en estos dos años? –Una obra de teatro al final es una convivencia, un ejercicio de vida. Y cuando una obra la vas extendiendo en el tiempo, la convivencia que hay dentro del escenario va creciendo al mismo ritmo que crece el trato entre los actores. Ahora mismo la gente que va a ver la obra se va a encontrar a unos actores con gran complicidad. Los diálogos están muy cuajados, en ningún momento parece que ningún actor está pensando lo que tiene que decir, incluso llega un momento en el que se improvisan gestos o palabras. Continuamente vas complementando y enriqueciendo los personajes, van creciendo contigo. Pero llega un punto en el que esos personajes morirán y entonces ya sería aburrido hacer la representación. Ahora mismo estamos en el momento más dulce de la obra y la gente va a ver algo con un ritmo endiablado en cuanto a diálogo. Además vamos actualizando la obra con elementos actuales, por ejemplo en la obra ahora aparece Urdangarín, que antes no aparecía. De esta forma entras en contacto más directo con el público, porque tienes un contacto con la realidad y eso hace que para el espectador sea todo más creíble. – Antes decía que afortunadamente existen muchos señores Pignon en el día a día, ¿la obra contribuye a que el concepto de idiota cambie? –Los idiotas en esta obra de teatro son en realidad personajes especiales, que tienen un universo distinto al del resto de los humanos y que visto desde fuera parece siempre muy estrambótico. Pero cuanto entras dentro de ellos te das cuenta de que es un universo maravilloso y que no necesitan nada más que eso para ser felices, mientras que hay otro tipo de gente que necesita un montón de cuestiones materiales y de reconocimientos del exterior. Esta gente es feliz con lo que tiene y lleva su vida lo mejor que puede sin necesidad de aditivos extraordinarios. Al final te das cuenta que para ser feliz no hacen falta ciertas cosas y sí pequeños matices que te pueden llevar a rozar momentaneamente esa felicidad. Al final ni el idiota es tan idiota, ni el listo es tan listo, y cada uno en su sitio debe intentar buscar lo mejor para sí mismo.
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